A tan solo semana y media de su estreno comercial, la animación Ana y Bruno, dirigida por Carlos Carrera, ha fracasado en su intento por atraer público en las salas de cine. La palabra fracaso es fuerte, duele a quienes se entusiasman con algunas producciones nacionales, pero no nos engañemos: la película no logró el efecto de la recomendación de boca en boca y los 100 millones de pesos invertidos a lo largo de casi una década parece que no podrán recuperarse, al menos en lo que se refiere al ingreso directo por taquilla.
De acuerdo con cifras de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine) Ana y Bruno ha recaudado 16.8 millones de pesos, resultado de una asistencia de 373 mil 700 espectadores desde su estreno (31 de agosto) hasta el 9 de septiembre. El ritmo de afluencia comenzó mal y sigue mal, pues en su primera semana tuvo poco menos de 300 mil asistentes que generaron 12.9 millones de pesos, mientras que los siguientes tres días apenas había concentrado a 82 mil personas en salas y 3.9 millones de pesos.
En términos de distribución, el largometraje arrancó con mil copias, con un promedio de 200 espectadores por cada una de ellas, o en otras palabras, 20 personas por cada función en el primer fin de semana.
¿Por qué los resultados no fueron los esperados? Podríamos encontrar varias respuestas y tal vez no lleguemos a nada en concreto, pues las películas mexicanas a menudo se enfrentan a muchos obstáculos: que si la promoción no fue la adecuada, que si la estrenaron en mala fecha, que si compitió con películas muy taquilleras, que si el tema es muy fuerte…
Al respecto, el periodista Sergio Raúl López afirma que con Ana y Bruno queda claro “que el sistema de apoyos al cine mexicano, creado desde hace casi medio siglo por Echeverría, provoca que los cineastas carezcan de la intuición necesaria para funcionar en taquilla”. Se ha discutido mucho si la animación es para todo público o se orienta más a los adultos; “Corazón Films vendió la película como una gran aventura infantil con criaturas fantásticas, cuando en realidad es una macabra historia sobre la locura y los delirios de los enfermos que se unen en una aventura esquizofrénica para lograr que la madre enferma escape del siquiátrico”, subraya Sergio Raúl, quien hace ver la contradicción de venderla para los niños y estrenarla después del periodo vacacional.
La discusión sobre a qué público dirigirla ha afectado incluso con el personal de taquilla, pues al menos en Cinépolis se advierte a los padres que Ana y Bruno quizá no le guste a los niños, y que su acceso es “bajo su propio riesgo”. La conversación llegó a tal extremo que incluso hubo modificaciones al tráiler, acentuando aspectos más oscuros de la trama, al igual que la sinopsis, ahora con un enfoque distinto, lo cual de alguna forma es el reconocimiento a estrategias equivocadas de comercialización.
A veces da la impresión de que el público mexicano es duro con su propio cine y muy complaciente con lo que llega de Hollywood. Sobre la cinta de Carlos Carrera se ha dicho, con cierta razón, que la animación se ve vieja, que hay descuidos de producción y otras minucias; en tanto, a la par vemos el éxito de películas como Slender Man, que en tres semanas de exhibición acumula 66.2 millones de pesos en taquilla, sin importar la unanimidad de la crítica para calificarla como una terrible decepción en el género de terror, y ni hablar de la primera semana de La Monja, que en solo tres días recaudó 200 millones de pesos puestos por tres millones y medio de mexicanos. A nadie debería sorprender que una cinta nacional sucumba ante la maquinaria de publicidad y distribución norteamericana, pero hablando en términos de costo-beneficio, Ana y Bruno evidentemente no ha sido negocio para sus numerosos productores, quienes tal vez se imaginaron otro escenario, el de recuperar lo invertido, al menos.
La película distribuida por Corazón Films se une a otros intentos de animación mexicana que no han conectado con las masas. Hace no mucho vimos cómo El Santos vs La Tetona Mendoza, creación de Jis y Trino llevada al cine por Alejandro Lozano, recaudó menos de nueve millones de pesos en sus tres semanas de exhibición, una cifra muy pobre para lo que debió invertirse en una cinta que también tardó diez años entre planeación y exhibición. Caso contrario es el de La leyenda del Charro Negro, producida por Ánima Estudios sin financiamiento público. En sus dos primeras semanas ya había recaudado más de 60 millones de pesos, repitiendo así el éxito de “las leyendas”, una saga de la misma productora que incluye cintas como La leyenda de La Llorona (55 millones de pesos en taquilla), La leyenda de Las Momias de Guanajuato (92 millones) y La Leyenda del Chupacabras (100.7 millones).
Es probable que Ana y Bruno ni siquiera alcance su tercera semana en salas comerciales y tal vez sea recordada como una animación de culto que, como tantas otras películas, fracasó en taquilla, pues a final de cuentas el cine de autor pocas veces se concilia con el fenómeno de ventas.