No es la primera vez que nuestro cronista comparte espacio vital con un ruso; esa tradición comenzó cuando se quedaba a dormir en las calles de Milán y conoció a un profesor moscovita. Pero esa es otra historia.
Por Omar Arriaga Garcés
Hace tres semanas nos contactamos por couchsurfing.com, esa red social para que extraños que viajan tengan un rincón donde pasar la noche cuando lleguen a una ciudad desconocida; pero no es hasta ahora que recibo su llamada, mientras voy a cortarme el cabello.
Pensando que está solo y no habla español salgo de la estética y me dirijo a donde el ruso Yasik se encuentra, pero al llegar lo encuentro con una chica, muy cerca de mi casa, por cierto. Ya había visto una nota de la prensa sonorense sobre él, por lo que luego de dejar sus cosas lo primero que se me ocurre es entrevistarlo, que diga lo que tenga que decir.
Lo llevo al corporativo de mi amigo Fernando Valenzuela (verdadero dueño de este medio de comunicación, ¡hola Fernando!), y le presentó a Yaroslav Smirnoff, de 21 años de edad, quien muy animado habla por espacio de media hora y nos cuenta todas sus peripecias viajando durante los últimos tres años por 90 países sin una sola moneda, dice él.
Me pide que lo lleve a cenar, aunque quizá sería mejor llevarlo a darse un baño. Pero bueno, transigimos. Cuando estamos por entrar al Centro Histórico me pide mi teléfono y le marca a Sebastián (Portillo), fotógrafo a quien también ha contactado por couchsurfing. Un foro cultural múltiple para ponerse ebrio de distintas maneras es la elección, pero el ruso no toma, afortunadamente.
Luego de conocer a Jaime, Martín y Sebastián, y de cooperarnos entre todos para pagar lo que Yasik pidió, partimos hacia casa, donde quiere usar mi lap top y no de muy buena gana acepta una de escritorio, algo vieja. “Está muy lenta, hombre, ¿no hay alguna más veloz?”, le digo que no con el dedo, que la estoy utilizando.
Por la mañana me levanto temprano para ir a trabajar, no puedo comer con el ruso así que lo iré a dejar al trabajo de Sebastián. Me baño y caliento algo de pasta del día anterior, le pregunto a Yasik si se bañará. Dice que no.
Cuando le digo que ya nos vamos me dice que tomará una ducha y que tardará diez minutos. Ok. Pone mala cara cuando me ve comiendo los spaghetti que preparé yo mismo y no se toma ni un café. Se acaba de bañar, pero es la ropa la que huele a caminata de dos días por el desierto del Gobi.
Rápidamente quedamos con Sebastián en llamarnos para ver dónde estará el pequeño Yaroslav por la noche para recogerlo.
Tras llamar a Portillo horas después, telefoneo a Jaime, con quien comió el joven Yasik, pero me dice que se quedó en el Ayuntamiento con una tal Argelia y que estará con ella. Me da su número y le marco.
Al telefonear me aparece el contacto de una conocida. Borro el número y vuelvo a copiarlo. Lo mismo. Es Arcelia Guadarrama, no Argelia, la chica que -efectivamente- trabaja en el Ayuntamiento. Le digo que el ruso se está quedando en la casa y pregunto “a qué ahora puedo recogerlo”. Dice que por la noche ella lo llevará y que no me preocupe.
Para ilustrar este texto, Fernando Valenzuela (sin parentesco con Fernando “Toro” Valenzuela) queda de ir a tomarle unas fotos al ruso, pero no llega. Antes de las ocho, cuando casi estoy por desocuparme, Arcelia me llama. Le ha surgido un imprevisto y no podrá llevar al pequeño Yaroslav a casa. Ahora sé cómo se sienten las madres solteras los fines de semana cuando les quedan mal.
Me pasa a Yasik y éste me dice que ya encontró a una amiguita y que se quedará a dormir con ella. “Nos vemos mañana”, dice. Esta juventud, me quedo pensando.
El primer día no pasa nada. Al segundo -que es mi día libre- estoy demasiado cansado por haber leído buena parte de la noche y pongo el silenciador del teléfono, cuando me levanto a las 12 veo las mil llamadas perdidas de Yasik, desde diferentes números, todos desconocidos. Marco al último número del que ha hablado pero nadie contesta.
No es sino hasta la noche, antes de ir a cenar con el fotógrafo estrella del periódico en el que trabajo, cuando el ruso llama. “Hey, man, no tengo donde quedarme, ¿puedes pasar por mí? Star -Luis Enrique Granados- y yo vamos por él. Por fortuna, Sebastián, a quien llamó, me dice que ya ha cenado. “Sí, el pequeño ya cenó, ya puede ir a acostarse”, expresa. “Gracias por venir recogerme”, indica Yasik.
De regreso del Centro pasamos a una taquería con Star y, con sorpresa, descubrimos que el pequeño Yaroslav quiere cenar de nuevo. Recuerdo las palabras de Sebastián: “Está en crecimiento”.
Cuando vi El exorcismo de Emily Rose -y luego me empiné varios cientos de gramos de tortillas y carne- soñé que la mula que andaba en sus dos cuartos traseros estaba parada afuera de la puerta de mi cuarto. Desde entonces no como tanto antes de dormir. Me quedé pensando qué podría soñar el ruso.
Antes de medianoche Yasik grita, “buenas noches”. “Buenas noches, Yasik”, respondo.
A la mañana siguiente ni siquiera le ofrezco de desayunar, sólo tengo la misma pasta que no quiso comer días antes. Me pide que lo lleve a la autopista a Uruapan y pienso dejarlo en la salida, pero al llegar solicita que sea más adelante, más adelante aun.
Paso una gasolinera. “Es muy cerca, nadie me va a dar aventón”. Avanzo más, pensando que ya me tengo que ir al trabajo. “Mira, ahí hay una parada”. “Más adelante”. No tengo idea de si hay otra gasolinera antes de Pátzcuaro pero avanzo unos metros más. “Si estamos muy lejos déjame donde puedas, ya yo camino”. Paso la desviación a Santiago Undameo y, por fortuna, hay una gasolinera poco más adelante.
“No me despido, porque dices que vas a regresar el lunes”, le digo. “Sí, Sebastián dice que vamos a hacer una sesión fotográfica de neoporno”. “Ah, muy bien, pues el lunes nos vemos”, contesto, “qué te vaya bien en Uruapan, Toluca y Puebla”.
Se baja del auto con una franela de las que usan los albañiles y los hípsters, de color guinda. Antes de llegar al trabajo recibo una llamada para pedir informes sobre el pequeño Yaroslav, y más tarde, cuando me voy a poner a redactar este texto, me quedo pensando quién me dijo que Yasik sí traía dinero pero que “se hacía pendejo”. ¿Fue Argelia, Jaime, Sebastián, el Star o Fernando “Toro” Valenzuela? Pudo haber sido cualquiera, pero imposible que lo hiciera Arcelia.
De aquí al lunes aun pueden pasar muchas cosas. Creo.