Por Omar Arriaga Garcés
Acababa de ver la actuación de Nortec Collective en el Vive Latino y muchos decían que había sido el apogeo del grupo de Tijuana, que difícilmente alcanzaría una intensidad tan elevada y que más difícilmente la superaría. Se equivocaron. Bien pronto, en Cumbre Tajín 2013, hete aquí que Nortec se reinventa y se supera a sí mismo para ofrecer una presentación sin comparaciones en el Nicho de la Música.
Obscurecía en el Parque Takil Sukut de Papantla, Veracruz, cuando Emmanuel Jal, músico de Sudán al que sinceramente no conocía, terminaba su participación. Desde las ocho y media de la mañana, cuando me levanté para ir a buscar un baño y para encontrar la sala de prensa de Cumbre Tajín, había perdido a mis compañeros de viaje. Al regresar al campamento, estos habían empacado y se habían movido. Adónde, quién sabe.
Rave tras rave habíamos estado bailando toda la noche y caminando a las afueras del Parque Takil Sukut, luego de ver a Blind Melon, sin su vocalista original, mas brindándose en cada canción, y una memorable actuación de Billy Corgan y los Smashing Pumpkins.
Es una banda de los 90, que sólo le interesa a quienes la escuchaban en aquel momento, me dijo un día un conocido, y eso parecía que pensaban los chavales que atendían sin gran interés la soberbia interpretación de la banda en canciones como Bullet with butterfly wings, Zero, Today, Perfect, 1979 o Tonight, las canciones más esperadas de la noche por quienes exclusivamente habían viajado a Veracruz, como era nuestro caso.
No defraudaron los Smashing, ni dieron calabazas pese a la poca efusividad de un público no habituado a su música. Al contrario, fueron un poco más allá del deber y regresaron para seguir tocando cuando ya se habían despedido. Habría unas 25 mil personas, cuando mucho, presenciando en los jardines y bajo el escenario el recital de la mítica banda estadounidense.
Por algo tenía sueño; no debí ir al último rave como a las cinco de la mañana y sí en cambio armar la casa de campaña y dormir más temprano. De por sí estábamos exhaustos por el viaje en coche desde Silao, Guanajuato, vía el Arco Norte. No perdí la calma, y en cambio me acreditaron en la sala de prensa y me dieron de desayunar.
Entré al Parque Takil Sukut y recorrí los nichos: gastronómico (de Aromas y Sabores), Artesanal, de la Purificación, y vi cómo los totonacos transmitían a otros más jóvenes o a quienes se acercaran por propia cuenta algunos saberes de su comunidad: aquellos hacían telares, estos vestidos, unos cocinaban, aquellos aprendían a levar el palo de los Voladores, unos más tejían, otros contaban cuentos y, en fin, entrenaban distintas suertes.
Ingresé en un temascal y salí del recinto para buscar a mis compañeros, irremisiblemente perdidos. Caminé de regreso hacia la zona arqueológica de Tajín, de la que se quejan los antropólogos que es profanada por el turismo en esta celebración. No lo creo. A las afueras, presencié el ritual de los Voladores de Papantla, desde que el primero de ellos se levanta y empieza a caminar entre los cuatro puntos cardinales, pidiendo por la lluvia, hasta que el último baja y la ceremonia concluye. Había niños, señoras, muchachos, viejos y hombres de todas edades. Había veracruzanos, muchos, pero también gente de otras partes de la República y extranjeros.
Antes de ingresar a la zona arqueológica comí tres tacos: uno de chile relleno, otro de huevo cocido y uno más de cochinita pibil. No sé cuál de los tres estaba más sabroso, pero la salsa pica demasiado. Fui a la Pirámide del Trueno en primer lugar, me tumbé a la sombra.
Ya era cerca de la una de la tarde. Intenté comunicarme de nuevo con ellos, pero no había señal en los celulares. Mandé un mensaje de texto, indicándoles que nos viéramos a la entrada del Parque Takil Sukut en dos horas, hacia las tres de la tarde. Creo que me dormí un rato en una banca. Después terminé de recorrer la zona y escuché algunas relaciones de los guías. Me enamoré de una chica de vestido color vino y rostro afable, aunque parecía de Guadalajara creo que ni siquiera hablaba español.
Pensaba para mis adentros porqué mi prometida no habría querido acompañarme en este viaje, solicitando sólo un día de permiso en el trabajo. Ella se lo pierde, me dije. Con los dedos de los pies ásperos por el calor y por las maltrechas sandalias que calzaba llegué cinco a las tres a la entrada del parque. Me fumé un cigarro. Pasó media hora y luego otra media hora, y mis compañeros de viaje no llegaron.
Hacia las cuatro fui al comedor de prensa, quedaban crema de zanahoria, camarones y sopa de fideos, frijoles y omelette, y engullí todo con gusto. Platiqué con algunos reporteros. Una de ellos me contó los chismes de la política local y me recomendó ir a una presentación de una escuela de acrobacia dentro del parque, me comentó que era normal que los celulares no funcionaran; otros dos me contaron sobre las ediciones anteriores de Cumbre Tajín, sobre Björk y la importancia que había cobrado el evento. Intercambiamos perfiles de redes sociales. Me dijeron que alguna vez visitara Coatzacoalcos. Yo les conté que estaba perdido, y me dijeron, hombre, aquí nadie se pierde.
Ingresé al recinto y recorrí de nueva cuenta los nichos. Vi a algunos chavales practicando el ritual de los Voladores de Papantla. Me senté en un jardín a ver pasar a la gente y a escribir algunos apuntes en mi libreta. Fui a un salón de cuentacuentos para niños, donde los adultos eran los que más parecían divertirse. Traía el cargador de mi celular y lo conecté en una especie de cabaña. Me senté hasta el final. Me llegó un mensaje, decía: “nos vemos en la entrada de Tajín a las 2 de la tarde”, era un mensaje como de las 12 del mediodía, en el que me explicaban que se habían movido a la sombra y que me habían esperado más de dos horas y media sin que yo volviera.
Terminó el cuento. Había un puesto de libros en el que hallé una pequeña edición de los Vedas. 90 pesos. Compré más comida y quise llevarme muchos cuadros y muchas artesanías, aunque quizá se me rompieran durante la jornada, quizá tuviera que estarlas cargando y quizá ni siquiera ornaran mi casa en Morelia ya cuando estuviese de regreso. Opté por no comprar nada. Empecé a leer la introducción de los Vedas.
Pasó por el camino una señora con un altavoz invitando al respetable a asistir a un fandango que daría inicio en una especie de teatro al aire libre. Música de banda de viento, personajes como de carnaval, diablitos, una suerte de maringuías michoacanas, muchachos jaguar con las caras y el cuerpo pintados, hombres vestidos de militares, mujeres y hombres con paliacates en zancos, hombres y mujeres con máscaras de animales, niños con máscaras de animales, y una multitud que crecía a cada vuelta de la banda y de los personajes que hacían bailar a quienes se encontraban en la vía. Los empecé a seguir, la cámara se me había quedado en el auto y ya lo lamentaba.
Al final, regresaron al punto de partida, ese teatro al aire libre, ese escenario improvisado en que por más de una hora vimos danzar mientras palmeábamos a todos esos personajes en bailes tradicionales, hip-hop con letras en lenguas indígenas y un sinnúmero de actos circenses y de acrobacia. De pronto había caído la noche y en el Nicho de la Música ya estaba Emmanuel Jal, luego vino Nortec. Compré una cerveza y tardé más de 20 minutos en la fila. Sentí que me perdía la presentación de los tijuanenses.
Un muchacho de Xalapa me dijo en la fila que las ediciones de Cumbre Tajín anteriores siempre habían tenido ese nivel. Me contó algunos detalles soeces que por el bien de las mentes obcecadas en el delirio de la lucidez no transcribo aquí, pero que hacen ver que es una suerte de carnaval el que se desarrolla en esos días en Papantla. Regresé a escuchar a Nortec y cuando terminó, en lo más alto, fui por otra cerveza, tratando de no pisar a nadie, porque el suelo estaba tapizado de personas; adonde voltearas, había alguien, y las filas eran más largas, a pesar de que había incontables puntos de venta de cerveza.
Llevaba como 20 minutos en la fila cuando se escuchó un estruendo sobre el escenario y luces que apuntaban en todas direcciones. La fila donde estaba casi se vació. Avancé rápidamente y compré dos cervezas de dos litros cada una para no tener que volver a formarme. La muchachada corría y algunos casi me golpeaban, agitando los vasos que llevaba en cada mano. ¿Qué estará pasando?, pensé, que todos corren. No había escuchado yo a Calvin Harris, o mejor dicho, no sabía yo quién era ese dj del que todos traían camisetas.
Por ningún lugar se podía ir hacia adelante, todo estaba abarrotado. Y menos aún con las cervezas que llevaba. Si no me equivoco, Awooga fue la canción con la que Calvin Harris abrió, y los juegos de luces, y el set que traía el dj europeo eran fuera de serie. Ni siquiera con Depeche Mode ni mucho menos en algún festival de electrónica había visto pantallas de tal nitidez en la imagen (no vi el U2 Pop Mart, pero nunca me gustó U2): A un rayo de luz púrpura, que se veía desde la distancia lo seguía una lluvia de estrellas que iba con los beats de la pista, luego los planetas iban y venían. Era como un sueño en alta definición.
Me tomé una cerveza y me aventuré hasta adelante. No sé en qué instante pasó tanto tiempo, pero ya eran cerca de las diez de la noche. Día 24 de marzo. I feel so close, Colours, Sweet nothing y We found love, son de las pistas más celebradas por el numeroso público, de hasta 50 mil criaturas agitándose al ritmo de la música y coreando todas las canciones. Nunca había estado en un concierto con tal nivel de energía. Y comprendí de golpe porque nadie se había prendido el día anterior con los Smashing Pumpkins, ya estaban en otra época por entero distinta.
Fui hacia donde una noche antes habíamos estado viendo el concierto de los intérpretes de 1979 y Tonight, y ahí, luego de catorce horas perdidos, encontré a mis compañeros de viaje, que iban más por Fat Boy Slim, el dj británico que cerraba ese día el Nicho de la Música, que por Calvin Harris, y aunque su presentación prendió y tuvo un nivel de intensidad elevado, debo decir que no alcanzó a Nortec y mucho menos a Calvin Harris que, discúlpenme la expresión, les partió la madre por mucho con su espectáculo. Nunca había ido a Papantla, pero en un momento pensé, a eso de las una y media de la mañana, cuando ya se estaba terminando todo, quién se presentaría el siguiente año en Cumbre Tajín.
Nos preguntamos si quedarnos otro día más para ver a Julieta Venegas, Celso Piña y a los Tigres del Norte, pero estábamos francamente destruidos por ese día y medio en el que no habíamos dormido nada, y en el que habíamos estado bailando y caminando sin parar. Despertamos al día siguiente ya casi en la tarde. Y volví a la zona arqueológica de Tajín.
Casi al anochecer volvimos; no a Silao, sino a Morelia. En el camino de Veracruz Puebla había neblina y vimos un auto destruido junto a la carretera que se había estrellado, así como a un grupo de rescatistas tratando de sacar algunos restos que habían caído por un desfiladero. Llovía. De seguro había habido muertos. Prendimos los faros contra la niebla, pero igual no se veía nada. Lentamente, fuimos saliendo de aquel limbo. Compramos un par de cervezas en una tienda a la orilla del camino y más de uno se quedó dormido. Misael no podía, claro, él manejaba y, aunque estaba igual o más cansado que nosotros, no quiso dejarle a nadie más el volante y nos trajo de regreso.
Cuando me terminé la cerveza supe que debíamos habernos quedado al último día del evento, pero ya no dije nada, hambriento y cansado como estaba. Un día después en algunos periódicos leí lo que había sido Cumbre Tajín 2013, que aún no dimensionaba del todo: 496 mil visitantes, una derrama económica de 225 millones de pesos, 15 municipios de la región con ocupación hotelera del 100 por ciento, siete mil empleos generados, visitantes de 60 países y más de 300 medios de comunicación nacionales e internacionales cubriendo, entre otros datos bien sorprendentes.
¿Qué era pues aquello? Lo había dicho Salomón Bazbaz al terminar la última edición: “Es un festival diferente que reinventa los festivales, un modelo de regeneración cultural en el que el 95 por ciento de los participantes son de Veracruz, y sólo un cinco por ciento de fuera”. Lo siento por quienes no fueron, por quienes piensan que se trata sólo de estar en una gran cantina o de ir a ver unas cuantas bandas que se presentan durante la noche. Tal vez como cliché, pero he de decir que Cumbre Tajín es una experiencia difícil de describir y más difícil de transmitir, se la tiene que vivir para saber lo que significa. Nos vemos en el 2014, Papantla.