La tercera jornada de actividades de la sección de largometrajes mexicanos en el 17 FICM fue decididamente regia. La paloma y el lobo (2019), ópera prima del neoleonés Carlos Lenin Treviño fue la encargada de abrir la competencia este día. La cinta ganó el premio Swatch Art Peace Hotel en el prestigioso Festival de Locarno. Éste consiste en una residencia de tres a seis meses para el director en el prestigioso alojamiento propiedad de la empresa de relojes, el cual está ubicado en la ciudad de Shanghái, China.
El guion firmado conjuntamente por Jorge Guerrero Zotano y el propio Carlos Lenin nos presenta a los personajes del título, una pareja que decide abandonar Linares, su lugar de origen, debido a la violencia que impera en el lugar. Su destino es un barrio popular de Monterrey, en donde ella encuentra trabajo en una maquiladora y él se emplea en una fábrica. A los trabajos mal remunerados y al ambiente sórdido en que habitan, se suma un terrible secreto que esconde Lobo, un obstáculo al parecer insalvable para lograr la felicidad de la pareja.
Paloma y Lobo están plenamente definidos en el filme. El director nos remarca este contraste con un dije que cuelga en el cuello de ella y un enorme tatuaje en la espalda de él. Paloma y Lobo, que en el mundo animal son seres completamente distintos. Aquí comparten algunos elementos en común, las dificultades laborales (que incluyen riñas en sus centros de trabajo), así como su impaciencia ante un futuro mejor, el cual simplemente no llega. Desde un primer momento, nos damos cuenta de que la relación está condenada al fracaso.
La forma en como está estructurada la película, a base de planos fijos, escasos diálogos y voces en off, se traduce en una austeridad narrativa, no apta para los espectadores menos pacientes, aunque de cuando en cuando aparezcan algunos saltos en el tiempo que aminoran esta carga y al mismo tiempo nos hacen intuir el secreto que tortura a Lobo.
Las causas de su ensimismamiento se revelan cuando junto a sus compañeros de trabajo observa un video en un teléfono. Ésta es definitivamente la mejor escena de la película. Los rostros horrorizados de los trabajadores en la oscuridad, con los destellos del soldador a sus espaldas, enmarcados por los aullidos de miedo y dolor de una persona a punto de ser asesinada. Un horror que parece interminable.
Y es que la violencia ha sido el común denominador de los trabajos que se han presentado en esta edición del FICM. Carlos Lenin no la muestra de manera frontal, no es que la quiera ocultar, simplemente no es el tema de su obra. A fin de cuentas, el horror y la violencia son más efectivos cuando se intuyen pero no se ven.
Es un reflejo de los tiempos que corren, lo que no quiere decir que sea efectivo en la pantalla. De hecho, hay elementos que parecen no encajar en el conjunto de la película, como los adolescentes agresivos, amenazantes como los pájaros de Hitchcock, que por alguna extraña razón la toman contra la pareja. Tal vez representen el clima actual de las ciudades, que son una especie de promesa incumplida. Feas, sin oportunidades y violentas. Condiciones insalvables para un amor que no se ha consolidado y demasiado pesadas para el espectador trasnochado.
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