Hoy hablaré de la escritura, de lo que el acto de escribir significa para mí en medio de un mundo tumultuoso. Para tal propósito me valdré de algunas citas de autores para quienes la literatura lo significaba todo, su vida entera. Uno de ellos es, como bien sabemos, Franz Kafka. Hace unas horas releí algunos fragmentos de sus Diarios y me aprendí las siguientes palabras: “Escribo, a pesar de todo, categóricamente; es la lucha por la conservación de mi existencia”.
La escritura significaba para el gran escritor checo el único medio de salvación frente a un entorno hostil y despiadado. Un lugar seguro y estable a pesar de las dificultades que enfrentaba al escribir. Incluso he llegado a pensar que hay un cierto aire de alegría en las novelas de Franz Kafka, contra la opinión de los críticos literarios que han sancionado el término “kafkiano” como una atmósfera intrincada, onírica y metafísica. Para refutar esta idea unánime, cito las siguientes palabras de El castillo:
´Nunca está de más enterarse de algo nuevo´, y se relamió los labios, como si lo nuevo fuese un manjar. K. no dijo nada conciliatorio: era bueno que fuesen teniendo un poco de respeto ante él; pero apenas sentado junto a Barnabás, ya sentía en la nuca el aliento de uno de los paisanos; venía, dijo, a buscar el salero; K. pataleó de disgusto, y en efecto el paisano se alejó corriendo, sin el salero.
¿No provoca un poco de risa la actitud del paisano entrometido que se marcha sin el salero por el evidente disgusto de K.? Como esos impertinentes que se ocultan tras las cortinas para escuchar las conversaciones ajenas. ¡Pero el paisano ni siquiera pudo obtener el objeto tan anhelado. ¡Un salero!
¿Por qué no pensar entonces que Franz Kafka utilizaba la escritura también como recreación? Entendida la palabra en su sentido más vulgar: una forma de fugarse de la realidad a través del juego, a través de las palabras. O a través del juego de las palabras. Creo que aquí supervivencia y recreación no se excluyen. ¿No es imaginable que Kafka se sirviera de la escritura para luchar contra la tiranía del mundo cotidiano y, al mismo tiempo, permitirse ciertas humoradas? Yo pienso que sí.
Sé que un séquito de kafkianos frunciría el ceño por lo que digo. En realidad no importa. Nadie apaciguará los latidos de alegría perversa que me provocan estas palabras que aparecen también en El castillo:
Horas en las que K. experimentaba sin cesar la sensación de extraviarse o de hallarse ya muy lejos, tan lejos en algún país extranjero, como no había estado jamás ningún hombre; una tierra extranjera en la cual ni el aire conservaba ya partícula alguna del aire natal, en la cual tenía uno que sofocarse y ahogarse en extrañeza, y bajo cuyas tentaciones absurdas no se podía, sin embargo, hacer otra cosa que seguir andando, que seguir extraviándose.
Lejanía. Extrañeza. Extravío. Extranjero. Palabras que resuenan en mi corazón como notas olvidadas.
Enrique Vila-Matas, uno de los autores contemporáneos que, desde mi punto de vista, mejor han comprendido la obra de Franz Kafka, afirmó en su discurso de recepción del Premio Rómulo Gallegos: “Porque digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”. Hasta en lo imposible. No dejemos de creer en la escritura. Quizá sea una de las pocas cosas que valgan la pena en este mundo.
Imagen: Koen Jacobs/Flickr
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