Se terminó el Festival de Música de Morelia Miguel Bernal Jiménez, mismo que cumplió con una edición sobria a la que se sumaron diversas actividades alternas. Con ustedes, la crónica de la clausura, encabezada por la Orquesta sinfónica Nacional.
Por Omar Arriaga Garcés
Una prolongación del viernes 28 de noviembre tuvo lugar en el concierto de clausura del Festival de Música de Morelia (FMM) durante la primera parte del programa, cuando un trabajo de la finesa a la que entregaron la Presea Miguel Bernal Jiménez 2014, Kaija Saariaho, fue interpretado por la Sinfónica Nacional, el cual recordaba las bandas sonoras de esas películas del espacio tan en boga estos últimos tiempos.
Una vez que finalizó Aile du sogne de Saariaho, y que la flautista Camilla Hoitenga, a quien por cierto iba dedicada la composición, dejó la orquesta; la segunda parte -más clásica y menos minimalista- corrió a cargo de Beethoven y su Novena sinfonía, que ya había cerrado otras ediciones del FMM: el director dio inicio hasta que los presentes estuvieron lo más cerca del silencio que pudieron.
Aunque le faltó poder al primer movimiento -ése por el que uno reconoce al compositor alemán-, tal vez fuera el recinto el que no ayudaba con la acústica a la ejecución; sin embargo, en el segundo, plana se escuchó la orquesta por instantes, sin matices, sin profundidad en la sección de cuerdas y a destiempo la percusión. Desfibrilada.
Un poco desafinado estuvo el tercer movimiento y, a los lados, casi para empezar el cuarto y último, dos personas se quedaron dormidas. Sobre la fila de arriba alguien improvisaba un concierto de nariz en do mayor.
Para alguien que vaya a escuchar la música, la experiencia de tanto ruido dentro de la sala durante toda la interpretación debe ser poco soportable. Había un Vargas Llosa pero en delgado molesto por las animaciones nasales del músico improvisado entre el público.
Sin embargo, se relajó y sacó su celular cuando comenzó el cuarto movimiento, el “Himno a la alegría” de Schiller al que Beethoven puso música. Y grabó la pista. “Alegría, chispa divina”.
En el cuarto movimiento de la Novena parece como si por última vez el creador se apareciera sobre la bóveda celeste para luego esfurmarse en definitiva.
En contrapunto con la primera parte del programa con Saariaho en que privaba el vacío, la sala se llenó con Beethoven antes de quedar de nueva cuenta en el silencio más absoluto. Era un cuento que había empezado por el final, pero que al final conducía otra vez.
“Arriba de la bóveda celeste está el creador…”, cómo se lo ocurría decir eso a Beethoven cuando ya Jean-Paul había recorrido las esquinas del cielo y había descubierto la huida de Dios.
Con Carlos Miguel Prieto al frente, la Orquesta Sinfónica Nacional cumplió, pero no fue tan emotiva como se habría esperado, aunque el público de Morelia se puso de pie y aplaudió salvajemente por espacio de tres larguísimos minutos.
Qué exagerados.