En un momento de lucidez, tomó la 38 magnum y colocó el frío cañón sobre su cien derecha.
Con la gélida mano del cadáver que ya era apretó el gatillo pero sólo el chasquido metálico de un revólver atascado salió del arma que, años atrás, había heredado de su padre.
Había olvidado aceitarlo y dudaba volver a tener el ímpetu, el valor y la lucidez necesarias para intentarlo de nuevo.