La situación actual que vive Michoacán ha llegado a niveles inesperados; la violencia, la tensión y la crisis resentida por los ciudadanos del estado es tan latente que traspasa el conocimiento nacional, llegando a oídos y ojos de otros países (tantos) que ven sabrá dios con qué ojos las complejidades que cada vez parecen ser mayores.
Por Jaime Garba
Acá en México, nadie sabe qué hacer, pareciera que de pronto todo se salió de control en un hervidero súbito. Si bien la violencia, la crisis y otras situaciones de vida son parte de la historia de todos los seres humanos, parecía impensable llegar a límites donde el pensamiento y el sentir colectivo fuesen constantemente negativos.
Así sucede con la gente de Tierra Caliente, pero la onda expansiva llega a cada rincón de Michoacán y en algunos casos se puede percibir ese aroma a pólvora que ya es parte del ambiente de muchos lugares. Pero como buena costumbre mexicana hasta ser notorio el desmadre es que tomamos acciones en el asunto, y para subsanar el conflicto estatal, a los gobiernos se les hace fácil tomar medidas bonitas y pomposas que parecieran ser la cura a los peores males, olvidando que si estamos como estamos es naturalmente por el paso de los años, y la tergiversación que ha tenido el rumbo habitual de la vida de muchas personas, después de madurar y volver moneda de todos los días, la maldad que para muchos nos es ajena.
Se nos olvida que no es mala suerte que Michoacán esté en tal situación, que no es un problema de hace algunos años, más bien sus circunstancias, contextos y otros elementos volvieron factible esta realidad odiosa, cual peor pesadilla. Es así que las posibles soluciones a los problemas no deben ser tomadas a la ligera, pero tampoco deben constituirse como mágicos borradores de errores.
En días pasados, con los reflectores sobre el tema de la inseguridad en Michoacán, el presidente Enrique Peña Nieto anunciaba una noticia para muchos sorprendente, sobre todo viniendo de él; instruía al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes desplegar acciones culturales en las comunidades del estado como parte de una estrategia para recomponer el tejido social de nuestra flagelada entidad, siendo así, lo que denominó “Cultura para la armonía” que deberá transformar los espacios públicos a través del arte, y por supuesto a los individuos que habitan en ellos. Dijo el presidente que por medio de este programa se busca “florecer la identidad y vitalidad cultural de las comunidades”, pero es imposible evitar pensar que tan laureada idea es producto más bien de la ingenuidad que de la sapiencia.
Aunque no le quitemos el mérito a Peña Nieto, sobre todo porque en últimos meses se ha hablado mucho del recorte presupuestal a la cultura, entonces digno de celebrar en primera instancia es que piense en este tipo de estrategias más que en despliegues bélicos para hacer más grande la ya de por sí declarada guerra entre buenos y malos, pero la recepción con duda de este tipo de estrategias que se lanzan con tan aparente facilidad, solamente hace pensar que las cosas verdaderamente están mal.
La cultura y el arte, la primera siendo parte innata de toda sociedad, no puede ser vista con las propiedades curativas atañida por muchos, no podemos pensar que desplegando cientos de actividades artísticas: conciertos, exposiciones, talleres, actividades de fomento a la lectura, etcétera, se solucionarán los males de algún lugar.
Mienten quienes aseveran ese es el remedio, aunque lo digan los más grandes intelectuales, y no obstante, muchos estén de acuerdo en que el arte y la cultura vuelve más sensibles a las personas, jamás puede ponerse a estos aspectos como base fundamental del desarrollo humano, porque en realidad es parte integral del mismo, por ello puede considerarse como un error (o hasta un absurdo) pensar que los narcotraficantes dejarán de delinquir o traficar para volverse músicos, escritores, artistas visuales o directores de teatro, o que los autodefensas dejarán seguir la lucha a las fuerzas militares y federales para replegarse a apreciar conciertos, obras de teatro y exposiciones pictóricas, que el arte y la cultura vendrán a dibujar un arcoiris de fondo junto con una nueva y feliz realidad.
El problema de este programa es el ser proyectado como pieza medular de una solución, que se constituye de muchos aspectos, y mayor problema será aceptarla como tal, para eso debemos pensar lo que vive Michoacán en función de lo social, desde las raíces y no desde lo que percibe la sensibilidad y el ojo en la praxis de nuestros actuales y desafortunados días, porque definitivamente no sólo de arte vive el hombre