I
Sonaba en alguna estación de radio de la Ciudad de México, una canción de Juan Gabriel. Entonces canté con sentimiento un fragmento de Hasta que te conocí, intentando sacarle una sonrisa a la hermosa copiloto que me acompañaba esa noche de vuelta a Toluca, con mi interpretación.
Pero eso fue un error. Me dijo que “no escuchaba radio y que no le gustaba Juan Gabriel”. Aderecé: “¡pero si es el año de Juanga!”, no sólo por sus disco de dúos, sino por su serie televisiva. Luego le conté que pretendía ir con algunas amigas a su concierto en Bellas Artes el próximo mes de diciembre. Seguimos nuestro camino sin imaginarnos que días después nos dejaría, de putazo, el Divo de Juárez.
II
El domingo 28 de agosto de 2016, alrededor de las tres de la tarde, la noticia comenzó a correr como pólvora en los medios electrónicos y en las redes sociales. Juan Gabriel había muerto de un infarto en los Estados Unidos.
Ese domingo ya no era cualquier domingo. Los que pensaban que Juanga era inmortal se llevaron una dura sorpresa. Entonces le conté —mediante Whatsapp a aquella hermosa copiloto— lo sucedido y me respondió: “un comentario más sobre Juanga y golpearé a alguien”.
III
La tarde del último domingo de agosto de este 2016, después de confirmarse la muerte de Juan Gabriel, en las redes sociales se escribieron textos en contra y a favor del cantante que vale la pena rescatar. Karina Almaraz, una periodista de la Ciudad de México, apuntó: “Juanga, el homosexual que ilustró la vida sentimental de un país machista y homofóbico. En sus corazones pu…s”.
En tanto, el escritor tapatío Antonio Ortuño, con su ironía ya acostumbrada señaló: “ No he leído a nadie quejarse del homenaje fúnebre a Juanga. En cambio, he leído a muchos renegar de sus detractores invisibles. ¿Por qué tendría que ser unánime el gusto por Juanga? ¿Por qué sería alguien vil o mentiroso si dice que no le gusta? Su Juanga, monolítico y unánime como un Papa, me parece mucho menos interesante que el Juanga mercenario, bajofondero y medio freudiano que yo recuerdo”.
Así, una cascada de comentarios se dejaron venir en Facebook sobre el popular compositor que no tenía ni teléfono, ni Facebook, ni Twitter, ni WhatsApp ni “nada nada nada…” como entonaba en su canción que solía interpretar con Rocío Dúrcal: Déjame vivir.
A algunos como el escritor “neonaco” Nicolás Alvarado —que tampoco usa Twitter ni Facebook—, le quedó guanga la muerte de Juanga.
IV
Muy tarde decidí asistir al homenaje espontáneo a Juan Gabriel en Garibaldi. Lugar donde hay una estatua de él. Llegué al lugar a las tres de la mañana y mientras caía una lluvia tenue en la explanada de ese emblemático lugar, escuché a una joven, rodeada por un mariachi, cantar Así fue. Más adelante platiqué con un chico gay que acaba de llegar de San Luis Potosí para ver la estatua de su ídolo, la cual estaba llena de flores y veladoras encendidas, y a quién fue hacerle un oración. En tanto, Ernesto, un hombre de 40 años, se acercó y me contó que admiraba al cantante: “¡era multimillonario y se fue sin nada!”. Ese hombre, que vende cigarros y chicles en Garibaldi, me confió que muchas veces pasaba frente a esa estatua sin tomarla en cuenta, pero hoy tomó otro sentido en su vida.
Otra mujer, originaria de Veracruz, me dijo que amaba al Divo y que tenía todas sus películas y discos. Una señora, con bastón, quien dejó casi a las seis de la mañana Garibaldi para regresar a su casa me comentó, sentada ya en la parada del trolebús, que la gente gritaba: “¡Paro nacional, por la muerte de Juanga!” Ahora sabemos que no hubo eso sino la visita del antimexicano y racista Donald Trump, invitado por nuestro “maravilloso” presidente Enrique Peña Nieto, a quien “lo bueno casi no cuenta pero cuenta mucho”.
La imagen que observé de esa madrugada de lunes, fue realmente melancólica y decadente. Eran las 4:30 am y sólo quedaban algunos fanáticos que rodeaban la estatua de Juanga, mientras bebían alcohol y cantaban sus canciones, también quedaban algunas chicas con cuerpos de ensueño. Ellas esperan un taxi a las afueras de un table dance mientras se oían canciones del michoacano.
Más adelante uno de los policías, que estaban jodiendo a un gay porque según quiso asaltar a un tipo cuando lo que pasó es que se resbaló tras éste, se acercó al pequeño grupo que homenajeaba a Juanga para advertirles que ya era hora de retirarse. Así, la estatua del ídolo, se fue quedando cada vez más sola en ese after melancólico.
La ciudad ya comenzaba a despertar.
V
Días antes de la muerte de Juan Gabriel, me comía unos tacos de suadero en Toluca, el taquero me comentaba que en el nuevo programa de Joaquín López Dóriga, en Televisa, pues había una televisión encendida y colgada sobre la pared del local, discutía sobre el matrimonio entre personas con el mismo sexo, así como la adopción de niños por parte de las parejas homoparentales.
El hombre que servía los tacos me subrayaba a cada momento que él no era homofóbico, pero que le parecía que eso de que las parejas de homosexuales adoptaran niños era “usupar” algo que sólo debe ser permitido para parejas naturales.
Intenté dialogar con él y explicarle que nosotros no somos nadie para decidir por los demás y que asumiríamos el tema de la homosexualidad distinto, si tuviésemos algún familiar con preferencias sexuales diferentes a las nuestras.Me acabé los tacos y aunque la discusión fue cordial, no logramos llegar a ningún punto conciliatorio.
Me pregunto qué pensará ese taquero sobre este tema, ahora que la muerte de Juanga sacó a las calles a cientos de fanáticos. Ya, incluso, algunas personas dudan que Juanga fuera homosexual. Y claro, pues qué santo se le permite ser homosexual. Imposible. Ni dios lo quiera. Pero ya lo dijeron en Garibaldi, al pie de la estatua del cantante, ese domingo 28 de agosto —el mismo día que se va a visitar a San Juditas Tadeo—, “Sin maricones no hay revoluciones”.
VI
“Todas mis tías darían cualquier cosa por estar aquí”, dice una mujer a su acompañante en el tumulto de gente que se comienza a arremolinar frente a Bellas Artes, mientras Aída Cuevas canta Amor Eterno a las afueras de ese palacio que recibió minutos antes de las cinco de la tarde las cenizas de Juan Gabriel.
A las tres de la tarde, en el metro Bellas Artes ya se vendían discos y banderines como si fuéramos a un concierto en vivo del Divo y no un homenaje póstumo de este ídolo que dicen algunos que no tiene comparación.
La gente espera entrar a ese recinto para ver las cenizas de Juan Gabriel. El mismo lugar donde en los años 90 cantó con la Orquesta Sinfónica Nacional, provocando la queja, en esos tiempos, de varios intelectuales.
Después de una lluvia, que pretendía asustar a los asistentes, alrededor de las cuatro de la tarde, la urna que contenía las cenizas del cantante llegaron al palacio. Algunos del los que hicieron fila, desde mediodía, pudieron entrar para despedirse del autor de melodías como No tengo dinero.
Felipe Melchor, uno de los cientos de personas que asisten para despedirse de Juanga, lleva en sus manos una foto de él con el compositor. La imagen, nos comenta, es de una conferencia prensa del año de 1998, en el Sanborns de los Azulejos.
Entre muchas señoras, algunas con lágrimas en los ojos, un dueto de gays cantan alegres melodías del artista fallecido hace una semana. Les pregunto su nombre, dicen: “somos diputados” y corrige uno de ellos: “¡diputadaaas!”. “Somos de la calle”, advierte una de ellas mientras me sonroja con su coqueteo.
Directo de Ecatepec, viene saliendo de Bellas Artes Anathan Briz, quien se nombra amigo de “Alberto” y quien viene a despedirlo. El hombre, estilista de oficio, cuenta que algunas vez anduvo en “paños menores con Juanga en la Condesa”.
Felipe, Alan, Israel y Salvador visten colores intensos. Uno de ellos carga la bandera del Orgullo Gay. “Fuimos de los primeros en ver las cenizas de Juanga”. “Yo fui el número trece, cuando se escucha Amor Eterno”, expresa Israel que vino desde el Estado de México.
VII
En los dos días de homenaje, la presencia colombiana es importante. “En mi casa se escuchan canciones de Juan Gabriel”, cuenta Alexandre James, quien formó parte de los artistas, durante cuatro años, del Circo Atayde. Él está parado en un pequeño poste sosteniendo entre sus manos la bandera de su país y dice no estar de acuerdo que no le hicieran una ceremonia de cuerpo presente. Esta opinión no es sólo de él sino de varios de los ahí reunidos.
Eliana Jordán se encuentra la fila infinita que rodea Bellas Artes. Ella, de 37 años, se compró un boleto y una estancia de siete días en México para vivir los homenajes a Juan Gabriel. Mañana en la tarde sale su avión de vuelta Bogotá.
Ahí mismo se encuentra Margarita, una señora que dejó Pachuca para estar acá. “Juanga es mi novio, mi ídolo, mi amante, mi todo”. A su lado está Karina, una chica que se llama así por una canción del Divo que se llama así. “Es de ley que la pongan en mi cumpleaños”.
Un hombre con su guitarra abrazada entre sus manos interpreta una canción conformada por varias rolas del Juanga y un señor de traje —y sin corbata— me interrumpe para preguntarme: por qué había decidido estar ahí. Le comento que me dedico al periodismo, él también es periodista. A Julio León Sardaneta, quien escribió por varios años en el diario Excélsior sobre espectáculos y política, le explico algo similar a lo que escribí en mi Facebook un día después del deceso del interprete de Amor eterno:
“La verdad es que a mí si me significó algo la muerte de Juanga. A mi madre, quien falleció el 13 de julio, le gustaba. Me enteraba de su serie por ella. El último disco que se compró, en medio del maldito cáncer, fue el del homenaje y todavía hasta sonó a todo volumen en su camioneta cuando viajábamos de Toluca a la Ciudad de México para ver a sus doctores. Personalmente tanto la muerte de David Bowie y la de Juanga son como dos paréntesis simbólicos que acompañaron a mi mamá y a mí en su última etapa de vida y ahora solo a mí en este inicio del fin de un tiempo de luto al quitar las flores marchitas, del día de su velorio, el sábado pasado para ponerlas en una bolsa negra y llevarlas al bote de la basura y así dejar que entren nuevas energías a la casa. 2016 es un año que nunca olvidaré de aquí a lo que me quede de vida”.
Entre el remolino de gente, Sardaneta, me cuenta que conoció a Jim Morrison cuando vino a México, en los años setenta, que no lo pudo entrevistar, pero que estuvo observándolo durante cuatro noches cuando el rockero iba a ver a Gloria Lasso a un antro llamado Qued. Luna de miel, canción que cantaba la Lasso le gustaba a Morrison. También me dice estar sorprendido ya nunca había visto tanta convocatoria por una personaje popular. Nos despedimos, no sin antes decirme: “observa, observa, observa”.
Ahí mismo está Juanito, ese político de nombre Rafael Acosta, que fue Jefe delegacional de Iztapalapa. No tengo dinero es la canción que más le gusta del homenajeado. Algunas personas se toman fotos con él mientas les entrega tarjetas de presentación, pero conforme empiezan a sonar las canciones de Juan Gabriel con sus propios músicos, Juanito se hace pequeñito.
Esas mismas melodías provocan que un grupo de señoras se tranquilicen, después de estar cerca de una hora protestando frente a los policías que impiden el paso a la explanada de Bellas Artes. Esto tras enterase que que la últimas personas que podrían ver la urna son las que llegaron a las 7:30. Con gritos de: “¡Queremos entrar, queremos entrar!”, ese grupo de señoras, de la tercera edad en su mayoría, enfrentaron a los policías que les pedían que se calmaran.
VIII
Después del homenaje póstumo a Juan Gabriel viene el desmonte de todo el show. Lulú se encarga de limpiar las afueras de Bellas Artes. Es la una de la madrugada del miércoles 7 de septiembre, en la Ciudad de México, y ella recoge del suelo una cartulina que trae un mensaje al cantante, de quien no quiere contarme algo porque se le salen las lágrimas, sólo me alcanza a soltar que vio la urna por la tele y me regala una imagen sosteniendo esa cartulina en la que se lee en letras rojas: “Se fue la J más preciosas del mundo, adiós Divo de América”.
Durante el homenaje póstumo a Juan Gabriel, sus imitadores se reprodujeron como Pokemones alrededor de la Alameda Central y más adelante hay un Miguel Hidalgo que grita: “Viva México, viva Juan Gabriel”. Todo parece ser que el 15 de septiembre se nos adelantó y no hay para cuándo termine.