Lunes, como respetar un semáforo en la madrugada; martes, se puso la luz en verde; miércoles, se apaga el motor pero nada grave y vuelve a encender; jueves, doblas en la esquina y topas con un grafiti contra dios; viernes, lo anterior pero uno contra el diablo, y es por eso que te detienes a pensar, enciendes un cigarrito y los mandas a callar a todos, y es allí, amigo mío, cuando llega el fin de semana, nuestro fin de semana mental.
Es de noche y me detengo en la cocina por un té de hierbas, cierro las puertas de la habitación y regreso con la caja de fósforos que encontré en el placard junto a la cajita de té. Debo terminar de leer este libro de Sabina, lo compré hace dos días en el súper: ¿otra vez volvemos al tema de las coincidencias? Hace seis meses salí por un par de zapatos nuevos para el trabajo, y regresé a casa con un libro que vi en una vitrina y que me decía hola, tenía la sensación de que nunca más lo iba a tener en frente y lo compré aunque me quedé con los mismos zapatos viejos. Tres meses después, también en el súper vi en las perchas una colección de escritos nunca antes publicados de Monsieur Cortázar, y otra vez sentí ese gusano maldito que todas las manzanas temen conocer y que sólo Eva -dicen- pudo dominar: el conocimiento. ¡Ay de mí! Así que es la tercera vez que me pasa, heme aquí leyendo otro libro que se me presenta por el azar. Mi té echa vapor, las galletas de chocolate se hacen puré y me interrumpe el niño de ocho años con sus aburridos modales, toca el timbre, me detengo en mi lectura y le entrego lo que viene a buscar por encargo de su madre: la señora que corta pelo a la vuelta de la esquina.
Cuánto duelen los días, las rutinas, el mundo de los viejos, el café frío. Que si Demócrito dijo tal cosa, que el universo, que la naturaleza, ¡qué me importa! Qué aburrido es el ser siguiendo un ismo. Qué aburrido es el mundo gobernado por los viejos, que nos heredan este agujero.
Yo soy un ateo moderado, sólo pienso que la religión no sirve, por tu dios no me preguntes, pero creo que es un dictador. La sociedad y el mundo te dieron el papel y el lápiz pero nunca permitas que profanen tu escritura: escribe, fuma, y confía. Eso voy pensando mientras salgo y enciendo un cigarrillo; veo a las ovejas pasar de un lado a otro con una disciplina que espanta y que siempre me aborreció desde que estaba en el kínder. Mi voz está cambiando, me levanta la tos de madrugada y ya no alcanzo los agudos de Búnbury pero fumar se ha hecho un ataque de salud privilegiada: como ir a misa los domingos y quedarse dormido en medio del sermón. Y la cajera del banco con su minifalda muy sexy marcando la cola, en frente se detiene y fuma conmigo, compartir el aliento oxidado sería un lujo en medio de tanta depresión y esta situación tan sui generis. El timón del sistema está en manos de unos cuantos piratas y se hace imprescindible una revolución que nos lleve a los más jóvenes a la cima. Y es que este país es un país para los extranjeros o, en mejor suerte, para los ancianos que nos quitan la chance de lubricar las tuercas. Eso lo ves en todos lados, en el fútbol y hasta en los comentaristas deportivos, este es un país sólo de tránsito por donde debemos pasar por la aduana y salir a Europa, Argentina o Chile, o quizás al norte, donde hace frío y lavas copas.
Tuve un día pésimo, de esos que uno quisiera olvidar, definitivamente el trabajo de oficina no es lo mío y peor aun tener que volver a casa para armarse de valor y regresar a esas clases tan aburridas que sólo me provocan sueño. Ojo, que no soy un vago eh, sólo que no soy conformista; el trabajo, la rutina, las clases, interrumpen mi educación y no me dejan tiempo para leer y escribir. Una vez Saramago dijo: «No busque trabajo, escriba!» y creo que tiene razón.
Miguel Alavalcivar (Portoviejo, Ecuador, 1988) estudia filosofía en la Universidad de Guayaquil. Ha publicado de forma clandestina los poemarios Universos Paralelos y Amada Inmortal. Este texto es un fragmento de su próximo libro. E-mail: [email protected]