Por Antonio H Vargas
Una noche atípica en la ciudad de las canteras rosas, lluvia intempestiva que dejó las calles mojadas y algo más que frío en el ambiente moreliano, sin embargo, las actividades del Festival de Música de Morelia no pararon.
La Orquesta Sinfónica del Estado de Michoacán (Osidem) tuvo una participación magistral bajo la batuta de su nuevo director, Miguel Ángel García. El teatro Melchor Ocampo, sede de la Orquesta, estuvo lleno en su totalidad, incluso hubo gente que se quedó sin poder disfrutar de la música llamada clásica, pues a pesar de ser un concierto gratuito, se requerían invitaciones para ingresar.
Miguel Ángel García, anterior violista segundo de la misma Osidem, presentó un programa complicado, interpretando a románticos compositores como el alemán Johaness Brahms y el ruso Piotr Ilich Tchaikovsky.
La primera obra presentada fue Obertura para festival académico; recordemos que ésta surge como un agradecimiento a la Universidad de Breslau, donde se le otorgó un doctorado honorífico. Para ello, el compositor tomó cuatro canciones alemanas de estudiantes y las combinó con temas propios. La obra es la invitación a disfrutar de la juventud y recordar que “polvo eres y en polvo te convertirás”. Se estrenó el 4 de enero de 1881 en la Universidad antes citada con la presencia de las autoridades.
La segunda obra que hizo gala en este escenario fue Concierto para violín y orquesta en Re mayor op. 35, de Tchaikovsky. Cabe mencionar que el galardonado violinista Cuauhtémoc Rivera fue el invitado solista, un personaje importante en la vida musical y académica de México. Una bella sincronía entre orquesta e instrumento solista dieron como resultado el deleite musical de una obra tan conocida del compositor ruso (tema del spot comercial de unas galletas que llevan canela). Los solos del violín de manufactura michoacana elaborado por la luthier Itzel Ávila inundaron el teatro Ocampo arrancando suspiros de los asistentes.
Algunos datos curiosos de la obra: fue escrita en la primavera del 1878 en Suiza a orillas del lago Lemán, donde el ruso fue a recuperase de una depresión a causa del desastroso matrimonio que casi lo llevan al suicidio.
Finalmente escuchamos Sinfonía no. 4 en Mi menor, op 98, la cual posee una gran musicalidad y enorme belleza sonora, y misma que fue su última gran obra.
Así terminó el concierto a cargo del joven director, quien demostró liderazgo en el escenario, así como convicción y amor por la música, una interpretación bella y limpia.