Alguna vez le preguntaron a un anciano profesor si en verdad creía que su labor había sido determinante en la vida de todos los estudiantes que tuvo a su cargo. El docente respondió que se daba por bien servido si había influido de manera positiva aunque fuera en uno solo de ellos. La anécdota me vino a la mente justo cuando iniciaban los créditos finales de Los que se quedan (The holdovers, 2023), octavo largometraje de Alexander Payne, que regresa a las pantallas tras una pausa de seis años, después de la malograda y confusa Pequeña gran vida (Downsizing, 2017).
La historia transcurre en un internado varonil en algún lugar de Nueva Inglaterra a finales de 1970. Durante el receso vacacional de fin de año, un severo y pedante profesor se queda a cargo de un pequeño grupo de estudiantes que no puede marcharse a casa debido a diferentes situaciones familiares. Después de los primeros días de encierro comienzan las deserciones, al final solo quedarán el profesor Hunham (Paul Giamatti), el estudiante Angus (Dominic Sessa) y la cocinera de la escuela (Da’Vine Joy Randolph). Rodeados de nieve y sin mucho que hacer, se verán obligados a hacer un recuento de sus vidas.
El guion surgió a partir de una vieja cinta francesa, Merlusse (1935), dirigida por el también novelista y dramaturgo, Marcel Pagnol. Alexander Payne retomó la premisa del francés: un viejo y severo profesor (con un problema en uno de sus ojos), que se queda a cargo de un grupo de estudiantes durante el receso escolar. Payne sugirió el tema al guionista David Hemingson, quien decidió enfocarse en el desarrollo de los personajes y trasladar la historia a los años setenta, cuando todavía eran habituales los internados varoniles para familias acaudaladas.
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Aunque la acción principal crece a partir de la tensión existente entre el profesor y su joven estudiante, la narrativa se complementa con un tercer personaje, la cocinera afroamericana que llora la muerte de su hijo en Vietnam, una situación que nos ayuda a situarnos en el contexto. Y es que la academia se distingue por aceptar estudiantes de familias adineradas, pero permiten el ingreso de uno que otro becario. Pero la distinción es evidente entre privilegiados y quienes no lo son, los primeros llegarán a las universidades de élite, mientras que los segundos irán a morir al sureste asiático.
Buena parte del conflicto parece centrarse en la brecha generacional entre el rígido docente y el adolescente incomprendido, pero conforme avanza el metraje vamos conociendo más a los personajes hasta que encuentran puntos en común que les permiten forjar lazos no tanto de amistad, sino de comprensión. El joven Angus descubre el origen del desdén que profesa su maestro hacia los jóvenes privilegiados, mientras que éste descubre que ambos comparten un problemático pasado familiar y que incluso toman el mismo antidepresivo.
El desarrollo general de la historia no tiene muchas sorpresas, al estilo de la comedia tradicional, cerca del desenlace los protagonistas encuentran una respuesta para aquello que los aqueja, la cocinera la aceptación, el estudiante la perspectiva de un mejor futuro, mientras que el profesor, aunque no consigue superar su soledad, logra destrabar la inercia mental que le impedía abandonar la academia.
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Es evidente que transcurre en una época muy específica del año, pero aquí la navidad carece de todo sentido religioso, es solo un periodo de asueto en el que los personajes anhelan estar cerca de sus seres queridos. Por ello, aunque en todo momento aparecen la nieve y los árboles decorados, no debería considerarse una típica película navideña.
El gran diseño de la película permite al espectador situarse en la época y también conviene destacar el desempeño de Paul Giamatti, quien interpreta con humor un personaje hosco y arrogante, que consigue superar sus propios rencores y al final, como el maestro de la anécdota, consigue cambiar la vida de uno solo de sus estudiantes, pero con eso es más que suficiente.