«A los rockeros que se suicidan les pasa lo que a la prostituta de 90 años: se dio cuenta que las demás cobraban”.
«Las nuevas generaciones se olvidan de quiénes fueron los chingones, o lo saben y se hacen pendejos».
Por Francisco Valenzuela
Una de las figuras emblemáticas de la llamada “época de oro” del rock & roll es el moreno Johnny Laboriel, aquel que primero con la banda Los Rebeldes del Rock y luego como solista cautivó a una juventud que se sentía muy ruda. Hoy, 18 de septiembre de 2013, nos enteramos de su muerte, y para recordarlo, les traemos esta entrevista que nos regaló hace varios añitos, cuando Revés era una revista impresa. Disfrútenla, no tiene pierde.
Para localizar a Johnny hubo que llamar a su oficina, plantearle la idea a Meche, su asistente, y unos días después ya lo tenía al otro lado de la línea. “¿Cómo estás?” fue la primera pregunta, digamos, para entrar en confianza, esperando una respuesta igual de cordial, pero era un día difícil para el ídolo: “De la chingada, cabrón, me robaron mi coche y ya sabrás la serie de trámites… y eso que soy conocido y me echan la mano, imagínate lo que le espera a la demás gente”. Así que hay que darle un giro rápido, entrar en el tema para que se le olvide por un momento el infortunado robo.
-Johnny, ¿me podrías decir quiénes fueron tus primeros ídolos, cómo los conociste? -le pregunto.
-Pues varios: Paul Anka, Billy Haley, Ricardito, ningún negro, ¿te fijas? Nací un 9 de julio de 1942, mi papá manejaba una agencia artística y en la escuela se organizaban las tardeadas. Así que estaba rodeado de música y buen ambiente.
El viejo Johnny es, naturalmente, un nostálgico; asegura que lo de hoy es puro negocio, que ya no hay ese sentimiento de la aventura, de hacer lo que te gusta. “Lo único que le envidio a la farándula actual es que todo lo hacen por dinero, y no por amor, como lo hacíamos nosotros, cuando nos trepábamos a un camión para ir a tocar a donde fuera. Imagínate cómo está la cosa que ese tal Erasmo Catarino cobra hasta 400 mil pesos; ¡no mames!, yo en mi vida los voy a cobrar”.
Convertido en un show-man que se presenta lo mismo en una feria mexicana que en un hotel norteamericano, el intérprete de temas como La hiedra venenosa asegura que el verdadero espíritu del rock & roll ha muerto, “a los rockeros que se suicidan les pasa lo que a la prostituta de 90 años: se dio cuenta que las demás cobraban”.
– ¿Qué significaba ser rebelde en esos tiempos?
– En general muchos músicos se han rebelado, desde Mozart. Nosotros estábamos, por decirlo de una manera, contra el sistema, aunque la verdad es que sólo éramos unos pinches imitadores. Me acuerdo que salió una película que se llamaba El Salvaje, de James Dean, y otra de Paul Newman, y entonces todo lo fusilábamos, desde las canciones hasta los atuendos. Era una influencia total de Estados Unidos, y así sigue siendo, eso de que hay rock mexicano es pura basilada, el rock es extranjero, punto.
El señor Laboriel nunca pierde ese sentido del humor tan característico. Mientras transcurre la charla, suelta dardos incontestables, alburea finamente, se mofa de ciertas dudas, y acaba de tajo con algunos personajes del medio, los acusa de pretensiosos y cínicos: “Yo, por ejemplo, cantaba esa de ‘Kansas City, Kansas City fue mi amor…’, y luego mi sueño erótico, el Alex Lora, cantaba ‘Oye Cantinero, sírveme otra copa por favor…’ y Cecilia Toussaint ‘Hoy señor cartero…’ ¡También son fusiles!, pero las registran como si fueran propias y dicen que es rock nacional. Las nuevas generaciones se olvidan de quiénes fueron los chingones, o lo saben y se hacen pendejos.
Johnny recuerda el aire inocente que reinaba en los inicios de la ola yuppi-rocker de aquellos años: “En esas épocas los primeros espacios eran los cafés cantantes, ahí llegábamos los músicos, a lugares como La rana sabia, Las Macetas, El Harlem, El Sótano y varios más. Eran como nuestros antritos, pero había puro café, y ya luego empezaron a meter anforitas, y de ahí vino lo demás, excesos que provocaron que estos cafés fueran desapareciendo para dar paso a los bares y discotecas”.
-Entonces viene la pregunta lógica, ¿le metían a las drogas, al sexo, a los excesos en general?
– Eso no pasaba en un principio, porque te digo que todo era muy inocente, de muchachos de la escuela. Ya después fue distinto, yo le metí a las drogas por muchos años; el chupe, la coca y la marihuana era parte de nuestra vida diaria, te estoy hablando de los sesenta, de toda esa década. Después llegó Avándaro, la represión del gobierno, la censura… y eso nos echó a perder la escena.
En cuanto a las aventuras con mujeres, había muchas, asegura, pero ninguna perteneciente al mismo medio: “La verdad es que ninguna se antojaba, eran puras frígidas, muy fresas, todo era de besito solamente. Además éramos compañeros de escuela, muy amigos, como hermanos. ¿Cómo te diré?, ¡pues nomás no paraguas!, por más que viera encuerada a Angélica María o a Julissa. No era como hoy, que en lugar de decirle a una chava ‘acá estoy’, le dices ‘acostoy’. Es que las cosas en el espectáculo están muy distintas, los que operan todo son los publicistas, inventando romances, relaciones que no existen. Hace poco hablé con un publicista de Televisa que me dijo ‘A mí no me gusta esto de los chismes, pero es lo que la gente pide’, y es cierto, la gente está apendejada con todo esto”.
Pero tampoco se olvida que los chismes artificiales se iniciaron con las supuestas peleas entre César Costa, Enrique Guzmán y Alberto Vázquez, nos confiesa que hace poco, en una de sus presentaciones, un viejo lo felicitó por seguir siendo auténtico y no necesitar de chismes para seguir rocanroleando.
– ¿A qué músicos actuales escucha y disfruta, don Johnny?
– De las bandas actuales respeto mucho a Maná, porque son los mejores administrados; los ayudé en sus inicios, cuando eran Sombrero Verde; espero no se les olvide, como ha ocurrido con otros personajes como Ana Gabriel, que luego ya ni me saludaba. Y hay más, disfruté mucho participar con Plastilina Mosh y me sentí halagado con un homenaje que me hizo Adal Ramones; ojalá que sigan llegando cosas como esas.
Hoy en día Johnny Laboriel ofrece shows privados y presentaciones en teatros del pueblo; “es una gira que se llama Lo que caiga… (risas) pues sí, para qué te haces pendejo, ¿no?”
– ¿Pero le va bien?
– Es parte de lo mismo, te enfrentas a la mafia del espectáculo que tiene todo concentrado, lo mismo que las disqueras, y si no tienes una, no tienes voz. Yo he intentado grabar y no se abren las puertas, incluso un amigo le invirtió como 300 mil pesos para que yo grabara un CD, pero la mafia está cabrona, es muy difícil si no tienes un gran equipo de publicistas.
Hasta ahí llega la entrevista. “Don Johnny, en verdad muchas gracias por su tiempo”, digo con sinceridad, pero ni así me salvo de la carrilla:
-Ándale cabrón, te mando un beso en la boca, pero no te vayas a ir a masturbar, ¡cuídate!