Probablemente lo primero que viene a la mente cuando pensamos en un concierto de rock son los atronadores rasgueos de guitarra y los gritos de euforia del público. Esta imagen que resulta tan común en estos tiempos era impensable en la Unión Soviética de Brezhnev, en donde los escasos recitales debían ser autorizados previamente por el gobierno. Además, los asistentes tendrían que seguir una serie de reglas ridículas, cual colegiales de secundaria: conservar la compostura en sus asientos, nada de gritos ni alguna otra manifestación que pudiera considerarse subversiva por los agentes que controlaban los recintos.
Justamente uno de estos conciertos sirve como secuencia de apertura para Leto. Un verano de amor y rock (Leto, 2018), el más reciente trabajo de Kirill Serebrennikov, el cual fue presentado en el Festival de Cannes del año pasado, mientras su director purgaba una condena de arresto domiciliario en su departamento de Moscú. La acusación de hacer malos manejos de un fondo público encubre una posible variante política: Serebennikov suele hacer fuertes críticas a la influyente Iglesia Ortodoxa, así como a la clase gobernante de su país. En todo caso, el cineasta fue liberado en abril de este año con la condición de que no abandone la capital rusa.
La historia se desarrolla en Leningrado (la actual San Petersburgo), a principios de los años ochenta, puerto de entrada de la música más innovadora que se gestaba en occidente. La película describe la escena musical que se gestaba por aquellos días cuando ya se vislumbraba claramente el declive de la Unión Soviética. La ciudad contaba con un puñado de bandas ya establecidas entre las que destacaba la dirigida por Mike Naumenko. Su principal fan y promotora era su esposa Natalya. Pero la llegada de Viktor, un taciturno y talentoso cantante, puso de cabeza no solo a la escena musical de Leningrado, sino también a la tambaleante relación entre Mike y Natalya.
Con el tiempo, Mike y Viktor formarían algunas de las bandas más influyentes del rock soviético de los años ochenta: Zoopark y Kino, respectivamente. Ambos murieron trágicamente a principios de los años noventa y la película se basa en las memorias de Natalya, la única sobreviviente de esa agitada época en la que apenas se vislumbraban los proyectos de ambos músicos.
Rodada en un elegante blanco y negro, presentada por un buen grupo de actores e incluyendo una buena cantidad de temas de los músicos en cuestión, la película podría haber tomado una vocación biográfica. En cambio, Serebrennikov decidió ofrecer apenas esbozos de las relaciones que se tejieron entre los personajes principales, al tiempo que intercala una serie de números musicales en los lugares más inusuales. Temas de Iggy Pop, Lou Reed y Talking heads, son interpretados en autobuses, trenes y las escaleras de un edificio de departamentos. Mientras el director indica con intertítulos que tales escenas jamás ocurrieron.
Leto (que significa “el verano” en ruso), no es una película biográfica ni versa necesariamente sobre un triángulo amoroso. Es más bien un filme que retrata una época y el surgimiento de un movimiento musical en un ambiente represor. Este es el ascenso de la juventud ante una estructura caduca y cada vez más inoperante. A pesar de su caótica narrativa, la cual transcurre en un entorno que resulta ajeno a la mayoría de los espectadores, logra su cometido: situarnos en un momento en particular de la historia musical de un país.
TE PUEDE INTERESAR