La última jornada de largometrajes mexicanos en competencia del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), abrió con Lupe bajo el sol (2016), debut en la ficción del cineasta mexicano afincado en California, Rodrigo Reyes. La película, que no recibió un solo aplauso tras su presentación en la función de prensa, hace tiempo inició su recorrido por el circuito de festivales en ciudades tan importantes como Los Ángeles y Londres, y a decir de su director, después de su exhibición en la capital michoacana se dirigirá directamente hacia El Cairo.
La película cuenta en apenas setenta y ocho minutos (que se hacen eternos), la rutinaria vida de Lupe, un mexicano que radica en California y que se gana la vida haciendo labores agrícolas. Después de darse cuenta de lo precario de su salud, decide regresar a México sin importarle que su familia ya no lo espera.
En la rueda de prensa posterior a la función matutina, Rodrigo Reyes contó que el proyecto inició como un documental acerca de la pizca de durazno en California. Pero en una ocasión escuchó una anécdota familiar acerca de su abuelo, quien repentinamente perdió contacto con sus seres queridos durante cinco años mientras vivía en los Estados Unidos, para después aparecer como si nada hubiera pasado y sin dar ninguna explicación al respecto. Reyes decidió retomar esa historia para hacer de su documental un trabajo de ficción.
Lupe es un anciano callado y con notable sobrepeso que transita las calles a bordo de un triciclo. Es evidente la depresión que padece, se nota en todo momento indeciso y retraído. Encuentra cierto consuelo en Gloria, otra mujer mayor que vive sola. Pero ni eso lo saca de su encierro.
Rodrigo Reyes cuenta que en realidad Daniel Muratalla, un actor no profesional que interpreta a Lupe, es alegre y dicharachero, a diferencia de su personaje. Suponemos que en un intento de facilitar la asociación de los personajes, en el papel de Gloria, aparece Ana María Muratalla, quien en la vida real es la pareja sentimental del protagonista.
En la película se desenmascara el mito del sueño americano, esa ilusión que proyectan muchos migrantes cuando regresan a sus comunidades y no cuentan realmente las dificultades que tuvieron que pasar. Vemos en la pantalla complejos habitacionales baratos y calles sucias, lugares en los que los jornaleros mexicanos pasan su escaso tiempo libre.
Quizás sea loable esa intención de conectarnos con los paisanos que viven en este entorno. Pero lo cierto es que la cinta de Rodrigo Reyes, (cuya familia es originaria de Michoacán, estado tradicionalmente migrante), se desenvuelve con torpeza: los actores no funcionan, sus declaraciones carecen de emoción, la anécdota, que es mínima se alargó innecesariamente para convertirla en largometraje, la música es pretenciosa… pero eso sí, cuando menos es un efectivo somnífero.