La noche del lunes la sala más grande del Cinépolis se abarrotó con la presentación de Grave, la cinta de Julia Ducournau que se anunciaba como una salvaje historia que en su paso por otras ciudades había provocado desmayos y gente con crisis, por lo que supuestamente una ambulancia estaba lista por si algo así llegaba a ocurrir. Originalmente, la película se programó a las 9:30, después se dijo que se retrasaría una hora pero finalmente comenzó después de las once de la noche. Una vez que la luz se apagó y prácticamente sin asientos disponibles, comenzó la historia de dos hermanas que estudian veterinaria; la más chica acaba de llegar y no imagina lo que le espera: unas salvajes novatadas que incluyen comer hígado de conejo (sin importar que sea vegetariana), ser bañados con sangre y pintura, asistir a fiestas demoledoras y una serie de rituales para que se forjen un carácter a prueba de todo.
La anarquía de ese instituto dará pie a que Justine, la hermana menor, explore su despertar sexual auxiliada por Alexia, la hermana curtida que le hará desprenderse del vello púbico bajo un método poco ortodoxo, por decir lo menos. A partir de entonces, la trama gira hacia el canibalismo que incluye degustación de sesos y dedos. Aunque la película posee una calidad inobjetable y planos fotográficos muy bellos, la supuesta repulsión de sus escenas no es para espantar a nadie, y tal vez lo que provocó más miedo sucedió en la misma sala, cuando una señora pasó más de una hora de pie en uno de los pasillos, sin mirar a la pantalla, más bien como buscando a alguien en las butacas. ¿Qué se le había perdido? ¿Por qué caminaba de arriba para abajo sin encontrar un punto fijo? Eran preguntas que me hacía con mi acompañante cuando de pronto la función fue abruptamente interrumpida. Todo se apagó, y desde el fondo, un muchacho empleado del cine alzó la voz para decir que la luz se había ido en toda la ciudad, que rogaba nuestra paciencia, que tal vez pronto todo regresaría a la normalidad. ¿Era parte del perfomance para inculcarnos miedo? ¿Y la señora? ¿A dónde se había largado? Decidimos abandonar la sala y descubrimos que, en efecto, Morelia estaba a oscuras, así que era mejor buscar el auto y rogar por no encontrarnos con la extraña señora del cine.
La comedia del año
El martes por la mañana, y ya con la luz en pleno, se ofreció la función para prensa de Tenemos la carne, opera prima del muy joven Emiliano Rocha Minter, egresado de la Escuela Nacional de Arte y Grabado que ya en 2003 había llamado la atención con su cortometraje Dentro. Para esta ocasión no había ninguna ambulancia ni señoras buscando nada en las butacas, pero en cuanto comenzó la cinta todos nos adentramos en la historia de una ciudad apocalíptica, en ruinas, donde Lucio y Fauna llegan desesperados a una caverna donde se topan con un hombre desquiciado, mezcla de poeta maldito, rockero de antaño y predicador del caos. La pesadilla apenas comienza: 80 minutos de incesto, canibalismo, sacrificios humanos, masturbaciones mortales y rituales de sexo donde el varón habrá de recibir la sangre vaginal en la boca, pues como bien dice su hermana: “No existe el amor, solo las pruebas de amor”.
Complicado tratar de explicar esta película que en su estreno mundial en Sitges logró que la mitad de los espectadores abandonaran la sala ante tanta escena explícita. Si eso es el infierno más vale portarnos bien, si en eso terminará una ciudad como la de México, mejor que la dinamiten de una vez. En términos actorales, Tenemos la carne es una de exigencia bárbara, donde el protagonista Noé Hernández demuestra ser uno de los mejores actores que hay en el país. En la comparecencia al término de la función, el mismo Hernández le quita mayores explicaciones a la historia: “Emiliano me mandó el guion y no lo pude entender. Hasta la fecha sigo sin hacerlo y la verdad es que no me interesa entenderlo. Tenemos la carne no es una película para explorarla racionalmente, no es para alguien que quiera entenderla aristotélicamente con un inicio, desarrollo y desenlace. Hay que sentirla más que entenderla”.
Su director la despoja de pretensiones terroríficas y hasta dice que es una comedia, una parodia del priismo, es como el sueño de un diputado mientras descansa en su curul, es el imaginario priista para entender al México actual.
En efecto, en la película no hay nada fuera de la realidad. Un hombre sin razón secuestra a dos jóvenes que en un principio le temen, pero después terminarán enamorados del captor.
Igual que cuando los mexicanos votan una y otra vez por el político que se los coge.