Por Juan Antonio Magallán
Lo clandestino del espanto
La geografía caribeña está llena de islas, el archipiélago del Caribe visto en el mapa -acotándose a la analogía de Arciniegas- crea unos puntos suspensivos. Las islas invitaban a la aventura, al contrabando y la vida clandestina; grupos que huían de Europa confluían ahí.
“Los hugonotes perseguidos por los católicos, los católicos perseguidos por los puritanos, los puritanos perseguidos por los arministas, los judíos perseguidos por los cristianos, los caribes perseguidos por los españoles, los españoles perseguidos por la justicia, hacen allí sus campamentos” (Biografía del Caribe, 163).
El anterior es un fragmento que remonta a otro de los músicos cubanos de trascendencia mundial: Silvio Rodríguez. Arciniegas nos muestra ese lado del miedo y la huida, de la complicidad y la aglutinación de entes en las islas caribeñas, y Silvio nos entrega «Entre el espanto y la ternura», con una excelsa composición para coro; voz entera y sublime, cantada mentalmente quizás por los hugonotes, católicos, puritanos y judíos durante su encuentro con el desasosiego que a diario en las islas caribeñas vivieron.
Ternura caribeños
En el siglo XVIII el Caribe dejó (un poco) atrás sus trifulcas marineras; a los pueblos llegaron atisbos de la Ilustración y, con ella, ideas de libertad, independencia y revolución. En Norteamérica se levantan los pobladores de las trece colonias inglesas, en América del Sur hay revueltas y, en Haití, los negros realizan rebeliones.
La apertura al conocimiento a través de la circulación de periódicos y la organización de tertulias permitieron que la luminiscencia ideológica llegara a diferentes sectores. La libertad fue el motor de la búsqueda. En Cuba hacia 1707 se publicó el primer libro: Rúbricas Generales del Breviario Romano; y en 1721 se abrió la Universidad de la Habana.
Dichos acontecimientos destacan la forma en espiral del conocimiento; espiral que parte de un centro (el siglo XVI), de donde se va alejando a pasos forzados, incontrolada y progresivamente. El conocimiento durante el XVIII -tanto en Europa como en América- tiene tintes parecidos a la «Espiral eterna» brouweriana.
Esta obra musical comienza con tres notas, las que se expanden una a una, dejándonos a flote en lo infinito; la espiral denota un desarrollo y una libertad, es infinita, como la espiral de la vida misma, un conocimiento que no se detiene.
La espiral eterna
En el siglo XIX se logró parcialmente la emancipación hispanoamericana. Arciniegas lo describe como un rompimiento de ataduras a partir del conocimiento, de las ideas gestadas y aplicadas en Europa, donde se declararan los derechos del hombre y se establece el Contrato Social.
En Norteamérica, las colonias gozan de independencia, Hidalgo (teniendo como adherente la ideología religiosa) comienza el llamado para destituir a los peninsulares de cargos gubernamentales con el previo conocimiento del vacío de poder en España, a raíz de la invasión francesa; Bolívar hace lo suyo en Venezuela y José Martí publica sus poemas con tintes revolucionarios.
De norte a sur y de este a oeste, las regiones dominadas por españoles comenzaron a gritar por libertad, concepto para todos entendible al vivir en la opresión durante más de tres siglos. Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos de Norteamérica, mexicanos, cubanos, venezolanos y todos los pobladores de América Latina empiezan su emancipación.
¿Qué música suena en este intento por alojar al futuro como posibilidad? Brota un ritmo clamoroso, cambiando de un compás nostálgico y de derrota a un compás de sabrosura; armonía encabezada por la voz de Silvio Rodríguez en Cuando digo Futuro, con la que hay que dejarse envolver por la posibilidad de creer y de sentir al siglo XIX, embriagado por las olas del Mar Caribe, en tanto se convida a los emancipados a creer cuando se les dice «futuro».
Aquellos soñadores libertadores de Cuba: Plácido -Gabriel de la Concepción Valdés-, Narciso López -que no es cubano pero contribuye a la creación de una bandera, símbolo de un nacionalismo en formación-, Carlos Manuel del Carmen de Céspedes, Perucho Figueredo y José Martí, estuvieron presos, combatieron los remanentes españoles aun presentes en la isla, y desde la opresión escribían sus poemas. Martí es expulsado de Cuba y llevado a Madrid; grita a la libertad desde Europa, se mueve a Nueva York, prepara municiones (poemas y plomo).
El ideal de una «Cuba libre» se forja a partir de su muerte, bajo las siguientes premisas: “¡A las armas corred, bayameses, que la patria os contempla orgullosa: no temáis una muerte gloriosa que morir por la patria es vivir…!», invocación de Perucho Figueroa. Se suma aquella frase de Martí: “La Patria así me lleva. Por la Patria morir, es gozar más”, palabras que necesitan música análoga, aunque su poesía sea ya música en sí misma, porque las palabras de estos poetas no se leen, se cantan.
El final ha sido el principio
El lector que se ha transformado al escuchar las interpretaciones de Arciniegas, Leo Brouwer y Silvio Rodríguez, ha logrado emprender un viaje al Siglo de Oro, etapa de Europa en que se descubrieron “nuevos mundos” y que abrió canales para una creación cultural de mayor repertorio.
Logró también caminar al Siglo de Plata, en el que algunas potencias europeas celosas del poder que iban adquiriendo España y Portugal, institucionalizaron la piratería, siguiendo un destino manifiesto para invadir tierras en lo que hoy es América.
A partir de la guitarra brouweriana nos internamos en la espiral eterna del conocimiento, gestada en el Siglo de las Luces; se tuvo testimonio de la publicación del primer libro en Cuba y de la apertura de la primera universidad; pero, sobre todo, de la apertura al entendimiento de que la condición humana no es la de lacayo, sino la de libertario en una búsqueda constante, como muestra la prosa hiriente y porosa de los poetas de la libertad.
El final ha sido el principio: atender con simplicidad a lo que el propio Germán Arciniegas ofrecía; un deleite visual y auditivo, relacionado con obras cercanas a la narración del ensayista colombiano. Lo diacrónico y lo sincrónico en la historia no ha de cegar la creatividad; en este caso, no se presentan obras de la época, simplemente se toman como referentes para ejemplificar y poetizar, a través de la música, algunos hechos históricos.