El año apenas empieza y hay que iniciar con el pie derecho, por eso es que esta semana recomiendo un disco imprescindible para quien se considere amante de la música. Y dado que diciembre para su servidor fue de arremangadas y buchonas pues lo pasé en mi ambiente rural, ahora he de desintoxicarme.
Por Jorge A. Amaral
Hace 15 años yo tenía 19 y por aquel entonces una novia de prepa me regaló un casete grabado a modo que me gustara, para lo que supuestamente hurgó entre los discos de su padre. La cinta iniciaba con algo que de inmediato me atrapó y que me marcaría de por vida.
Al preguntarle cómo se llamaba la canción y de quién era, ambos nombres se grabaron en mi memoria como con hierro caliente: Red house, de Jimi Hendrix. Dos o tres años después me encontré con esa canción al comprar Blues, editado en 1999 con temas registrados entre 1966 y 1970, que además es mi disco para esta semana, y qué mejor dado que es la primera recomendación que les hago en este año que apenas despega.
Este álbum tiene la particularidad de permitir asomarnos a la vena bluesera de Hendrix, la cual siempre se ha visto opacada por otros aspectos de su música, incluso por temas tan clásicos que tendemos a pensar que es todo lo que este genio grabó, aunque siempre estuvo en contacto con el blues y, más que nada, con su esencia, lo que aunado a su virtuosismo y su uso de los efectos, hace de este disco una verdadera joya, un álbum imperdible.
El primer corte es la acústica Hear my train commin´, en la que podemos apreciar los dotes de Hendrix para tocar la guitarra de palo muy al estilo rural de Robert Johnson. Después de esa introducción suena un bajo potente, contundente y sensual, se trata de Born under a bad sign y en ella se oye el fantasma de Albert King. Esta pieza instrumental realmente es arrolladora, al escucharla detenidamente uno puede sentirse atropellado por una avalancha de emociones.
El tercer track es la que les comentaba al inicio, Red house, cuya expresividad la hace el blues por antonomasia de Hendrix, una pieza clave para entender sus alcances. Guardando toda proporción, de repente me recuerda a Elmore James, sobre todo The sky is criying. De este tema hay un sinnúmero de versiones, pero si quieren escuchar la mejor de todas, les recomiendo seriamente la de Buddy Guy, de los pocos guitarristas que han logrado apropiarse de Hendrix con buenos resultados.
Catfish blues, conocida gracias al gran Muddy Waters, se mantiene muy fiel, al menos en ritmo, al sonido rural de Waters, aunque el riff en la guitarra eléctrica de Hendrix, la fuerza de la batería, el bajo que de repente se vuelve vertiginoso, todo ello, combinado con un frenesí que va en aumento hacia el final de la canción para rematar con un solo de batería de Mitch Mitchell y otro de Hendrix bastante psicodélico, hace que esta pieza, grabada durante un concierto en Holanda en 1967, sea algo verdaderamente memorable.
Voodoo chile blues, basado en el clásico hendrixiano Voodoo chile, es un blues oscuro, cargado de magia negra, con una atmósfera que hace pensar que esta pieza es a Jimi Hendrix lo que Me and the Devil blues es a Robert Johnson.
“Everything, every thing’s gonna be all right this morning”, así empieza el clásico de Muddy Waters Mannish boy, en la voz y la guitarra de Hendrix toma un ritmo ágil, alegre, casi para bailar, en tanto que la versión original es un “así soy desde pequeño” y una afrenta a quien no le parezca, la de Hendrix, por su sonido, adquiere el sentido lúdico de la época.
Once I had a woman es una composición original de Hendrix e interpretada con The Band of Gypsys. Blues lento, aguardentoso, nublado con humo de tabaco, con la pureza del Mississippi, una harmónica que se asoma discreta, como para dar el quien vive. Ese lamento de quien tuvo algo y lo perdió, el estado más azul, cuando uno puede decir que, efectivamente, tiene el blues. Un arranque pasional viene casi al final y el ritmo se acelera, la guitarra se vuelve un caudal de sonidos que simple y sencillamente ponen la piel de gallina.
Bleeding heart es un blues limpio, sólido. Por momentos nos olvidamos de que se trata de Jimi Hendrix y pensamos en un Lowel Fulson, Buddy Guy o Elmore James haciendo lo que mejor sabe: tocar blues. Con un sonido muy de Chicago, esta pieza, también conocida como Blues in C o People, people, people, es limpia y brillante, lo que la hace estremecedora.
Jelly 292 es una jam session con sonido de boogie, y aunque haya quienes piensan que es el corte menos brillante, el ritmo y la vertiginosidad con que Hendrix toca, sin contar un bajo bastante bueno, un piano que aunque discreto da un toque tradicional y la batería contundente que va de la mano con la quitara, hacen de esta una gran ejecución, digna de cerrar cualquier concierto.
Electric church red house, como versión de Red house suena más elaborada, un tanto más oscura, pero no logra superar a la original dado que precisamente por ello perdió naturalidad. Y es que pudieron haberla hecho instrumental o con otra letra y otro nombre y pasaría, pero la comparación con Red house es inevitable y es donde pierde, pero aún así es muy buena.
Para quitarse la sensación que deja el corte anterior, el disco cierra con la versión eléctrica de Hear my train commin’ que, esta sí, resulta realmente apabullante con los distorsionadores a lo que da. Si consideramos el origen rural de este blues y el tratamiento harto psicodélico que Hendrix le da, es de entenderse por qué ha habido quienes definen esta rola como cuando el Delta del Mississippi fue transportado a Marte, y más aún por qué Hendrix en su momento dijo: “Ojalá hubieran tenido guitarras eléctricas en los campos de algodón de antaño. Entonces hubiera sido posible aclarar muchas cosas, no sólo para negros y blancos, sino para todos”. Así pues, el final perfecto para Blues, un disco que nos lleva de la mano por lo más negro de Jimi Hendrix. Salud.