Por Raúl Mejía
No están ustedes para saberlo, pero yo sí para contarlo: BB King vino a Morelia. Lo confieso: llegué a pensar que todo era producto de mi imaginación, un vil sueño porque no hay evidencia documental como aval del hecho, pero lo juro: BB King vino y tocó en la ciudad de las canteras rosadas.
No estoy seguro si eso ocurrió en 1975 o 1976 y rechazo cualquier sugerencia en relación a una fecha posterior a esos dos años. Ahí les va lo que recuerdo:
En esa lejana década de los setenta, todo lo relacionado con el rock era satanizado y el blues, de manera económica, estaba vinculado a ese género musical. Rocanrolear era un riesgo y las posibilidades de terminar trasquilado, correteado o entambado por la policía era lo normal. No parece cierto, pero lo era.
Rockear era caro
Estar al día en materia musical no sólo era difícil sino muy caro. Ya lo habían prescrito los dioses de la economía: “lo más caro es lo que no hay” y en la hermosa provincia mexicana era tarea compleja adquirir acetatos rockeros y no teníamos ni una versión Patito de estaciones de radio como la chilanga Radio 590 (La Pantera) pionera en eso del rocanroleo. Un buen disco se cotizaba muy alto en el mercado.
Mis requerimientos básicos en la materia eran satisfechos por un par de amigos con poder adquisitivo: Crispín Rico (hoy experto en deportes) y Alfonso Segundo Dueñas (quien todavía no me devuelve dos acetatos que le presté hace treinta años cuando menos; si lo ven le avisan de este reclamo).
Gracias a esos sujetos pude copiar, en los mitológicos cassettes Sony, las propuestas de Uriah Heep, Led Zeppelin, Pink Floyd, James Gang, Who, Grateful Dead, Jethro Tull y otros señeros personajes. A nivel nacional y de manera casi clandestina, la rifaban grupos como Three Souls in my Mind, Dug Dugs, El Ritual, Bandido (buenísimos estos batos), Tinta Blanca. A escala municipal sobrevivían dos “grupos gruesos”: La Diligencia y La Edad Media, de grata memoria.
Nadie lo creía
La cosa fue así: se corrió la voz de un hecho insólito: BB King estaría en Morelia en lo que hoy son las instalaciones de la Casa de la Cultura. Parecía una tomada de pelo, pero con un grupo de amigos nos trasladamos a ese sitio. Si mal no recuerdo, en el grupo iba Memo Ramos, Aris González, Rafael Campos, Jaime Cendejas, Jesús Isarrarás y creo por ahí andaba un tipo hoy muy conocido: Salvador Jara Guerrero -cercano amigo de Rafael.
Nadie podía apostar por la veracidad del tal concierto. Podía tratarse de un fraude a cargo de un PP Kling, por ejemplo: “¿Te cae que se trata del negro BB King en persona?” –se preguntaban varios.
Desde temprana hora, la calle Morelos Norte (frente a la puerta del edificio que albergó puestos de fritangas, autobuses guajoloteros y a cientos de estudiantes para luego ser la sede la cultura institucionalizada) congregó a todo tipo de mariguanos, drogadictos, greñudos, vagos y gente sin oficio ni beneficio. Así éramos catalogados los amantes de la buena música.
Supe que el asunto era serio cuando vi por ahí a un tipo famoso: Armando Nava (integrante de una banda de prestigio: los Dug Dugs) y creo también por ahí andaba el también famoso Salvador Munguía (mejor conocido como “el Chavita”, rockero de cinco estrellas en la antigua Valladolid, hoy Morelia). Con esos avales, me quedó claro que BB King estaba en mi ciudad.
De la Casa de la Cultura al Auditorio Municipal
Las cosas, como era de esperarse, se pusieron densas porque el tiempo pasaba, las puertas seguían cerradas y el personal estaba ansioso por entrar al lugar de la tocada. Tengo la impresión, casi cuarenta años después, que las autoridades se imaginaron que la gentuza reunida en la calle armaría un desmadre y decidieron cambiar la sede. Todo fue en secreto. Subrepticiamente se llevaron al buen King y su banda a otro lugar.
No hubo un aviso público, sólo empezó a correr el chisme de que el toquín sería en el Auditorio Municipal, algo que al 97.4569% de quienes se enteraron del rumor les pareció una locura, una provocación: ¿BB King en el Auditorio Municipal? Ese era, sin la menor duda, el peor lugar del hemisferio occidental para escuchar música.
Yo fui de los dementes que creyeron el rumor delirante y convencí a mis amiguitos de ir en chinga hasta la nueva sede. Volvimos la mirada a los cientos de marihuanos y vagos sin oficio (pero muy decentes) que nos rodeaban y juraban que su Majestad BB King no podía tocar un lugar tan feo. Optamos por dejarlos con sus certezas inútiles y corriendo nos largamos de ese lugar. Arribamos todos bofeados a la miserable sede musical. Si en la Casa de la Cultura los riesgos de un desorden apenas cotizaban en la categoría de “eventuales”, en el Auditorio Municipal estuvo a dos rayitas de ser una realidad.
El Dios llegó vestido de blanco
Aquello fue, sin medida ni clemencia, un desastre. El lugar estaba retacado de puro gañán. Nada qué ver con los mariguanos, greñudos y haraganes citados más arriba. Los “portazos” fueron comunes. Con decirles que hasta un loco con su moto infernal logró entrar en medio del “concierto”. Luego de largas invitaciones a tranquilizarnos por parte de Armando Nava apareció un azorado King vestido con un traje blanco.
La gente estaba en muy mal plan (dudo que fueran auténticos amantes del blues; ésos se quedaron enfrente de la Casa de la Cultura… y sin concierto). El buen King, acostumbrado a presiones civiles de ese talante y chance peores, hizo un mesurado llamado a la sana convivencia (el clásico “peace and love brothers” desde el Olimpo) pero nadie lo peló. Levantando los hombros, como diciendo “pinches nacos”, optó por lo correcto: olvidarse de los bárbaros y tocar.
Santo remedio… bueno, casi, porque una parte del los asistentes se puso más demente. Ahí estaba, en persona, BB King escanciando el néctar de su arte, pero no se escuchaba nada. El sonido era infame. Apenas si puedo acordarme de que una de las rolas fue la magistral “The thrill is gone”. Lo tengo en la memoria, eso sí, clavado en su lira, con los ojos cerrados, tocando sin parar, sin pausas, durante unos cuarenta minutos antes de salir corriendo protegido por las fuerzas del orden.
Fue la primera y única vez que estuve cerca de una deidad. Una experiencia triste. Me dio pena. Ese negro se merecía todos nuestros respetos y atención, pero sobre todo un lugar digno para su arte. A cambio, se le ofreció la versión moreliana de un chiquero.
Creo que a partir de ahí decidí no volver jamás a una tocada en vivo.