Llámame por tu nombre (Call me by your name, 2017), quinto largometraje de ficción que dirige el italiano Luca Guadagnino, había iniciado su periplo festivalero en Sundance, Berlín, San Sebastián y Toronto antes de conocerse sus cuatro nominaciones a los premios de la Academia, entre las cuales destacan las de mejor película y mejor actor para el joven Timothée Chalamet. Aunque no se encuentra entre las favoritas para alzarse con alguna estatuilla, la simple exposición mediática que ofrecen los premios le ha permitido llegar a una gran cantidad de público que rara vez se acerca a nuevas propuestas.
La cinta está basada en la novela homónima del escritor estadounidense André Aciman, publicada por primera vez en 2007 (en español está editada en Alfaguara con el título “Llámame por tu nombre”). La historia se desarrolla en una ciudad del norte de Italia a principios de los años ochenta. En ese lugar se encuentra la quinta veraniega del matrimonio Perlman, compuesto por un profesor experto en cultura grecorromana y una reconocida traductora. El cuadro lo completa Elio, de diecisiete años, quien queda perdidamente enamorado de Oliver, un estudiante estadounidense en sus veintes que acude a casa de los Perlman para terminar un importante proyecto académico.
Guadagnino parece tener cierto gusto por la multiculturalidad, por ejemplo, Cegados por el sol (A bigger splash, 2015), se sitúa en Italia, pero está hablada mayormente en inglés, además reúne actores de una gran diversidad de edades, nacionalidades y registros. Algo parecido sucede en su más reciente trabajo, el cual reúne a un grupo de histriones de diferentes partes del mundo y cuyos diálogos transcurren indistintamente en inglés, francés o italiano.
El tono del filme está determinado por el ambiente culto que se vive en la casa de los Perlman. Prueba de ellos son las abundantes referencias de autores, las estatuas de corte clásico y la amplia biblioteca que se reflejan en el talento precoz de Elio, quien toca varios instrumentos, escribe música y lee a montones, pero que no deja de hacer cosas propias de los jóvenes como salir a vagar con los amigos y escuchar música en los imprácticos walkman ochenteros.
La película transcurre prácticamente en una sola locación, la encantadora mansión del siglo XVII de la familia, la cual resulta ideal para transmitir la atmósfera calurosa y sofocante del verano italiano. Por otro lado, aunque parte de la banda sonora está basada en la música pop de los ochenta, el cineasta siciliano logra equilibrarla con la incorporación de temas clásicos e incluso un par de temas recientes del músico estadounidense Sufjan Stevens (The mistery of love está nominada al Oscar como Mejor canción original).
Claramente parte de los lugares comunes del romance homoerótico visto tantas veces en el cine: la diferencia de edades y el consabido despertar sexual de uno de los personajes. Pero hay que recalcar que el director italiano se toma su tiempo para cocinar el romance. No hay aquí amor a primera vista, el amorío avanza a trompicones y nos deja una la sensación de vaguedad, de cierta indefinición sexual, la cual al final resultará perdurable gracias a los sentidos o al amor, no se sabe. Por lo pronto, Guadagnino aseguró que le gustaría realizar una secuela para contar la historia de estos personajes diez años después… pero no olvidemos lo difícil que es mantener la emotividad de los romances pasajeros. Ya veremos que sucede.