Quai d’Orsay es una cinta divertida y veloz, exquisita en su planteamiento y con tantas bromas y retruécanos lingüísticos que por instantes resulta difícil seguirle la pista a los diálogos.
La última película de Bertrand Tavernier, estrenada al público en Francia el 6 de noviembre pero exhibida desde el 9 de septiembre de 2013 en el Toronto International Film Festival (TIFF), convocó un lunes de mayo de 2014 a cerca de nueve espectadores en el Golem, una pequeña y pintoresca sala de cine de arte, muy presentable y formal, en tonos color rojo y vino, ubicada en la capital de España.
Arthur Vlaminck (interpretado por Raphaël Personnaz) acaba de salir de la Escuela Nacional de Administración, cuando el prominente político Alexandre Taillard de Vorms (Thierry Lhermite) lo cita en el Ministerio de Asuntos Exteriores para una entrevista de trabajo. Previamente, la novia de Vlaminck elige la ropa que habrá de ponerse y le sugiere qué corbata portar con qué atuendo, además de señalarle la manera de comportarse ante un personaje tan poderoso.
En el Quai d’Orsay, la calle donde se encuentra el ministerio y con cuyo nombre se lo identifica, Taillard de Vorms expone al joven graduado -con toda la sutileza de que es capaz un estadista moderno- la encrucijada por la que atraviesa el mundo, la complejidad de la tarea de gestión y comunicación con otras naciones y, por ello, lo fundamental que resulta utilizar el lenguaje propicio que cada situación amerite.
¡Ya está! El ministro tiene una idea brillante, otra más de las que tendrá a lo largo de la cinta: el futuro de Vlaminck luce promisorio y entonces será él el encargado del “lenguaje”, el que llevará las artes políticas a un nivel nunca antes visto, quien renovará las palabras de un viejo juego cautivo por la retórica; es decir, él hará los discursos del Ministerio de Asuntos Exteriores, en pos de salvaguardar la paz planetaria.
Pero antes, habrá de lustrarse los zapatos y vestir mejor, pues en política forma es fondo, como descubrirá amargamente entre sus colegas, que a ratos lo impulsan a corregir su trabajo y a veces le ponen zancadilla del modo más cínico: la vieja comedia de enredos entre los cortesanos de palacio que luchan por la predilección del príncipe, sin una marcada inclinación hacia ninguno de ellos, que sólo se preocupan por sacar a flote sus propios asuntos.
Claude Maupas (que interpreta el actor Niels Arestrup) es el subordinado de Taillard de Vorms pero el superior inmediato de los otros cortesanos; pasa casi todo el día durmiendo y parece transigir y darle la razón al ministro en cada frase proferida y acción propuesta por éste.
Sin embargo, cuando la situación llegue al límite por la falta de tacto del político, que es como un ventarrón en torno al cual no puede haber calma, Maupas será el único capaz de ponerlo en su sitio, explicarle la diferencia entre las prioridades y aquello que es secundario, aparte de salvarle el pellejo a todos.
Un personaje que, sin duda, fue creado pensando en Maurice de Talleyrand, aquel viejo zorro de mar ministro durante el reinado de Luis XVI, la Revolución Francesa, el imperio de Napoleón y la restauración de la monarquía en la figura de Luis Felipe I; resumiendo: un ministro que sobrevivía a cualquier régimen y que, a pesar de burlarse del propio Napoleón en su cara no sólo una vez, le era tan indispensable que no osó ponerle un dedo encima.
Comedia la de Tavernier divertida y veloz, exquisita en su planteamiento y con tantas bromas y retruécanos lingüísticos que por instantes resulta difícil seguirle la pista a los diálogos; eso sí, con un guión impecable, actuaciones que cumplen y música sobresaliente a cargo de Philippe Sarde.
Quizá la única objeción que pudiera ponérsele es que dura un poquillo más de lo que debería durar y tal vez le parezca demasiado técnica a cierto público aunque, a decir verdad, la cinta del francés demuestra que los políticos, aquí y en China, son todos iguales. Y aunque indudablemente llegará tarde a México (más que en España), con seguridad quien la vea se reirá tanto como los nueve individuos reunidos una noche de primavera en un pequeño cine de Madrid.