La presencia de Nuevo orden (2020) en la programación del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) se rumoraba desde el día en que se anunció como parte de la selección oficial de Venecia. Al final, la película se alzó con el León de Plata que se otorga al mejor director de acuerdo a los criterios del jurado, en este caso Michel Franco. Desde entonces, los medios mexicanos empezaron a prestarle atención. Al final, la película se adelantó al FICM y llegó unos días antes a la cartelera. No obstante, Michel Franco estuvo en la capital michoacana para presentar su más reciente trabajo y develar una butaca con su nombre.
A la exposición que tuvo por su premio en Venecia, se sumó la polémica que desató su tráiler. En redes sociales, miles de comentarios mayoritariamente negativos, ya la habían juzgado sin siquiera haberla visto. Ahora, después de unos días de exhibición, sigue polarizando opiniones, como si la audiencia fuera una analogía de la sociedad que se enfrenta en la película.
En las calles hay caos debido al descontento social, se escucha en los noticieros y se siente por el cierre de vialidades. Personas que utilizan la pintura verde como símbolo de sus demandas (podría relacionarse con movimientos feministas o ecologistas, pero Franco asegura que lo tomó de la bandera, las otras opciones: blanco y rojo, no funcionaban visualmente). Sin importar lo que sucede a su alrededor, una pareja decide llevar a cabo su boda en una zona exclusiva de la Ciudad de México.
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El siguiente paso es mostrar la desigualdad al interior de la casa donde se desarrolla la fiesta. Los comentarios y acciones despectivas de los anfitriones hacia el personal de servicio, llegan al punto de esculcar sus pertenencias en busca de un instrumento saboteador. Del otro lado, vemos como a muchos empleados les resulta imposible ocultar su molestia ante las exigencias de los invitados, presentados como seres insensibles y decadentes.
La llegada de un antiguo trabajador de la casa detona el verdadero carácter de los anfitriones. El gesto altanero de quien todo lo arregla con dinero, contrasta con el de la joven novia, que es como diríamos coloquialmente, “un amor de persona”. Es aquí donde el filme de Franco encuentra su primer tropiezo importante. Esta bondad, que raya en la ingenuidad tiene su espejo en la benevolencia de dos de los empleados de la casa, que ayudan sin más razón que su bonhomía a la causa de la novia. Estos comportamientos de los personajes, como se ve en el desenlace, sugieren que en un estado de caos total las buenas acciones se pagan con la vida.
Eso nos lleva a otro de los aspectos más discutibles. En una sociedad dividida como la de la película, la mayor parte del metraje se cuenta a través de la mirada de la clase privilegiada. Todos ellos tienen nombre y un esbozo de personalidad. Mientras que la sociedad inconforme es representada como “los otros”, seres que ocultan su ropa y rostro tras varias capas de pintura. Son los que disfrutan alegremente del saqueo antes de ser sometidos por militares sin escrúpulos, que terminarán erigiéndose como los nuevos amos del país.
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Y es que ante la polarización social, esta enorme brecha entre ricos y pobres, se abre un espacio para el surgimiento del nuevo orden del título: un régimen militarizado que explota a ambos extremos de la sociedad, confinándolos a sus respectivos espacios de acción. Este régimen se mantiene con las armas y la promesa de limitar al máximo las expresiones de descontento.
Está muy lejos de ser una película perfecta, incluso en ocasiones bordea el tremendismo con las escenas de tortura carcelaria y los asesinatos a sangre fría. Pero llega en un momento particularmente complicado para el país y, aunque no pareciera en una primera instancia, nos invita a abrir un debate que propicie el entendimiento. Y es que existe un peligro real cuando una sociedad suma a los agravios causados por la desigualdad, el discurso polarizado de políticos y comunicadores.