Por Hugo Hernández
El sábado pasado salí a dar una vuelta por la ciudad: alisté mi bicicleta con luces, casco y guantes. El placer apareció tan pronto percibí la ciudad, desde esa altura, con el aire frío del inicio de otoño en la cara, los arreboles en lo alto.
Coincidí con unos amigos en el Jardín de las Rosas. Discutimos ciertos temas de literatura mexicana pendientes. Para amenizarlos aun más, bebimos un par de cervezas y escuchamos jazz. Alguien propuso cambiar a un sitio más económico.
Fuimos a un pequeño bar sobre la calle Melchor Ocampo, un lugar acogedor. Como yo era el único que traía bici, la amarré enfrente, en las rejas del hotel La Soledad (situado en la esquina de las calles Melchor Ocampo e Ignacio Zaragoza, ésta recientemente convertida en una calle peatonal. Bueno, no, la verdad no sé qué sea: ¿peatonal o con tránsito? Los spots publicitarios decían que era peatonal y luego que no. Lo que sí es que el “principio de identidad” A-A se rompe). Felices, nos introdujimos para seguir la charla.
Media hora después, el encargado del bar me advertía: “Se están llevando tu bici”. Sorprendido, me lanzaba a la calle y alcanzaba al tipo con mi bicicleta entre sus manos.
—¿A dónde llevas mi bici?
—La voy a llevar para allá.
—¿Por qué le quitaste el candado?
—La voy a quitar de allí.
—¿Por qué?
—Da mal aspecto.
Estupefacto, miraba al trabajador del hotel, sin asimilar lo que acababa de decir. Le arrebaté de sus manos impías mi bici, sin embargo, y le respondí: “¿Me estás diciendo que salir a rodar y dejarla amarrada ahí genera mal aspecto?” Contestó con desdén: “No la puedes tener ahí. Si no la quitas, voy a llamar a la policía”.
Mis ojos lo interrogaban pero era inútil. Mientras daba media vuelta iba pensando: “No tiene la culpa, obedece órdenes, no puede asumir una postura propia, lo despiden si lo hace”. Volví a amarrar la bicicleta en el mismo lugar, a la espera de las autoridades para que me aclararan cuál sería el motivo de la supuesta infracción. Jamás llegaron.
Un franelero, no obstante, me recomendaba quitarla porque ya habían cortado y abierto candados de otras bicicletas.
II
Desde entonces, varios pensamientos rondan mi cabeza: “Da un mal aspecto”. ¿Mal aspecto? Fomentar el uso de la bicicleta para evitar el tráfico que se agrava día a día, ejercitarse mientras se disfruta de la ciudad, entre otros de beneficios, generan “mal aspecto”.
Estaría de acuerdo con el empleado del hotel dejando la bici en la entrada, obstruyendo el flujo del personal, de los huéspedes, o si la hubiera abandonado adentro; pero para su desgracia la dejé a un costado, amarrada a una de las rejas de la ventana. No hubo daño ni al edificio ni se maltrató la madera; incluso, la reja de metal quedó intacta: mi cadena trae una protección plástica.
Cómo se puede dar “mal aspecto” a esa calle donde transitan a diario miles de peatones, una calle de nosotros, de los ciudadanos que pagamos impuestos. Una ciudad donde el índice delictivo y la falta de empleo van en aumento no puede jactarse de ser una ciudad segura. Como ciclista, uno no puede darse el lujo de dejar su bici en los ciclopuertos de los que se las roban.
“Ha cortardo candados para quitar bicis que han dejado otros ciclistas”, apuntaba el franelero. Desafortunadamente, no corrieron con la suerte de que alguien les avisara. Agradezco al encargado del bar por tomarse la molestia.
Sé que las leyes están hechas para joder al ciudadano y, me pregunto: ¿Hay alguna ley o código que prohíba amarrar bicicletas en las ventanas de las viviendas, negocios y/o hoteles? Y, si la hay, ¿dónde se puede ver?
Últimamente, se fomenta el uso de la bicicleta como medio de transporte pero también debe planearse una infraestructura segura para los ciclistas y las bicicletas, es decir, la creación de una ciclovía por toda la ciudad que cumpla con estrictas normas de seguridad y la instalación de más ciclopuertos, incluso por parte del sector privado, que cuenten con cámaras para registrar posibles robos.
A inicios de año, cuando el alcalde comenzó con su idea peatonalización de algunas calles del primer cuadro de la ciudad, el spot decía algo así: Camina tu ciudad, yo agregaría … y rueda tu ciudad.
Somos ya muchos los ciclistas, basta con ver a los que asisten a los paseos nocturnos y de fin semana. Queremos un cambio, pedimos respeto por nuestra seguridad, por el cuidado de nuestra ciudad, por el cuidado de la economía y por el cuidado del planeta.
Ciclistas, peatones, ciudadanos de Morelia, uníos.