Radamés Gnattali es más popular en Brasil por ser director de orquesta, pianista y compositor de música popular, y aunque su repertorio de concierto es menos conocido, cinco obras suyas sonaron este sábado en la Biblioteca Pública del Centro Histórico
El segundo día del Festival de Música de Morelia (FMM) siguió con el denominado “Concierto para cuerdas con música integral de Radamés Gnattali”, a cargo del quarteto del mismo nombre, que abrió el recital con la Seresta No. 1, con un único movimiento, “Samba”. Junto a “Choro”, se trata de dos composiciones cadenciosas, una fusión de música contemporánea y ritmos latinoamericanos que por momentos recordaban algunos pasajes de Astor Piazzolla, aunque sin tender al tango, sino al jazz.
Carla Rincón, violinista y al parecer directora del Quarteto Radamés Gnattali, dijo que el proyecto inició para rescatar los manuscritos de los compositores brasileros, en especial del que da nombre a la agrupación, para lo cual algunos discípulos del pianista y del también director de orquesta participaron.
“La primera pieza del programa es una ‘Seresta’, una serenata; él empezó a escribir para cuartetos de cuerdas, prácticamente en pares, aquí presentamos el uno y el dos, de entre 1930, 1936; su Tercer Cuarteto de Cuerdas es de 1963. Son dos etapas distintas de un compositor nacionalista pero con una influencia de Gershwin muy fuerte, Villalobos y otros compositores nacionales”, explicó la violinista, quien añadió que en Brasil actualmente se difunden trece programas de televisión sobre la obra de Gnattali para darla a conocer
El Cuarteto No. 3, dedicado a Guido Pascoli, un laudero de Brasil, fue de índole más abstracta -si ello es posible en la música o en las matemáticas-, una especie de enigma a ser resuelto, con fondo incidental de algún celular que sonaba, acompañado por aplausos del público al final de cada movimiento, salvo en el segundo: “Sin título”.
El violín llevó la voz cantante y la viola lo flanqueó con pizzicati, si bien en el tercer movimiento, llamado “Sin título” también, invirtieron papeles. La música era obscura, pero sugerente, como de terciopelo, como el soundtrack de una película de Guillermo del Toro. Concluyó la obra y la gente aún seguía entrando al recinto, a pesar de que tenía media hora el concierto.
Sin intermedio, comenzaron los Cuatro cuadros de Jan Zach, dedicado a ese escultor checo que tomó como tema a Brasil en su trabajo artístico, mientras algún teléfono caía al suelo y la gente que había entrado tarde conversaba sobre dónde iría a tomar asiento.
En cuanto acabó el primero de los cuatro cuadros -“Poeta brasileño”- la gente volvió a aplaudir y con un poco de deferencia y otro tanto de amabilidad, los integrantes del quarteto se pusieron de pie y agradecieron la efusividad del respetable moreliano, que batía sus palmas con el menor pretexto.
Cuando el segundo cuadro -“Santo de nuestro siglo”- iniciaba, quienes habían entrado hacía cinco minutos aún continuaban su amena charla, en una composición más religiosa, imbuida de patetismo, con rasgos neoclásicos y contemporáneos. Otra vez algunos iban a aplaudir cuando terminaba el segundo movimiento pero otras personas acallaron los sonidos: “Tshhh”.
El “Paisaje”, tercer cuadro, fue más nebuloso y esta vez el chelo llevó el peso de la pieza, hasta que el violín la recobró después de la mitad, tras lo que casi de puntillas los cuatro instrumentos entraron en un momento de evocación y de esperanzadora nostalgia. Para el último cuadro, “Feria”, de mayor velocidad, nadie aplaudió; pero la pieza fue yendo poco a poco de regreso a la evocación, y por instantes recordó el “Adagio de Espartaco y Frigia” de Khachaturian.
Por la Seresta No. 2, con toques de danza macabra y vals, el dodecafonismo flirteaba con el neoclasicismo, mientras un chico del FMM atendía su teléfono a media pieza y salía a hablar. Cuando el Cuarteto No. 4 y sus tres movimientos dieron comienzo, aún había algo de sol en la ventana de arriba del inmueble y uno tenía ya la sensación de haber acudido a escuchar algo muy entrañable, pero a la vez extraño, como esas viejas memorias perdidas que de pronto recuperamos de golpe y nos ciegan.