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Los Miserables: el origen de la ira popular

Los Miserables

Aunque en su camino se encontró con algunos detractores, Los miserables (Les misérables, 2019), ópera prima de Ladj Ly, se presentó con éxito en el Festival de Cannes, en donde se alzó con el Premio del Jurado. Ahora casi un año después, la distribuidora Diamond Films la estrenó en cartelera aprovechando la exposición mediática de los premios Oscar, en donde estuvo nominada en la categoría de mejor película internacional (que recién cambió nombre).

¿Quién es Ladj Ly? Francés de origen maliense, creció en el suburbio parisino de Montfermeil. Le tocó vivir de cerca los disturbios de 2005, los cuales fueron fuente de inspiración para sus primeros cortometrajes y documentales. Su multipremiado corto homónimo de 2017 sirvió de inspiración para su largometraje debut. En conjunto con otros cineastas, fundó hace un par de años la escuela gratuita de cine Kourtrajmé orientada hacia jóvenes de escasos recursos. Ly no ha estado exento de la polémica, ha tenido varios roces con la ley e incluso pasó un tiempo en prisión acusado de secuestrar y golpear a una persona.

La secuencia inicial del filme remite a los festejos que siguieron al triunfo de la selección francesa de futbol en la Copa del Mundo celebrada en Rusia. La aparente camaradería de la celebración superficial nos vuelve a la realidad cuando un grupo de chicos regresa a su barrio. Se trata de un conjunto de multifamiliares habitados en su mayoría por inmigrantes de origen africano, lugar en donde impera la pobreza y donde casi nada ha cambiado desde que se publicó hace más de 150 años la célebre novela de Victor Hugo.

No es una adaptación formal de la obra, el director franco-maliense apenas toma prestado el nombre para contar su propia versión de los excluidos de la Francia actual. Lo curioso es que utiliza el punto de vista de tres policías que patrullan la zona para contarla. El brigadier Ruiz es el nuevo en un grupo de tres, que incluyen al tipo duro de corte racista y el maleable Gwada, de origen africano. Son personajes un tanto esquemáticos, algo así como el bueno, el malo y el sensato, pero al menos, esta mirada desde el estrés policial, equilibra un poco el contenido de un filme que por momentos bordea el tremendismo. Lo mismo se podría decir sobre la manera en que Ly muestra el islamismo que permea en la comunidad, sin criminalizar y guardando cierta distancia con el tema.

Autoridades locales corruptas, jóvenes que no avizoran un futuro promisorio, la policía que apuesta por el terror antes que por la negociación y el remanso que representa el líder moral de la comunidad. Todo lo anterior funciona como una unidad cuando es vista desde el aire. En ese sentido, es un acierto el manejo del dron, el representante de la nueva tecnología, como observador omnipresente y potencial herramienta de presión. Ly actualiza las revueltas populares de los suburbios que ya se habían anticipado con crudeza desde El odio (La haine, 1995) de Matthieu Kassovitz y Crack 6T (Ma 6T va crack-er, 1997), de Jean-François Richet.

“No hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos cultivadores”, es la frase de Victor Hugo con la que cierra la película. Nos remite al origen de la ira popular, no solo la que impera en los barrios marginados de París, sino en los de cualquier ciudad del mundo. A ritmo frenético, con cámara en mano y habilidad coreográfica, el espectador recorre desde las maltrechas calles del barrio hasta los recovecos de los destartalados edificios en donde un grupo de adolescentes furiosos acorrala a un grupo de policías y nos deja con la duda sembrando la pregunta: ¿habrá esperanza o no?

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