La Raya es un pueblo imaginario de la sierra de Oaxaca. Entre pinos y nubarrones, el pueblo destaca por la simpleza de sus costumbres, al igual que por sus altos índices de migración. De este lugar es Sotera, una niña avispada que vive con su abuelo tras la separación de sus padres que se quedaron en Estados Unidos. En este contexto, la aparición, en medio de la nada, de un lustroso refrigerador, permite a los habitantes del pueblo reencontrarse con sus seres queridos o en su defecto, a enfrentarse a ellos.
La Raya (2024) es el segundo largometraje de la cineasta oaxaqueña Yolanda Cruz, quien hace un par de años presentó su ópera prima Hope/Soledad (2021) en el FICM. La cineasta conoce muy bien la migración y el cine comunitario, gran parte de su obra está cimentada en estos temas. Si bien los acontecimientos suceden en un pueblo ficticio, están basados en Cieneguillas, Oaxaca, lugar de nacimiento de la directora.
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Aquí encontraremos las historias de los que se van y de los que se quedan. Vemos cómo los hijos reciben paquetes y escuchan las canciones que les dedican en el sonido del pueblo, pero extrañan a sus padres, les falta su presencia. También vemos a los ancianos que esperan con ansiedad la ayuda monetaria de sus hijos o las esposas que, cada vez más resignadas, rezan para que vuelva el marido del norte.
Pero la directora decide agregar un elemento extraño a estas historias que tantas veces se han retratado en el cine mexicano, un refrigerador. El electrodoméstico, más que enfriar las cervezas, es un monolito que traduce las esperanzas de quienes lo poseen, en su puerta bruñida se vislumbran los ausentes, todos aquellos que se fueron a Estados Unidos y que tal vez nunca regresarán.
La protagonista es Sotera, la niña que deberá tomar la decisión de marcharse a Estados Unidos con su padre o quedarse a vivir en el pueblo. Sin embargo, en este sitio imaginario todo gira en torno a Sandra (interpretada por Mónica del Carmen), una mujer emprendedora, cuyo negocio es el punto donde convergen todos los habitantes del lugar.
Con humor y algunos toques de ingenuidad, la película de Yolanda Cruz nos permite conocer la manera en que los habitantes de este pueblo imaginario respetan su lengua y sus costumbres. También ilustra la forma en que conviven con la migración, con añoranza, sin tanto drama, pero eso sí, con wifi y teléfonos celulares.