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No hay final feliz en Happy End, lo nuevo de Michael Haneke

El estreno local de Happy end (2017), lo nuevo de Michael Haneke, coincidió con su paso por la 64 Muestra Internacional de Cine que recién terminó en nuestra ciudad. El largometraje número doce en la cuenta del cineasta austríaco formó parte de la selección oficial de la septuagésima edición del Festival de Cannes en donde recibió críticas mayormente positivas.

La película se sitúa en Calais en la costa norte francesa. En dicha ciudad, la familia Laurent, conformada por el patriarca Georges, la mayor de sus hijas, Anne, quien se encarga del negocio familiar junto a su descarriado vástago Pierre. También forman parte del clan el doctor Thomas y Eve, la hija de su primer matrimonio. Todos ellos deben lidiar con una serie de problemas y situaciones desquiciadas que amenazan destruir la frágil estabilidad familiar.

Ésta ha sido la más larga espera para un filme de Haneke, ya han pasado cinco años desde que presentó el drama nonagenario Amor (Amour, 2012). La tardanza se debió a que el cineasta se enfrascó en un guion al que finalmente no consideró lo suficientemente bueno para filmar. Sin embargo, algunos de los elementos del proyecto cancelado fueron incluidos en su más reciente producción.

Para Happy End, el autor retoma algunas de sus obsesiones narrativas, como los problemas que se esconden tras la aparente tranquilidad de una familia burguesa: tentativas de asesinato y suicidio, hijos carentes de atención, filias sexuales, soledad y falta de empatía. Además, vuelve a poner en entredicho el papel de los medios de comunicación, particularmente las redes sociales, cuya superficialidad marca el ritmo de las relaciones actuales.

Como buena parte del filme se rodó en Calais, región tristemente célebre por el campamento de refugiados conocido como “La Jungla”. Se hablaba de que la película tendría como un elemento importante la crisis de refugiados en Europa, sin embargo, fuera de un par de escenas, el tema no es tan evidente en el transcurso del metraje. También se hablaba de que sería una secuela de Amor, en buena medida porque repiten en los papeles principales Isabelle Huppert y el veterano Jean-Louis Trintignant, quien ha salido dos veces de su retiro solo para trabajar con Haneke. Pero el cineasta austriaco de inmediato atajó la cuestión asegurando que no existe ninguna relación entre ambos trabajos.

No existen grandes sorpresas ni revelaciones, sin embargo, la ambigüedad va tirando de la trama hasta provocar cuestionamientos en el espectador sobre la cordura de los integrantes de la familia con cuestiones tan simples como las detalladas charlas sexuales a través de las redes sociales, la insidiosa necesidad de videograbar todo en los teléfonos celulares o tan repulsivas el asesinato a sangre fría y sin consecuencias.

Aunque parece que varias escenas de Happy end las hemos visto ya en anteriores películas de Haneke, el filme logra sostener el interés del espectador gracias a su espíritu vago y retorcido, además de un elenco inmejorable y cierta dosis de humor negro. Es probablemente una de las cintas menos originales del austriaco, pero es lo suficientemente buena como para mantenerlo dentro del selecto grupo de grandes cineastas de la actualidad.

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