En su momento la nominación a los premios Oscar de La niña callada (An cailín ciúin, 2022) no generó demasiada atención de los medios (en buena medida por formar parte de la terna de películas de habla no inglesa). Sin embargo, a la larga fue la que tuvo una exposición más prolongada. Desde su estreno en febrero de 2022 en la Berlinale hasta su reciente presentación en la cartelera local, ha sido un largo recorrido.
Si bien fue un tanto sorpresiva su irrupción en el plano internacional, lo cierto es que el director Colm Bairéad tiene una larga trayectoria en la televisión irlandesa, gran experiencia tanto en series, como en documentales. Nacido en Dublín, en una familia que favorecía el uso simultáneo de inglés e irlandés, no es casual que el cineasta haya elegido esta última lengua para contar su primer largometraje de ficción.
Bairéad escribió el guion de La niña callada, basándose en el relato Foster, de la escritora irlandesa Claire Keegan, publicado originalmente en 2009 y reeditado en forma de novela corta unos años después. El texto, de menos de cien páginas, está editado en español por la pequeña casa editorial argentina Eterna Cadencia, con el título de Tres luces.
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Desde las primeras secuencias es evidente la intención de mostrar el campo irlandés. La cámara recorre un páramo verde y soñoliento, mientras se escuchan los gritos de una chica que llama a su hermana. La pequeña Cáit (interpretada por la debutante Catherine Clinch), yace entre la hierba y solo se levanta después de una tensa vacilación. Estas escenas de una niña rodeada de verdor se repiten a lo largo del filme, cuando camina silenciosa a sacar agua del pozo, en el momento en que mira por la ventanilla del auto que la lleva a su exilio temporal y mientras corre alegremente a recoger el correo matinal.
El interior de la casa paterna revela indolencia y desapego. La madre sobrepasada está embarazada por séptima vez, el padre exhibe su holgazanería y las hermanas sobreviven apelando a la indiferencia. Cáit, la más sensible, vive relegada por su timidez y un mutismo selectivo que le han ganado el calificativo de “rara”, no solo entre sus compañeros de escuela, sino también con su propia familia.
Cuando es enviada a pasar el verano en casa de unos familiares lejanos, Cáit arrastra un ambiente familiar cargado de secretos y vergüenza, al grado de revelar involuntariamente algunos síntomas de abuso. Pero animada por las pequeñas atenciones, la niña consigue ganarse el cariño de sus tutores temporales, incluso ante la reticencia inicial del hosco granjero, que muestra los primeros síntomas de ablandamiento con una pequeña golosina, dejada al paso en la mesa del desayuno.
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En su nuevo hogar le han dicho que no hay lugar para los secretos. Pero después de un velorio, una vecina chismosa le revela el secreto que ocultan sus amables cuidadores. Para el espectador no hay ninguna sorpresa, las pistas están ahí, en las fotos de la repisa, en la ropa prestada y hasta en el papel tapiz de locomotoras en la recámara, pero para Cáit, el descubrimiento le brinda una nueva perspectiva sobre el papel que ocupa en esa familia.
Por momentos bordea peligrosamente las tentaciones más burdas del melodrama. sin embargo, el cineasta irlandés consigue un guion que privilegia los silencios y las imágenes del entorno. Así logra contar una historia sólida y entrañable de transformación, con naturalidad y calidez nos muestra cómo el dolor y la vergüenza pueden convertirse, con un poco de voluntad, en amor y ternura.