Por Francisco Negrete Mendoza
Los perdedores, los segundones, los actores secundarios, los que nunca parecen pertenecer a ningún sitio, los que miran la vida tras bambalinas… los que se sientan al final del bus escondidos detrás del asiento delantero, mirando por la ventana u observando alrededor, como si todo el mundo exterior fuese una pantalla de televisión, y lo que les muestra es un panorama ajeno y lejano…
Los que llegan a casa solos, los que carecen de una figura imponente, los que nunca han tenido liderazgo, los que se tienen que callar cuando alguien los interrumpe, los que ven cómo su mujer sale por la puerta principal con la intención de nunca volver, los que alzan la voz pero ni aún así se les escucha, los que se resignan desde que amanece hasta que anochece… etcétera, etcétera. Esos son nuestros perdedores. Y qué sería del mundo sin ellos, especialmente aquellos que han agudizado su ingenio y sus habilidades manuales exponiéndonos la vida desde la cara B de este LP que llamamos existencia.
Personalmente me identifico mucho más con las melodías tan desencantadas que entona Roger Quigley, junto con su banda At Swin Two Birds, en canciones como Wine Destroys The Memory, o con Los Planetas, banda derrotista por excelencia, que con el cabello rubio de Jude Law o la pseudo alternatividad de Johnny Depp, por más fatigados que se encuentren los personajes que han tenido que interpretar. Ni siquiera es envidia, de hecho me caen bien los anteriormente citados, simplemente me resulta difícil sentirme identificado con ellos por el mero hecho de que son entes de fantasía viviendo un canónico “Way of life” francamente ridículo. La vida no es así.
Ya lo decía Carlos Reygadas con respecto a su película Batalla en el cielo, donde Marcos, un chofer que trabaja para un general, tiene relaciones sexuales con su esposa en una de las escenas. Se trata de dos personajes atípicos para una escena de esta magnitud, es decir, que Marcos no es el típico galán adinerado, aristócrata, con barbilla partida por la mitad. No. Estos son una pareja como tantas otras en el Distrito Federal: gordos, sin grandes rasgos estéticos, apuntando hacia la vejez, luchando día a día para llevar dinero al hogar. El autor comentaba que él se sentía mucho más cercano a esa idea de relaciones sexuales que la que veíamos en Hollywood y sus variaciones, que lo de Angelina Jolie y Brad Pitt desnudándose en la pantalla es lo más anormal del mundo, pero te lo exponen como si fuese lo normal.
Si he de escoger algunos personajes que han pasado por el séptimo arte prefiero figuras verosímiles como el Bill Murray que ha interpretado a Bob Harris en Lost in Translation, actor en decadencia en la media de edad, aburrido de su matrimonio, mirada nostálgica e interpretando More than this de Roxy Music en algún karaoke de Tokyo. O cuando hizo a Don Johnson en Broken Flowers de Jim Jarmush, personaje que nos presenta la imagen típica del soltero recién abandonado por la amante, sin mucho qué hacer por el día, hasta que recibe la carta de una de sus ex novias informándole que tiene un hijo veinteañero que podría estar buscándole. ¿Qué puedo decir de Kevin Spacey encarnando a Lester Burnham en American Beauty”? Ejecutivo de publicidad de Chicago, padre de familia de una chica “incomprendida”, cuarentón, que ha dejado de hacer el amor con su esposa y que ahora sólo se masturba en la ducha por las mañanas antes ir al trabajo.
En Magnolia, de Paul Thomas Anderson, William H. Macy interpreta a Donnie Smith, personaje que en su niñez era conocido como “Quiz Kid” por haber ganado un programa de concursos de televisión, de preguntas y respuestas, catalogándole el país entero como niño genio. De adulto, habiendo sobrevivido al golpe de un rayo, se dedica humildemente a vender colchones en una cadena de tiendas estadounidense, es homosexual reprimido y está enamorado de un camarero musculoso con frenos en la dentadura, por lo cual él también se monta unos frenillos alegando que sí los necesita, con la esperanza ingenua de así llamar la atención de su platónico, deduciendo que buscamos algo de nosotros mismos en los demás. En la misma película pero en otro lado de la trama, Phil Parma, interpretado por Philip Seymour Hoffman (quien ya es un maestro encarnando perdedores, véase Happiness o Love Liza, por citar algunos), es un enfermero a domicilio que, a base de una serie de aventuras y desventuras telefónicas, logra reencontrar a un padre moribundo con su hijo, sin que se le reconozca su esfuerzo en lo más mínimo.
Otro que ha sido enmarcado en la pantalla grande es Harvey Pekar, autor de culto del mundo del cómic, quien ha plasmado prácticamente toda su vida en su obra. De la mano de los directores Shari Springer Bermanen y Robert Pulcini y del actor Paul Giamatti, llevan de la vida real al cine al antipático y gruñón Pekar. Cansado de la vida en general y de que nada valga la pena, cuando lo deja su segunda esposa remata con una reflexión singular: “Ya no me trago todo eso de la madurez, de que lo que no te mata te hace más fuerte. Estoy dispuesto a cambiar algo de madurez por un poco de felicidad”.
Me vienen muchos más a la mente ahora mismo: Lucio el Asno de Apuleyo, Los Pixies, Jorge de A pesar del oscuro silencio, de Volpi; Silvio Silverio, de Paco Alcázar; Encolpio de El Satiricón de Petronio; Confesiones de invierno, de Charly García; los personajes de Edward Hopper, Woody Allen… me podría pasar el día y la noche hablando o escribiendo sobre mis perdedores favoritos, pero se hace tarde y quedé con un amigo para tomar un par de cervezas, nos reiremos y la pasaremos bien, cuando el alcohol nos desinhiba lo suficiente como para contarnos nuestras mayores inquietudes, le diré que una chica me gusta mucho pero que la cosa va a quedar ahí porque esas cosas siempre quedan ahí y me da mucha rabia aceptarlo… no sé ustedes, pero yo me siento un perdedor.