A pesar del inicio formal del verano cinematográfico siguen llegando a cuentagotas buenos exponentes del cine independiente a la cartelera nacional, es el caso de Príncipe (Prins, 2015), largometraje debut del director holandés Sam de Jong.
La cinta hizo su presentación en el Festival de Cine de Berlín en donde estuvo nominada en un par de premiaciones paralelas (Crystal Bear y mejor ópera prima). Cine Caníbal es la distribuidora que la estrena en México en el reducido circuito de arte, aunque previamente pudo verse en competencia en el Festival de Cine de Guanajuato (GIFF).
En apenas setenta y ocho minutos Príncipe hace un recuento de la vida de Ayoub, un adolescente de padre marroquí (un drogadicto que vive en las calles) y madre holandesa (una mujer solitaria y ensimismada), que vive en uno de los barrios más pobres de Ámsterdam. Ayoub pasa el día comiendo semillas de girasol y vagando con sus amigos, pero cuando intenta conquistar a la chica más linda del vecindario, deberá enfrentarse a una serie de situaciones que pondrán en riesgo a su grupo de amigos, a su familia y hasta su vida.
De Jong se inspiró en situaciones de su juventud para escribir el guion de su primer largometraje, tanto su inexperiencia como el deseo de impresionar a la chica que le gustaba, empezaron a llevarlo por caminos peligrosos. En este sentido el cineasta neerlandés utiliza la película para mostrar su propio enfrentamiento con la adolescencia y la búsqueda de identidad a través de su protagonista, quien vive atrapado en una situación familiar complicada en un entorno nada favorable.
La película alcanza por momentos de tintes una realidad casi documental, esto por una parte sostiene con firmeza el drama que se vive al interior de la familia, mientras que por otra, resalta las carencias del elenco (sobre todo en las secuencias filmadas en exteriores), conformado por actores no profesionales, muy entusiastas pero de alcances limitados. Varios de ellos conservan sus nombres de pila en la narración, incluso vemos por ahí a un tipo que en sus años mozos hacía la vida imposible al propio director.
A ritmo vertiginoso, aprovechando cada minuto de su corta duración, Sam de Jong logra resolver su relato (de una manera muy distinta a la que seguramente lo hacen muchos jóvenes que habitan en los barrios bajos de la capital holandesa). Para ello se apoya en toda clase de recursos: una edición acelerada, imágenes sobrepuestas o distorsionadas, tomas fijas que cortan abruptamente a secuencias rodadas con cámara en mano, etc., aunque no siempre resulten en beneficio de la narrativa.
Pero a pesar de los pesares, Príncipe mantiene intacto su encanto de cinta independiente. No solo es un buen ejercicio de búsqueda y afirmación de la personalidad, también funciona como un retrato efectivo de la sociedad neerlandesa. A decir de la propia Olivia Lonsdale (quien interpreta a la hermana de Ayoub en el filme y estuvo presente durante su exhibición en el GIFF), es una representación muy cercana a la realidad que viven los jóvenes en el norte de Ámsterdam. Sam de Jong debuta con estilo y una muy buena musicalización, el cineasta neerlandés nos ofrece una cinta pequeña pero lo suficientemente ágil para satisfacer al espectador que anda en busca de nuevas propuestas fílmicas.