La Civil (2018) es el resultado un curioso recorrido de Teodora Mihai. Se trata de una directora y guionista nacida en Rumania, criada en Bélgica, graduada en los Estados Unidos y que hace su primer largometraje en México. Presentada en la sección Un certain regard, la ópera prima de Mihai fue ovacionada en el certamen francés (hecho que utiliza como carta de presentación la distribuidora Caníbal). Al final se llevó el Premio a la Audacia, una de las menciones especiales que otorga el jurado.
La película se desarrolla en un pueblo indeterminado del norte. Ahí es donde Cielo (Arcelia Ramírez), recientemente separada de su pareja, se entera del secuestro de Laura, su hija adolescente. Cuando el pago de los rescates pactados no da resultado y ante la evidente indiferencia de las autoridades locales, Cielo decide iniciar su propia investigación para dar con el paradero de la joven.
El guion fue coescrito por el tamaulipeco Habacuc Antonio de Rosario y la propia Teodora Mihai. Inicialmente sería un documental basado en las entrevistas que sostuvieron con la activista Miriam Rodríguez, antes de que fuera asesinada a las puertas de su domicilio en San Fernando, Tamaulipas, el Día de las Madres de 2017.
¿Quién fue Miriam Rodríguez? Después del secuestro de su hija y ante la nulidad de las pesquisas policiales, se dedicó a identificar y perseguir de manera obsesiva a cada uno de los perpetradores. Armada con una pistola y disfrazada de empleada de salubridad o de encuestadora electoral, consiguió la información para capturar a diez de estos delincuentes antes de su muerte.
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Pero más que basarse en la historia de la activista, La Civil busca ofrecer un equilibrio entre la realidad. Es la versión de la propia Miriam Rodríguez y la ficción, en donde Cielo presencia casi sin inmutarse la ejecución sumaria de criminales. La cámara, muy cercana a la protagonista, nos invita a simpatizar con la imprudencia y el valor temerario con el que esta mujer enfrenta la escalada de violencia que azota a su comunidad.
Son más de dos horas de tensión constante. La cámara documenta las huellas de la violencia, con cientos de rostros de personas desaparecidas en volantes ajados por los elementos. Casas incendiadas, militares rondando por las calles y el habitual cobro de extorsiones. Pero más que el entorno, la directora retrata la transformación de su protagonista. La esposa que al inicio soporta estoicamente los devaneos y la pasividad de su marido, se convierte en una mujer resuelta que encara directamente a los militares y no teme a hablar cara a cara con los asesinos de su hija.
Así como la madre enfrenta a los criminales, el espectador debe encarar una violencia gráfica que no se agradece. Como en aquellas escenas de las cabezas decapitadas en el recinto funerario y los cuerpos expuestos en los refugios delincuenciales. La historia de una madre que arriesga su vida para conocer el paradero de su hija tal vez no requiere puntualizaciones sangrientas.
La búsqueda de justicia se convierte en venganza y de manera cuestionable la narrativa nos sugiere que la violencia se debe enfrentar con violencia. El sentimiento final es de indignación. No solo por lo que no hemos podido desterrar como sociedad, ni por la forma en que se representa la pantalla, sino porque sabemos que lo que vemos allá afuera es aún más aterrador.