Por Ren B. Angón
…yo sé que te llevo dentro
Porque mi canto y mis versos
Siempre te quieren nombrar.
Niña me llevo todos mis sueños
Me voy esta noche lejos
Donde te pueda olvidar.
César Espada
Y así fue. Así ha sido. Así será por las siguientes nueve re-encarnaciones, porque hay olvidos que cuestan más de una vida.
Entonces, por la arteria principal de ese corazón ya fracturado y sin remedio, pasó un enjambre de plañideras de amores imposibles rumbo al zócalo y se instalaron ahí, untadas hasta la sombra de la deshonra de su necedad.
Con los años -como sucede con casi todas las buenas intenciones- muchas de ellas consumidas por la borrasca de su llanto, la ya afonía de sus gritos y la inutilidad de su amor desvencijado, terminó convertida en un polvo fino y gris que era comido por las palomas, barrido por las mañanas o dispersado por los borrachos que, trastabillando sus olvidos, cayeron sobre sus restos.
Y queriendo olvidar lo que atinaría a entender que le iba a costar nueve vidas y más eones, se proclamó por la ciudad un edicto de distancia, un voto de silencio y el toque de queda –bajo pena de muerte- para toda aquella incipiente sensación que tuviera el infortunio de parecerse al amor.
Se levantaron murallas, se colocaron portones, se tiraron puentes.
Nada quedó de lo todo conocido y en la lúgubre, oscura y acuosa cueva que desde entonces se convirtió en su casa, se recostó a pensar y repensar en soles y desiertos que le calentaran la memoria, los huesos, la nostalgia…
Durante años no se escuchó nada más que algo que se le parecía al silencio.
Era tan igual al desahucio de quienes mueren de sed en medio del océano, que se resignó a las mallugaduras del vacío, a la volátil tinta de las cartas, a la fantasmática sombra de las fotos viejas y a un recuerdo de sí, pero que no le resonaba.
Y sería tal vez que ya no se llamaba como se llamaba o que había dejado de nombrarse desde donde se sabía, y que en esa sintaxis de gramática que desconocía se le revolcaron las letras y los signos en un alud de jintanjáforas desbocadas.
Y aunque prefería el espeso silencio de la nada, no pudo negarse al feroz paso de la vida.
Y en una sola vida supo que le llevaría nueve la sutura de esa herida y supo que no había más remedio que vivirlas.
Se amuebló entonces el alma de victorias tan pequeñas que le cupieron todas en la mitad de un nombre con las letras necesarias para designar al mundo que aguardaba por ella en la inescrutable maravilla de todas las posibilidades.
Ren B. Angón (Ciudad de México)
Maestra en psicología clínica, psicoterapeuta privado, admiradora de las letras, coleccionadora de palabras, amante de los gatos, ermitaña acérrima, bruja titulada y escribidora ocasional.
Imagen: Anne Davys/Flickr
TE PUEDE INTERESAR:
Nueva palabra: crónica de una pandemia