Algo que siempre me ha gustado del surf es que puede llegar a ser hipnótico y vertiginoso (The good, the bad and the ugly, pero en versión de Lost Acapulco por si no me creen), ágil y cadencioso, pero cuando se conjunta con las atmósferas que provoca al fusionarse con el western, puede llegar a ser toda una experiencia musical.
Si esos factores los ponemos en un disco franco, honesto, bien producido, con excelentes ejecuciones en un género no muy explorado por estos y otros lares, es en verdad de agradecerse, por eso esta semana recomiendo Los Maestros del Revólver, primer álbum de esta banda moreliana que le ha venido taloneando duro a un género para el que se podría pensar que no hay mucho público.
El surf es de esos hijos del rock and roll que no necesitan que uno sea muy docto, simplemente tener ganas de echar desmadre un rato, pero a sus músicos sí les exige mucha calidad pues el peso, por lo regular, recae en la guitarra y por eso es que ha tenido grandes ejecutantes como Dick Dale (Nitro, no le hagan, qué extraordinaria), los mismísimos y gloriosos Ventures, The Surfaris (Whipe out!, ni modo que no), The Centurians o The Lively Ones, por mencionar sólo a los de más tradición.
Compuesto por once temas, casi todos ellos instrumentales, Los Maestros del Revólver me han sorprendido con un disco tan bien hecho que me hacen replantear ciertos prejuicios que tengo hacia las bandas locales; bueno, no en realidad, a ellos ya los había escuchado y siempre me ha gustado su trabajo, por eso estuve esperando este disco desde hace tiempo. En cuanto a las bandas de hipsters, chale, ¿cómo lo digo sin que suene culero?, soy de gustos más… varoniles.
En fin, la vertiginosa cabalgata comienza en El Valle de las Arañas, desde donde ya se siente la fuerza de estos vaqueros, y sin sentirlo, de repente ya estamos en El Paso del Coyote, por donde galopamos a la velocidad del viento para no morir pues, como lo narra La leyenda del viejo jinete, por ahí cabalga la muerte (esta rola me ha gustado de manera muy particular).
Pero en este disco Los Maestros del Revólver cuentan instrumentalmente otras historias, como la de El Centauro del Norte, el mismísimo Pancho Villa, héroe y antihéroe según el lado del que se le vea pero siempre admirado (este es el momento en el que volteo a mi derecha y veo los tres cuadros que de él cuelgan en mi estudio).
Con un sonido más country, entre red neck y hillbilly, una pieza con la que se antoja bailar, Pueblo Nuevo, cuyo solo del Bandido Bocaseca en los teclados me remite a esas películas del Viejo Oeste donde cualquier duelo de miradas termina en batalla campal.
Joe Dinamita, con ese arreglo, de inmediato me hizo pensar en Adrian Raso, pero la imagen gitana se borró al escuchar la historia de esa masacre en algún lugar del Desierto de Sonora. Una buena historia bien contada, con mucha cadencia y un arreglo que desentona con lo demás del disco.
Retomando el sonido habitual de la banda, Lingotes de sangre, en alusión a la Fiebre del Oro he de suponer, es ideal para saltar y armar un buen slam y no parar hasta llegar a San Juan del Río, digna pieza representante de esa delicia de género llamada surf y con la cual estoy enseñando a mi hija de seis años dos o tres pasos básicos.
El noveno corte es definitivamente mi favorita del disco, Ruleta rusa, una rolota que si en lugar del bajo eléctrico Maverick hubiera agarrado un tololoche, sería un perfecto rockabilly, pero aún así es un maravilloso rock and roll con todas sus letras.
La banda dejó para el final las que para culminar sus presentaciones son obligadas: Maestros del Revólver y la aclamada Ey vaquero, dos canciones cargadas con la energía de la banda que, hay que decirlo, arma buen desmadre. La primera, ágil, vertiginosa, muy bien ejecutada; la segunda y última del álbum, un surf más rudo y estridente, más en la onda de Electroplasma, Los Magníficos o incluso Le Canavispón, pero ideal para cerrar un disco lleno de buenas sorpresas. Por eso no pierda usted su tiempo y corra a conseguir el disco homónimo de Los Maestros del Revólver, ¿dónde?, eso sí no sé, a mí me lo regaló su fan número 1.