Por Omar Arriaga Garcés
La obra de Miguel Bernal Jiménez, El chueco, pone el énfasis en la tradición mexicana y española, una mezcla de motivos populares y música académica; a su vez, La consagración de la primavera, de Stravinsky, que cumple 100 años desde su estreno en París en 1913, es (tautológicamente) La consagración de la primavera. ¿Hay otra manera de decirlo? Ambas composiciones ejecutadas por los 80 músicos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México cerraron formalmente el Festival de Música de Morelia (FMM) en su XXV edición.
Luego de la ceremonia de clausura, en la que organizadores y un funcionario federal subieron al escenario a dar cuenta del FMM y su última versión de 2013, la Filarmónica de la Ciudad de México y sus 80 músicos -dirigidos por José Areán- interpretaron El chueco, un ballet de 25 minutos del compositor michoacano Miguel Bernal Jiménez, quien da nombre al evento, en el que los motivos prehispánicos y populares, como de juguetería y orfebrería, se mezclaban por momentos a una especie de música de carnaval, de torito de petate, de banda de viento de la Cañada de los Once Pueblos que, casi, se transformaba en un paso doble, pero volvía desde la que semejaba ser música de corrida de toros al tono juguetón y paródico de la que parecía de torito.
Acompañaba a la ejecución de El chueco la intervención visual de José Luis García Nava que, alternativamente, mostraba en una pantalla detrás de la orquesta algunos dibujos de personajes de la Isla de Janitzio que -en la Semana Santa- escenificaban la Pasión de Cristo mediante la Procesión del Silencio, y mostraba unas escenas de Bernal Jiménez mientras dirigía. Se complicaba la trama apenas aparecía una bailarina de danza contemporánea que hacías las veces de El chueco, al que cuatro niños con máscaras de diablo de Ocumicho, “viejito” y dos demonios seguían por las calles. Entonces el personaje se convertía en el tablado en el que las fuerzas del bien y del mal luchaban; los demonios atormentaban al Chueco hasta que unos ángeles indígenas comenzaban a tocar unas trompetas y lo salvaban.
De algún modo, El chueco se conectaba con la primera parte de La consagración de la primavera, de Stravinsky, “La adoración de la tierra”, en la que los motivos populares rusos iban en consonancia con las influencias perceptibles en la obra de Bernal Jiménez. Es de recordar que entre las propias influencias del compositor ruso están Alexandr Borodin, Mussorgsky y Rimsky Korsakov (y en general el grupo de “Los cinco poderosos”), todos músicos que abrevaron del folclor de su país.
En cuanto a la intervención visual que acompañó a la obra de Stravinsky, hecha por Stephen Malinowski y Éttiene Abelin, ésta se trató de una visualización de los sonidos, como cuando uno veía en el canal Arts las notas musicales en colores de alguna pieza de Chopin o Bach; un apoyo para fijar la vista durante la ejecución, aunque nada fuera del otro mundo. Habría sido más interesante ver la coreografía original del ballet de Nijiski en la pantalla, o alguna versión.
La consagración de la primavera es una obra que las rompe. En su estreno en París en 1913 el público estaba eufórico, pero por destruir el lugar. Parece que esta composición pone los cimientos para eso que hoy se llama “música contemporánea” (hay un antes y un después), además de que la coreografía de Vaslav Nijinski, que no tenía nada que ver con los ballets clásicos de El cascanueces o El lago de los cisnes, hizo enojar a la concurrencia parisiense, acostumbrada a las representaciones de la alta cultura.
Por si fuera poco, el tema de La consagración está fuera de lo común: versa sobre la Rusia del politeísmo, en la que se debe ofrecer a la tierra para que eclosione en frutos y alimentos, nada más y nada menos que sacrificios humanos, pues sólo así es susceptible de volver la primavera. Ya ven que eso de que la primavera sea la estación del amor y la armonía es sólo su faceta más edulcorada.
En la primera parte de la obra, los jóvenes juegan alrededor de los sembradíos, se reconocen y danzan. En tanto que en la segunda parte, “El sacrificio”, las adolescentes bailan para ver quién será elegida para el sacrificio hasta que una de ellas realizar un acto distinto al de las otras, y entonces las demás la alzan en brazos y la insertan dentro del círculo (sacrificial), bailando en torno a ella hasta que el dios la acoge en sus brazos. La potencia de la música lleva a la orquesta a emplearse a fondo, en especial a la sección de viento y a la de percusión, que tienen actuaciones estelares en la obra.
Una obra tal es la que escogieron Sergio Vela, director artístico del FMM y la Filarmónica de la Ciudad de México para concluir los 25 años del evento; por supuesto que no se equivocaron, pero había la duda de si la orquesta sería capaz de escalar una cima tan alta. Y, para no extendernos más en este texto, diremos simplemente que en todo momento mantuvieron la intensidad y, aunque no sin esfuerzo, ascendieron hasta que la adolescente fue sacrificada. Un excelente final para una excelente edición de aniversario del FMM. La Filarmónica de la Ciudad de México fue un poco más allá del deber, brindando una actuación superlativa, que hace honor a Stravinsky.