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Gentiles amigos y amigas que me leen de vez en cuando: ¿a poco no está enigmática la frase del título?
La excretó hace un chorro de años un priísta ilustre (los hubo, aunque lo duden). ¿Su nombre? Jesús Reyes Heroles. Me caía rete bien ese señor.
Su enigmática frase sirve como música de fondo para un tema concebido en la reputadísima cenaduría conocida como “La cabaña del 47”, allá, en la Colonia Chapultepec. Único emplazamiento en donde decidí, hace unos veinte años, degustar el pozole.
Con una querida amiga llegamos con filo a la famosa fonda con ganas de dar la batalla en varios frentes: ya habíamos dado cuenta de una orden de enchiladas (sin pollo) y luego del pozolín, se perfilaban en el horizonte dos órdenes de tamales para llevar. Aquí un comentario crítico: los tamales ya no les salen tan sabrosos y cada vez están más escuálidos y secos, se desmoronan. Si alguien pasa por esa fonda, favor de comentarles del tema tamalero.
Justo al terminar el pozole me llegaron las sabias palabras de Jesús Reyes Heroles y me dije: “voy a escribir sobre las rebeldías, las resistencias y sobre otros conceptos que me traen vuelto loco”. Cuando terminen de leer mi escrito, la frase seguirá enigmática (porque es su naturaleza) pero tiene relación con el chisme que desarrollaré a continuación. A fin de cuentas, siempre es bueno tener frases chidas (y enigmáticas) a la mano.
Ora sí, empezamos.
A principios de este mes leí una frase feisbuquera y perfectamente afianzada en el lugar común: “Recordar es una rebelión”. ¿Cómo ven la frase? Está de lo más pedorra y la dijo una escritora puertorriqueña -Rosaura Pizarro- pero pudo decirla cualquier persona en el mundo.
Son de esas frases que sirven para todo. A Rosaura la entrevistó el periódico El País y bueno, ese periódico no entrevista a cualquiera. Por eso creo que la Rosaura se pudo poner profunda y soltar una frase más demoledora. Por ejemplo, “comer grasas saturadas es una rebelión… pero a la inversa” o invitarnos a ser terroristas del teclado y no comer hamburguesas de McDonald’s (como una forma de resistencia frente al capitalismo). El mantra de las hamburguesas de esa empresa sigue siendo muy taquillero y la conclusión ecuménica, razonable y empática siempre es la misma: “está bien, no las coman y sigan resistiendo. Lo que resiste, apoya”.
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Apenas puse la supuesta “conclusión ecuménica” pensé en una escuincla exitosa, mediática y ajonjolí de todas las protestas y resistencias del mundo: Greta Thunberg. Ella sí que sabe rentabilizar su ánimo solidario y rebelde. La vemos en cuanta protesta es suficientemente mediática. Sólo exige que al final haya policías amables que se la llevan cargando, le tomen fotos y aparezcan notas de su performance alrededor del mundo.
Se parece a Byung Chul Han, un filósofo muy activo en el ámbito editorial capaz de convertir sus artículos filosóficos de dos cuartillas… en libros de ochenta páginas y comercializarlos exitosamente… sí, como las protestas de Greta Thunberg.
Debo aclarar que hay libros de Byung que me encantan. Tampoco crean que lo abomino. Para nada.
Pero dejemos de debrayar y sometámonos al imperio de la cordura.
Nadie duda de la puesta en escena de términos como “rebelión” y de otros viviendo su mejor momento en la conversación cotidiana. De hecho, hace pocas semanas, Avelina Lésper (a quien tengo en alta estima por sus puntos de vista provocadores en asuntos de artes plásticas y otros menos elitistas) sacó un tema interesante en su columna del periódico Milenio (en su edición de Jalisco). La llamó “El contenido vacío” y se ocupa de analizar, con humor serio, terminajos que ya nos tienen “hasta la coronilla” de tanto usarse.
Van dos o tres: “Creador de contenido”. ¿Algún día esta micosis encontrará forma de autorregularse a través de las benditas leyes de la oferta y la demanda? Lo dudo. Sobre todo, porque la demanda (el consumidor) es cada vez menos exigente y si algo vive su mejor momento es la ausencia de talento (en los “creadores de contenido”).
Otro terminajo que aborda Avelina es la palabra “Tema” ¿les ha pasado escuchar su nueva semántica?: “mi tema es que no puedo ir”. ¿Les ha pasado toparse con alguien usando esa forma de hablar? A mí sí. ¿No es mejor decir -como lo menciona Avelina- “el problema es que no puedo ir”?
Hace unos días estaba hablando con una persona sobre unas láminas que compré para techar la cochera de mi jaula. Le pregunté si podían llevarlas hasta mi casa. Su respuesta fue “no hay tema, señor”. Me quedé con cara de pelmazo y eso obligó al vendedor a usar el lenguaje de sus ancestros: “quiero decir que no hay problema, señor”.
No me podrán negar el éxito desasosegante de una palabra que se la pasaba tranquila, sin molestar a nadie y de repente ¡zas! todo mundo la usa con efectos demoledores. Me refiero al vocablo “narrativa” o “narrativas”.
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Ora resulta que todos andamos elaborando narrativas en mala onda. Si el gobierno -esa entidad tan sensible a la crítica- se siente calumniado (o sea, siempre) no es por sus yerros, no. Ellos no se equivocan y son diferentes al resto de los mexicanos. Todo lo malo ocurre por “las narrativas de la oposición”. ¿En serio le preocupa al gobierno lo que digan las narrativas de la oposición o de cualquier insignificante contingente de ciudadanos? Hasta donde me han informado, no hay manera de oponerse a nada ni desestabilizar algo y así será por al menos otros dos gobiernos con la misma banda en el poder. Bendito sea Dios.
Pero las narrativas viven su mejor momento y casi siempre son aviesas. El poder, cuando es absoluto, lo primero que pierde es el sentido del humor. Si lo dudan, lean alguna de las primeras novelas de Milan Kundera, les dejo algunos títulos y se los juro: jamás se arrepentirán de leerlas: La broma, El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser… puras joyas.
Vuelvo a la rebelión, pero ahora mezclémosla con otro concepto muy apreciado: “la resistencia”.
Creo aún siguen en operación campañas de ciudadanos ejemplares invitándonos a “consumir local”. O sea: preferir las tortas de doña Lupita en lugar de las baguettes de Subway, por ejemplo. “Consumir local”, en general, es una forma de resistencia frente a algo o alguien más fuerte. En la vida normal, sin chiste, la mayoría de nuestras “formas de resistencia” no implican un riesgo letal -nomás piensen en lo que pasa en el área palestina o con los migrantes en diferentes partes del mundo o las poblaciones mexicanas sometidas a la férula del narcotráfico.
Hay otras formas más barrocas: una amiga de origen polaco (o sea de Polonia) me comentó hace tres semanas, mientras valorábamos en mi casa un Macallan 12, que iba a heredar un chorro de lana y algunas propiedades. Lo de “un chorro de lana” es subjetivo. ¿Cuánto es un “chorro”? ¿Tres millones? Esa cifra es francamente pitera para Paco, nuestro “magnate hombre de negocios y dueño de medio valle de Guayangareo”, pero para un amigo en proceso de andar ligero por la vida, es el precio de su casa y representa todo su patrimonio. Como dicen los de Timbiriche en una rola que casi nadie recordará: “todo es tan relativo, amor ¿no lo ves?”
Le pregunté a mi amiga -cuyo nombre me reservo y además está bien complicado escribirlo- por el destino del chorro de lana y los bienes inmuebles en camino. “Debes tener cuidado, no actúes como un boxeador mexicano que gana el campeonato mundial de peso welter”. Me miró con cara de “what”. Su cara me lo dijo todo: pensaba dedicarse a gastar una parte del dinero porque “merezco darme algunos lujos ora que puedo hacerlo, querido; así que ni salgas con tus clases magistrales de mini economía”.
O sea, para entendernos, su plan es hacer lo que todo mexicano digno de respeto hace: gastar.
Me confesó no saber qué iba a hacer, pero eso sí, tenía una interesante fijación con las blusas de Hermès. Eso me pasmó y lo hice explícito: “¿Te puedes comprar blusas de Hermès? Estás cabrona”, pero no. No se ha comprado esas blusas. Sólo tiene el deseo de hacerlo al menos una vez en la vida y ya le echó el ojo a una primorosa blusa en twil de seda que presenta un relieve cuadriculado que evoca el motivo elegante y atemporal del “carré coaching”.
Aquí es el momento preciso en que algunos lectores se preguntarán qué carajos es eso y paso a responder sucintamente porque bueno, no todos tienen motivos para estar enterados del tema de la ropa de altísimo nivel: me refiero a la camisa clásica con estampado “coaching Déjà Vu”.
Ahí se las dejo.
Chequen el precio en Google. Mi amiga va por todo. ¿La podrá comprar? No puedo especular al respecto. Cuando a una rebelde le llega un chorro de dinero, no hay forma de resistírsele.
¿A alguien le importan esas formas de resistencia, de rebeldía? A mí, no.
Hay de otras: cuando una familia de clase media luchona ahorra y desea invertir en un negocio más o menos seguro y opta por… mmh… una franquicia de Oxxo, por ejemplo… (permítaseme abrir un paréntesis: todos sabemos que Oxxo no es una franquicia. Opera bajo un esquema de comisión mercantil. Se requiere de una inversión relativamente modesta y se generan empleos). Cerramos el paréntesis y seguimos con nuestro asunto.
Esa familia clasemediera que pone su dinero “al servicio de la comunidad” instalando un Oxxo (blanco favorito de todas las protestas y rebeldías contra el sistema) ¿es consciente del daño que le hará a la tienda del barrio de doña Lupita? ¿Doña Lupis se armará de valor y optará por “la resistencia” convocando a sus vecinos en su cruzada por el consumo local, es decir, en su tienda?
En serio en serio, pero lo que se dice en serio: ¿los vecinos ignorarán la tienda Oxxo aun cuando ésta abre hasta altas horas de la noche y la madrugada, tiene mejor surtido, da empleo a cuando menos cuatro personas de manera directa y varias docenas de indirectos y paga más impuestos?
Me pregunto cuánto tiempo los vecinos practicarán el “consumo local” solidario antes de rendirse ante dos evidencias palmarias: la primera, que en el fondo del espíritu emprendedor de la familia luchona no está fastidiar a doña Lupita sino algo tan explicable y digno como querer sacar un rendimiento de su capital… y segunda, no hay forma de conseguir unas caguamas pasada la medianoche en tienditas como las de doña Lupita.
Para eso están los Oxxos o sitios clandestinos.
Pienso que, salvo casos excepcionales, en la actualidad los “reductos de resistencia” se mantienen porque no hay forma de acceder a alguna forma de “escalar” el negocio que ya se tiene -crédito, capital, solidaridades en efectivo… y claro: hay casos encomiables que piensan y actúan en contra de esa “lógica del mercado”.
Las librerías, por ejemplo, son un “negocio” sufrido in extremis. Sobrevive por el romanticismo heroico de sus dueños, por sus tóxicas dosis de amor al arte y por donde las moscas apenas se presentan. Me estoy refiriendo no a todas las librerías, sino a aquellas que “apuestan” por la buena literatura (luego definimos a qué se refiere eso).
Es en estos emprendimientos librescos en donde la noción de “resistencia” encuentra una de sus cimas significativas. Por ahora les chismeo: conozco dos héroes en el rubro del mercadeo de libros: Caliche Caroma y Gerardo Paredes. Va un abrazo a esos héroes trágicos -valga la redundancia.
La situación de esos “emprendimientos” es muy cañona y vulnerable: son poco visitadas por quienes andamos aullando que es muy importante la lectura y que los libros al poder y que hacen falta esfuerzos para incentivar la venta de novelas, poemas, ensayos y todo eso.
Muchos acariciamos el sueño de tener una librería con libros de calidad, pero esos librillos no tienen suficiente demanda y sólo ocupan espacio -cualquiera sabe lo oneroso que es guardar demasiado tiempo inventarios ociosos.
¿Qué hacer sin necesidad de leer a Lenin?
Pues lo lógico. Habilitar lo ofertado como lo que es: productos, mercancías. Abrir un segmento en la tienda para libros piteros y luego otro para los best Sellers, luego otro a los de superación personal, luego a los libros de texto de secundaria, luego vender empanadas veganas y finalmente convertirlo en espacio para clubes de lectura -excelente costumbre que, de preferencia, también debe ser rentable.
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Las librerías, de esta forma y quizás sin desearlo, se convierten en lo que (eventualmente) SÍ es posible, aunque la venta de “buena literatura” sea marginal. De hecho, nunca ha sido de otra manera, pero el dueño debe comer, pagar renta y cosas así. Los libros que dan dividendos más o menos constantes son los de Paulo Coelho, no los de Wittgenstein.
Lo mismo pasa cuando alguien emprende un negocio cualquiera para vivir de él: se busca que sea lucrativo o el emprendedor lo abandona sin piedad. Aquí no hay dinero público para optar por el más noble de los sentimientos: regalar la mercancía.
Nada más justiciero y sabroso que gastar el dinero ajeno. En otra ocasión me animaré a exponer en qué casos es pertinente subsidiar (con dinero ajeno/público) ciertas expresiones culturales o productivas.
Sea justo o no, así son las cosas y así seguirán siendo. No me salgan con que Marx es Marx y al final tendrá la razón. Puede ser que al final la tenga, pero no cambiará nada. Hasta donde tengo registros, “tener la razón” vale para pura… ya no me acuerdo para qué sirve tener la razón, pero en este mundo que despunta en el horizonte y con cimientos bien profundos en “la nube”, las cosas van por el rumbo de la despiadada “lógica del capital” en su versión cibernética ad nauseam. Mientras los nuevos amos del mundo y patrones subsidiarios retozan en “la nube” (en singular), nosotros andamos babeando en las nubes (en un coloquial plural).
¿Soluciones?
Las hay. Chiquitinas, pero las hay. En buena parte corren por parte de los gobiernos: facilitar el acceso responsable al crédito, asesoría en negocios, mapeos de mercado, cursos, diplomados de manejo de finanzas y, sobre todo, intentar alejarse de los consejos de superación personal y cursos aguados al respecto.
Tener fe, “echarle ganas” y poner el corazón por delante chance sirva, pero no abusen. No sean ilusos.
¿Eso nos hará acceder a un mundo mejor?
No, pero nos va a doler menos lo que viene en camino.
Cositas así, pues.