No sé cuántos años tendría Leñero cuando vio llegar a un muchacho de lentes al que días antes Juan José Arreola había invitado a su casa para formar un taller de literatura que el propio chico tímido de las gafas había solicitado crear.
Vi sentenciar a un hombre
Para morir también
Primero dime su nombre
Y su apellido después
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Por Omar Arriaga Garcés
Arreola le habría dicho “claro que es posible hacerlo pero no aquí, y no en este instante, así que por qué no va usted a mi casa en la calle tal y tal y arreglamos lo de ese pequeño taller”.
Vicente era amigo de Juan José, aunque debía ser realmente joven, porque el muchacho de las gafas, un jovencísimo José Emilio Pacheco, estaba si no mal recuerdo en la escuela secundaria todavía.
Con su mirada penetrante, a Leñero no le pasó desapercibida la caterva de horas que José Emilio estuvo esperando desde que llegó a la casa para que Arreola le recibiera, lo que ocurrió horas después.
Leñero dijo que tras más de cinco horas a Pacheco lo estuvo derrotando una y otra y otra vez el hijo de Juan José Orso en el ajedrez, y que no fue sino hasta que Arreola se dio cuenta de que aún continuaba ahí en su casa que accedió a escucharlo y atenderlo y hasta como que lo recordó.
El ajedrez, una de las pasiones de Leñero, lo haría pasar de espectador del suplicio tablerístico a ser la propia víctima muchos años después, cuando narra en 2006 un incidente con el entonces campeón del mundo Veselin Topalov.
Pues ahí tienen que Leñero había dado un taller de dramaturgia en Europa y que un muchacho alumno del autor de Los albañiles le entregó su obra a la que sin misericordia el mexicano se encargó de hincarle el colmillo, señalándole todos los errores habidos y más porque, como apuntó, aquel joven era un tanto engreído.
Años más tarde en la Casa del Lago, esa que había sido inaugurada por Arreola con juegos de ajedrez multitudinarios, acogió a una serie de personajes de México para enfrentar al campeón del mundo de la especialidad, que resultó ser Topalov, el joven dramaturgo al que Leñero había puesto en evidencia.
Con una sonrisa sarcástica, cuenta el maestro en su crónica de la Revista de la Universidad de México de 2006, Veselin lo reconoció entre los contendientes que jugarían partidas simultáneas con él y saboreó con la mirada el encontrar a su antiguo rival entre los jugadores.
Leñero dijo entonces a su comparsa más cercano, también escritor ahora fallecido y harto célebre, que Topalov estaba poniendo más atención en la partida que sostenía con él y no en las que mantenía con los otros personajes mexicanos, por lo que se pedía a sí mismo aguantar al menos hasta cierto número de movimientos porque si no haría un ridículo total.
Con dilación y deleite, Leñero alarga hasta lo imposible la angustia que sintió en aquel momento y refiere cómo fue que el inevitable jaque mate cayó antes de lo previsto, lo que a Topalov causaría regocijo y en cierto modo lo reconciliaría con su antiguo maestro de dramaturgia.
Ya ven que no es tan difícil en unos años pasar de ser el espectador de una masacre ajedrezística a ser el protagonista mismo de una tortura que ni los chinos pudieron haber concebido.
Y tal como en el ajedrez en que caen primero los peones pero mueren defendiendo el rancho, así también en el juego de la vida reyes o alfiles, caballos o torres, o peones simples, vamos cayendo uno a uno y no hay por qué experimentar angustia, que tarde o temprano o más tarde que temprano todos habremos de ir a ese-no lugar donde un jugador mueve la mano de un jugador de ajedrez que mueve la mano del jugador de ajedrez que vemos
quizá
la partida apenas empezó para Leñero