Me encanta leer en físico, sin embargo desde hace años leo los diarios en su versión digital. Dejé atrás la añoranza de la tinta en las yemas de los dedos, el olor del papel revolución y el desdoble de las ocho columnas, todo por practicidad. Y es que en los tiempos en que vivimos es inabarcable conocer lo que ocurre en el mundo a través de una sola publicación, ya sea por su línea editorial o simplemente por el límite de sus páginas (ni se diga la voracidad con la que se publican noticias virtualmente). En cambio, en la web suelo pasar de un diario local a uno estatal, después a otro nacional, y por último a uno global; nada más con un click.
Esa suele ser mi rutina: leer a mi criterio lo más relevante de cada uno y en una hora sentirme informado. Pero hace unos días ocurrió algo curioso, la fatalidad de lo virtual: la ausencia de internet. Aguardé un par de horas y nada. Me vi obligado a realizar una dinámica de otra época: ir a comprar un diario al puesto de revistas. Cosa fácil -pensé- tomando en cuenta cerca había tres. Al llegar mi sorpresa fue extraordinaria, uno se convirtió en negocio de venta de papas cocidas, fruta, dulces…, el segundo ofertaba rodilleras, tobilleras, guantes de box, peras y sacos para practicar ese deporte; y el último, que sí ofrecía unos pocos periódicos y revistas, su principal producto eran chanclas de plástico. Al solicitar la publicación, la joven vendedora negó tenerla y me miró como quien pregunta por un objeto de un relato de ciencia ficción.
Mala economía, malos tiempos, mala suerte… creí. Caminé unas cuantas cuadras rumbo al centro a un local donde estaba seguro no se repetiría la decepción. Efectivamente, logré hacerme de un periódico nacional que abarcara la necesidad del momento, empero al contemplar a detalle caí en cuenta, lo que en algún momento fue un negocio esplendoroso, lucía libreros semi vacíos y apenas una pequeña mesa con escasas publicaciones periódicas.
De inmediato, como actúa la memoria impulsada por la nostalgia, recordé mi interacción con aquellos lugares. De niño los visitaba regularmente para hacerme de estampitas Panini, comics o el diario dominical para sacarle de en medio las historietas de Archie y Marmaduke. De adolescente, daba vueltas ansioso frente a ellos preguntando por el precio de revistas cualesquiera hasta encontrar el valor para comprar la Playboy o la Interviú; que enrollaba vigilando nadie conocido me descubriera y llevaba deprisa a casa debajo de la axila. De adulto, antes de la revolución digital, solía ser un cliente frecuente que recibían amigablemente con un“¿Lo de siempre, joven?”
Al parecer el tiempo va borrando sutilmente los lugares que algún día nos brindaron placer y felicidad sin notarlo hasta que desaparecen. Pocos -yo uno de ellos- hemos sido testigos, beneficiarios y víctimas de las mutaciones de la vida.
Hablando de nostalgia, existe la que se aferra al pasado aunque el presente sea mejor, pero también hay otra, me doy cuenta, certera, sensata; a la cual hay que darle la razón.
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