Presencia (Presence, 2024), el nuevo largometraje de Steven Soderbergh, recibió buenos comentarios después de su presentación en Sundance hace poco más de un año. Fue promocionada originalmente como una cinta de terror, un género que suele funcionar bien en taquilla, pero parece ser que las distribuidoras no le vieron muchas posibilidades comerciales, ya que su lanzamiento a salas se retrasó por más de un año en Estados Unidos y México.
En esta película seguimos los pasos de una familia típica norteamericana (padre, madre, chico y chica), que llegan a su nuevo domicilio, una vivienda grande y de cierta antigüedad. Conforme avanzan los días, una serie de extraños sucesos pondrán en jaque la unidad familiar. Es decir, nada que no se haya visto antes, sin embargo, la novedad es que nos presenta los acontecimientos desde el punto de vista de una entidad fantasmagórica que habita la casa.
Ciertamente no es un recurso completamente original, pero debemos reconocer que no es habitual en el cine de género. El guion del veterano David Koepp enmarca la acción estrictamente al interior de la casa. La cámara se mueve en largos planos secuencia en una compleja coreografía que permite al espectador sumergirse en la continuidad de la acción, un tema que no es menor si consideramos las debilidades de su propuesta narrativa.
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Aunque observamos todo desde el punto de vista de la entidad invisible, lo cierto es que este espectro rivaliza en protagonismo con la familia ocupante. El guion se cuece a fuego lento, gracias a la dosificación de la información, descubrimos los problemas de cada uno de sus integrantes: el padre cariñoso pero limitado por una mujer dominante, el hijo que destaca en los ámbitos social y escolar, la madre distante que esconde un secreto financiero y por último, la hija, que vive el duelo por la muerte de su mejor amiga, un hecho que la ha convertido en una joven retraída y sensible, valga usted la expresión, a las señales del más allá.
Aquí debemos hacer un paréntesis: no es una película de terror. El propio cineasta la define más bien como un thriller psicológico. La cinta ofrece muy pocos sobresaltos, a fin de cuentas el misterio consiste en descifrar el comportamiento y la misión de la entidad, así como la relación que torpemente intenta establecer con la menor del clan, es un fantasma benigno que trata de protegerla de un peligro inminente.
Soderbergh intenta unir las piezas de este drama familiar, que incluye algunas dosis de fentanilo para estar a tono con los tiempos que se viven. También a un loco del montón con un ente invisible que respeta las reglas de la urbanidad y de paso, las de la física, entrando por las puertas y bajando tranquilamente por los tramos de escaleras de la casa. Claro, ante la falta de evidencia que demuestre lo contrario, se puede argüir que los fantasmas se comportan como les venga en gana y no siempre deben atravesar, sin mayor esfuerzo, las paredes.
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Claramente el cineasta estadounidense ha pasado por mejores momentos, desde aquel notable debut con Sexo, mentiras y video (Sex, lies, and videotape, 1989), con un extraordinario James Spader y una no menos carismática Andie MacDowell, la carrera del Soderbergh llegó a su punto máximo (comercialmente hablando), a principios de los 2000 con dos películas muy malas, pero que hicieron bastante ruido en los Oscar: Erin Brockovich y Tráfico.
A partir de ese momento su carrera tuvo altibajos, dirigió varios filmes medianos y llegó a declarar su desencanto con Hollywood, al grado de que anunció su retiro en 2013. Por supuesto, nadie lo creyó, y después de hacer varios proyectos para televisión, Soderbergh regresó al cine en 2017.
Podrá gustar o no, pero al menos hay que reconocer la versatilidad de Soderbergh. Ya hizo una readaptación de Solaris, un par de películas sobre el Che Guevara y otro par de strippers (la primera de ellas lanzó al estrellato a Channing Tatum). Se anticipó a la pandemia con Contagio, dirigió una cinta neo noir y una enteramente filmada con teléfono. Ya solo le faltaba una de fantasmas, eso sí, un tanto floja y con un final decepcionante, pero el intento ahí queda.