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Crónicas

Pako Eskorbuto, un punk en retiro

Sin buscarlo, Pako Galán terminaría siendo el heredero de esa banda que ellos mismos autonombraron como maldita
Víctor RuizBy Víctor Ruiz15 mayo, 2025Updated:15 mayo, 2025No hay comentarios16 Mins Read
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Pako Eskorbuto
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—Hola Víctor, no me gustan las entrevistas, pero podemos tomar unas cervezas. —Así, sin cuidar las formas, Francisco Galán Portillo, mejor conocido como Pako Galán, mandó al carajo mi aspiración de sumarme a la reducida lista de periodistas que han logrado entrevistar al baterista y único sobreviviente de Eskorbuto, la banda de punk que cimbró al Estado español en la década de los 80.

Pese a mi escepticismo, y casi dando por hecho que en los días posteriores dejaría de responder a mis mensajes o argumentaría cualquier pretexto para evitar el encuentro, acepté su propuesta y emprendí el viaje a Bilbao, capital de la provincia de Vizcaya, dentro de la comunidad autónoma del País Vasco, al norte de España.

Mientras transitaba por la carretera que conecta a Madrid con Bilbao, rodeado de montañas imponentes y paisajes que parecían sacados de un documental de campos holandeses, repasaba en mis audífonos una y otra vez el Anti todo, el álbum que Eskorbuto grabó en apenas treinta y seis horas acumuladas y que vio la luz en febrero de 1986, catapultando a Juanma Suárez (bajista y vocalista), Iosu Expósito (guitarrista y vocalista) y Pako Galán (baterista) como un grupo emblema de aquella movida musical que se bautizó como Rock Radical Vasco, aunque la etiqueta nunca fue del agrado del trío irreverente, nihilista y apolítico.

Pero aquella época no solo estuvo marcada por la respuesta punki, rabiosa y contracultural de una generación que se enfrentaba a un panorama hostil y desesperanzador. En Euskadi, la droga se infiltró en lo más profundo de sus callejones, mermando así cualquier intento idealista de aquellos jóvenes que sabían mirar lo que la España posfranquista pretendía ocultar.

Dentro de ese macabro juego, Iosu y Juanma no lograron controlar su frenética relación con la heroína y abandonaron el plano terrenal de manera prematura; el primero murió el 31 de mayo de 1992 a los 31 años, mientras que su compañero de fechorías lo haría tan solo cinco meses más tarde, el 9 de octubre a la edad de 30 años.

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Pako Escorbuto

Sin buscarlo, Pako Galán terminaría siendo el heredero de esa banda que ellos mismos autonombraron como maldita y, al mismo tiempo, la más honrada que ha pisado el planeta Tierra. Haber sobrevivido a los salvajes 80´s y estar aquí para contarlo cuando se le pega la gana-cosa que no sucede muy a menudo-, convierten al baterista de 71 años en una leyenda que reniega de cualquier intento de postureo o disfraces de rockstar.

En las calles del Casco Viejo de Bilbao, la zona más turística de la ciudad, el rostro de Pako Galán, junto al de Iosu y Juanma, aparece constantemente en los aparadores. Ya sea en playeras, sudaderas, discos o libros, pero Eskorbuto forma parte de una de las insignias que ofrece la urbe más poblada de la comunidad vasca. Incluso, cuando se navega por la internet preguntando sobre las cosas que se pueden hacer en esta región de Euskal Herria, algunos sitios recomiendan la opción de visitar el mural que rinde tributo a la banda, el cual tiene una longitud de 26 metros y se ubica en Santurtzi, el pueblo pesquero y punki donde crecieron el bajista y guitarrista. Con el pasar de las horas, iba a terminar por entender que eso poco o nada le importa a Pako.

En la fría noche de Bilbo, un mensaje aparece en mi bandeja de entrada. Es el baterista ruidoso, quien me advierte que el pronóstico del clima para el sábado 26 de abril será de mucha lluvia, pero que da igual, porque termina por compartirme su dirección, la misma que ha sido desde hace más de 40 años, la de siempre: el barrio de Repélega, en el municipio de Portugalete.

***

Del Casco Viejo a Portugalete, se tienen que recorrer 14 estaciones en el metro de Bilbao. En la medida en que uno se va alejando de la llamada Zona 1 de la ciudad, los paisajes que se encuentran detrás del cristal del vagón tienen que ver con barcos viejos, grúas, grandes contenedores y un montón de edificaciones que se presentan como las secuelas de la antigua vida industrial de la región, mismas que contrastan con la parte más moderna del País Vasco.

En el rápido peregrinar de cada pueblo, cuesta trabajo no imaginarse a aquellos tres chicos, provenientes de familias de clase trabajadora, caminar por toda esa subcomarca de la Ría del Gran Bilbao conocida como Margen Izquierda, la cual, a comparación de su homóloga de la derecha que se vestía de residenciales que pertenecían a la burguesía vasca, se caracterizaba por ser de tradición obrera, fabril y marinera.

Dentro de este territorio que se calificaba como sombrío, estos tres músicos, que surgieron de las cañerías más improbables de Santurtzi, en algún momento también se les consideró como altamente peligrosos, al grado de que en Madrid se les aplicó la Ley Antiterrorista porque a los oficiales del orden no les gustaban las letras de las canciones que llevaban consigo en forma de maqueta. Treinta y seis horas duró su detención, pero la fama de “anti todos” que se les consignó quedó grabada para la posteridad.

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Eskorbuto

El barrio de Pako está cuesta arriba. La mayoría de las casas y edificios, con sus respectivos departamentos, se adornan de un bicolor blanco con marrón que inspiran tranquilidad. En algunas calles, se encuentran colocadas rampas mecánicas que tienen la función de aligerar los desniveles de la infraestructura. Mientras pruebo la tecnología que me resulta ajena, pienso que al mexicano promedio, acostumbrado a deambular en colonias populares, le parecería irrisorio nombrar a un lugar de este tipo como conflictivo o marginal.

—¿Necesitas algo? —, me pregunta un sujeto al notar mi presencia desorientada. Aunque ha lanzado el cuestionamiento desde el interior de un café-bar, su mirada delata que está casi seguro de lo que le voy a responder.

—Estoy buscando a Pako—, le digo y de inmediato percibo su cara de satisfacción por haber acertado. —Es aquí a lado—, añade con la naturaleza de quien da la hora o los buenos días al vecino.

La primera en aparecer en el portón es Leo, la compañera de vida de Pako Galán desde hace 40 años. Es de complexión media, cabello castaño al hombro, nariz aguileña y ojos rasgados. Al verme detrás de la puerta, no duda en tomar la iniciativa:

—¡Ah!, ¿México? —, pregunta mientras le da las últimas bocanadas a su cigarro.

Detrás de ella, un hombre de estatura baja, frente ancha y con entradas pronunciadas, ojos almendrados, boca grande y con un labio superior más fino que el inferior, se levanta del sillón y su reacción inicial es la de sonreírme para luego darme un abrazo como si estuviéramos ante un reencuentro. Es Pako Galán, y lo que rápidamente percibo es que su estética se mantiene intacta. Con unos jeans tradicionales, botas de obrero y una playera de Eskorbuto, el baterista luce como en cualquiera de las fotografías que aparecen en los álbumes que grabó la banda durante sus diez años como formación original.

El pequeño salón, que utiliza la pareja para descansar o reunirse con los amigos, también hace alusión en su decoración a aquellos años mozos en los que la agrupación se volvió un emblema de la juventud rebelde de Euskadi. En un cuadro enorme que figura en la sala como si se tratara de la foto familiar, aparece Pako posando junto a Iosu y Juanma en alguna locación improvisada de Santurtzi.

Pako Escorbuto

—Esa gabardina me la robé para hacerme la fotografía—, confesaría el músico más tarde entre risas traviesas mientras me señalaba con el dedo la imagen.

Dentro del espacio también se encuentran unas figuras de peluche del tridente musical, una botella de cerveza que fue creada bajo la marca de Eskorbuto, una playera de la banda que cuelga sobre los manubrios de una bicicleta y un escudo a gran escala de México que alguna vez un seguidor le regaló. En el último rincón del cuarto, se amontonan herramientas de trabajo que recuerdan que Pako se dedicó al oficio de ajustador mecánico desde los 14 años.

—¿Qué tal el viaje? — pregunta para abrir la conversación, y desde los primeros minutos se nota a un individuo suelto en sus palabras, con una comodidad que resulta contrastante a comparación de cuando se le pone enfrente una cámara y un micrófono.

La primera vez que Eskorbuto visitó México para ofrecer un par de conciertos fue en 1991, los días 20 y 21 de abril en la Arena “Adolfo López Mateos” de Tlalnepantla, Estado de México. En aquella ocasión, debido a su delicado estado de salud provocado por su adicción, Iosu tuvo que ser sustituido por el guitarrista del grupo Speed, Iñaki Huarte.

Eskorbuto

Ya sin sus habituales compañeros de guerra, Pako regresaría a territorio azteca 25 años después, cuando, junto a los músicos Alik “Kalaña” y Naty “Penadas”, se presentó el 8 de julio del 2016 en el Foro Independencia de Guadalajara y dos días después en el Salón Azaros de la Ciudad de México. En 2017, 2018 y 2019 repetiría la dosis con varias presentaciones, incluida una en el Festival Skatex.

Con ese antecedente, le cuestiono a Pako por mero trámite cuándo será su próxima visita a México, pero el baterista no titubea ni un segundo para comunicarme que no volverá a pasar. Simplemente se ha acabado. Es todo para él. Estoy frente a un punk en retiro, al menos en el sentido musical.

Sus palabras me hacen comprender aquellos detalles a los que no les había dado importancia. Antes de abordar el metro, me hizo saber que disponía de todo el tiempo del mundo, que podía arribar a su guarida a la hora que quisiera. Y ahí estaba, un hombre absolutamente relajado mirando el noticiero por televisión y sin una batería cerca.

—Me siguen invitando a que vaya a tocar, pero no más. En todo caso lo haré ocasionalmente, tocando unas tres canciones y en situaciones muy especiales, como sucedió hace poco que fuimos a un evento.

A partir de esa declaración, Leo se mofará una y otra vez de la edad de su compañero. Utilizará las palabras “viejo” y “jubilado” constantemente para ponerle gracia a los momentos. Pero lo hará con amor, cariño y, sobre todo, con la química irreparable que existe entre ambos.

—Yo le digo que no toque tan rápido la batería, que le puede dar algo ahí arriba—, expresa Leo mientras da paso a encender otro cigarro y Pako arrima dos cervezas.

Leo también es una testigo de primera línea de lo que fue el Rock Radical Vasco. A raíz de su relación con Pako, conoció a Iosu y Juanma, a quienes distingue como entes libres y divertidos que nunca hicieron caso de los consejos que su entorno les ofrecía. Oficialmente, su puesto en la banda era el de staff, pero más que cargar equipo de sonido, se sincera al admitir que dedicaba la mayor parte del tiempo a disfrutar de la música.

Ahora, bajo la misma sintonía que su pareja, lleva una vida más tranquila. Los dos siguen defendiendo su gusto por el punk, pero disfrutan estar lejos de todos esos reflectores, aunque parece que la esencia de lo que fue Eskorbuto siempre termina por alcanzarlos de manera involuntaria.

—Hace rato pasó por aquí una manifestación de anarquistas y traían de fondo una canción de la banda—, me dicen y casi enseguida comienzan una breve discusión por intentar recordar qué tema era. Al final acuerdan que se trataba de Historia Triste.

A Pako y Leo les gusta hablar de sus dos hijos y todo lo que gira a través de ellos: sus trabajos, las novias, sus gustos musicales y la negación que tienen de dejar el departamento que comparten con sus padres. No pueden ocultar el regocijo que todo eso les provoca, y si bien no lo expresan como tal, dejan en evidencia que la dinámica hogareña es su presente.

Sin embargo, Pako no recula a su pasado. Es algo que aprecia con orgullo, pero sin toques de nostalgia o melancolías innecesarias. Para la generalidad melómana, Eskorbuto es un hito en la historia del punk en español y el músico se muestra holgado al hablar de ello. Responde con entusiasmo a cada una de las preguntas que le voy soltando y deja entrever que se siente satisfecho por haber puesto de cabeza con sus baquetas a una sociedad conservadora.

***

Al comenzar el recorrido por las calles de Portugalete, por fin Pako da señales de su edad. Camina ligeramente encorvado y en el medio de su cabeza, se anuncia una calvicie de obispo que poco a poco va ganando terreno. Durante el trayecto, nos va advirtiendo de las heces de perro que observa sobre las aceras para que no vayamos a pisar alguna.

—No seas pesado—, le reprocha Leo, pero a él no le importa y vuelve a señalar el próximo desecho animal.

La furia punki se desata en Pako cuando una rama de un árbol se atraviesa en su camino, pues aunque la patea para quitarla de enfrente, el roñoso tallo apenas se mueve unos centímetros y termina por ser más estorboso que al inicio. —¡Grrr! —, termina por refunfuñar admitiendo su derrota.

Dice Pako que en la actualidad ya no hay punks como los de antes, como lo eran ellos, tan callejeros y sin esperar nada de nadie. Sin presumirlo verbalmente, el miembro de Eskorbuto proyecta con su actitud que sigue siendo el mismo cabrón de la vieja escuela, uno que no hace mucho caso de las tendencias que van marcando el ritmo del mundo.

Galán no usa teléfono celular. Hace apenas algunos años, accedió a abrir una cuenta en Facebook bajo el seudónimo de Buto Eskor (la discográfica que creó Eskorbuto y fracasó en el intento) para mantener contacto con los seguidores de la banda, sobre todo con los que viven en Latinoamérica. Tampoco le gusta manejar autos y conduce el propio solo cuando es estrictamente necesario. Y es todo. Si quieres encontrar al músico tienes que acudir directamente a su barrio.

Respecto a la parte económica que conlleva el nombre de Eskorbuto, asegura que nunca ha sido su intención lucrar más de lo que corresponde. Junto a Leo, han montado la mercancía oficial de la banda, pero no se inmutan por la piratería. Es más, se maravillan con la creatividad de los diseños ajenos.

—Cuando estuve en México, me traje un montón de playeras del Chopo—, me confiesa un Pako altivo de autosabotear su propio negocio.

Por cuestiones de regalías de las canciones, los derechos de autor y el papeleo que se debe renovar cada cierto tiempo, relata que todavía mantiene contacto con la familia de Iosu y Juanma. Sin embargo, vuelve a insistir en que la música nunca ha sido su sustento.

—Yo utilizo el punk para protestar y nada más. Para mí, el punk no es para vivir, es para morir peleando.

Pese a ello, se dice respetuoso de aquellas bandas o artistas que han elegido llevar su música al terreno más comercial y redituable posible. Inevitablemente, le tengo que preguntar por la gira que ha emprendido Evaristo Páramos, su contemporáneo y vocalista de proyectos como La Polla Récords, Gatillazo y Tropa Do Carallo.

—El “Evas” ahí está bien, ahí déjalo—, responde entre risas y yo no sé cómo interpretar sus palabras.

Al vagar por los callejones de Repélega, identifico la dualidad con la que convive Pako Galán en su cotidianidad. Por una parte, le gusta pasar desapercibido y con un bajo perfil entre la gente de su pueblo, que se le vea como un vecino más; pero del otro lado, también disfruta conversar sobre todo lo que fue Eskorbuto y los mitos y leyendas que, hasta el día de hoy, rodean al grupo.

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Eskorbuto

 —Se dicen muchas cosas de Eskorbuto, pero si hubieran sido tan peligrosos yo no estaría vivo, me hubieran cortado la cabeza o algo así. Iosu y Juanma eran como yo, la única diferencia es que ellos estaban enganchados a la heroína.

—¿Cómo le hiciste para no dejarte absorber por el rollo que traían? —, le pregunto justo en el momento en que estamos atravesando una de las calles en las que, a decir del baterista, en la década de los 80´s era un festín diario lleno de alcohol y sustancias.

—Iosu y Juanma eran los más chicos de su familia, y en cambio, yo era el mayor de nueve hermanos, entonces eso me daba otro sentido de responsabilidad que ellos no tenían.

Y hablando de mitos, retoma uno de los más populares: el robo de una guitarra a La Polla Récords.

—A ver, en aquellos años íbamos a los conciertos con muchos amigos, entonces lo que pasó fue que un colega de Iosu vio una guitarra ahí y simplemente se la llevó. Esa guitarra resultó ser de La Polla Récords, pero Iosu intervino para que la regresara. Ningún juez puede decir que Eskorbuto es culpable.

Portugalete es un municipio con apenas 44 mil 766 habitantes y cuenta con una superficie de 3,2 kilómetros, de los cuales, medio kilómetro cuadrado pertenece a la Ría. En la tarde del sábado del 26 de abril del 2025, el cielo parece que está enojado con esta pequeña comunidad del País Vasco. Los nubarrones y vientos que arrecian con fuerza, te hacen sentir que estás en la antesala de un huracán.

A Pako no le importa. Convertido en un guía turístico que quiere que lo conozcas a partir de su pueblo, presume con pasión las calles, la plaza principal y por supuesto el Puente Colgante que el propio Eskorbuto internacionalizó en sus videos y las letras de sus canciones. —Este lugar está de puta madre para sacar una fotografía—, expresa y terminamos por acatar la orden.

Antes de regresar al Casco Viejo, Pako y Leo me acompañan unas cuantas estaciones en el metro. Tras el respectivo abrazo y apretón de manos, veo a Francisco Galán Portillo alejarse parsimoniosamente y no puedo más que pensar que es un hombre de 71 años que debe sentirse ufanado de haber vivido como quiso, de incluso haberle dicho ´no´ a las drogas cuando el grueso de su generación las normalizaba. El retiro es más que merecido.

Instalado en el autobús que me llevará a Cataluña, vuelvo a reproducir el Anti todo y sigo encontrándome con canciones transgresoras, auténticas, políticas y moralmente incorrectas, tal y como lo fueron hace 39 años. “Eskorbuto sigue vivo”, me habría dicho Leo en algún momento de la conversación. La banda de punk rock, Bonzos, que es originaria de Bilbao, me ofrecerá en uno de sus temas otra explicación más simplificada, pero a su vez reveladora: La gran cualidad de Eskorbuto fue haber tenido la capacidad de cambiar su ciudad con solo tres acordes y en menos de dos minutos.

 

Eskorbuto
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Víctor Ruiz
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Víctor Ruiz nació en un barrio del poniente de la ciudad de Morelia un 15 de octubre del año en que cayó el muro de Berlín. Desde adolescente, el rock and roll se incrustó en sus venas, pero con el paso de los años también la lectura y la escritura se adhirieron a su lista de vicios.

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