Revés Online

La libertad, el miedo y el poder en el lente de Paul Thomas Anderson

Por Ivan Madrigal

“La libertad es no tener miedo”, sentencia un personaje en Una batalla tras otra, la más reciente obra de Paul Thomas Anderson. Pero, ¿qué significa realmente no tener miedo? ¿Es la ausencia de temor un privilegio de los poderosos o la última trinchera de los desposeídos? Anderson, con su habitual destreza, no ofrece respuestas fáciles. En cambio, teje un tapiz de contradicciones humanas donde el miedo, la libertad y el poder se entrelazan en una danza tan cruda como poética, revelando las asimetrías más ásperas de nuestra sociedad.

La película, ambientada en un mundo donde las jerarquías sociales son tan palpables como el grano del celuloide que Anderson utiliza con maestría, nos presenta dos caras de una misma moneda: los que no temen porque lo tienen todo y los que no temen porque no tienen nada que perder. Por un lado, están los intocables, aquellos cuya riqueza y posición social actúan como un escudo impenetrable.

¿Qué es el miedo cuando puedes comprar instituciones, silenciar conciencias o incluso eliminar a quien se cruce en tu camino a plena luz del día? Para ellos, la libertad es un derecho adquirido, un lujo que no requiere esfuerzo ni sacrificio. Por otro lado, están los marginales, los revolucionarios, los perseguidos: aquellos para quienes el miedo es un lujo que no pueden permitirse. Pararse a temblar significa ser atrapado, flaquear, perder. En su lucha por la libertad, el miedo no es una opción; es un obstáculo que debe ser ignorado, porque las consecuencias de ceder son demasiado altas.

También lee:

Los ganadores del Animal Film Fest

Anderson, con una cámara que se mueve con la naturalidad de unos ojos humanos —nuestros ojos—, captura esta dualidad con una precisión que roza lo quirúrgico. Las imágenes, impregnadas del grano puro del filme, no solo son un deleite visual, sino un recordatorio constante de la humanidad que subyace en cada cuadro. No hay artificios innecesarios; la narrativa fluye con un ritmo impecable, como si la cámara misma estuviera respirando junto a los personajes. Y qué personajes.

En el centro de la trama, encontramos a un sujeto que encarna todo lo que la sociedad considera “indeseable”: Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), un hombre que no encaja, que desafía las normas, que carga con el peso de ser un padre fuera de los cánones. Frente a él, Steven J. Lockjaw (Sean Penn), un hombre galardonado, condecorado, el modelo de lo que la sociedad capitalista y protofascista exalta como “virtuoso”. Pero Anderson desmantela esta fachada con una ironía devastadora: el “héroe” socialmente aceptado es, en realidad, la peor escoria, un ser humano deplorable que falla no solo como padre, sino como persona.

Una batalla tras otra

Aquí radica una de las grandes preguntas de la película: ¿qué valor tienen los roles que la sociedad nos impone? Ser padre, ser hombre, ser “útil” para las élites capitalistas no es sinónimo de virtud, sino, a menudo, de sumisión a un sistema que premia la obediencia ciega y castiga la disidencia. Anderson no solo expone esta hipocresía, sino que la utiliza para cuestionar el poder mismo: ¿quién decide qué es deseable? ¿Quién paga el costo del miedo? Para los privilegiados, el miedo es una moneda que nunca gastan, porque sus redes de poder —instituciones, relaciones sociales, dinero— los protegen. Para los marginados, en cambio, el miedo es un lujo prohibitivo, un peso que no pueden cargar si quieren seguir adelante.

Te puede interesar:

Crítica: Los colores del tiempo

Una batalla tras otra es, en esencia, una meditación sobre el costo de la libertad. Anderson no se conforma con señalar las desigualdades; las disecciona, las pone bajo un microscopio y las confronta con una humanidad que duele. No es una película que busque complacer o moralizar, sino una que invita a mirar de frente las contradicciones de nuestro mundo. Es cine puro, sin concesiones, que no pierde el ritmo ni la capacidad de emocionar.

Muy recomendable para quienes buscan un cine que no solo entretiene, sino que provoca, interpela y deja ecos. Paul Thomas Anderson, una vez más, demuestra por qué es uno de los grandes narradores de nuestro tiempo, capaz de transformar las batallas cotidianas en un retrato inolvidable de lo que significa ser humano.

Salir de la versión móvil