Cuando era niño me enseñaron que la oración es la manera en la que nos podemos comunicar con dios. En mi familia se hacen cinco oraciones al día: al despertar, en las tres comidas y al cenar. Cada una de las oraciones tiene la misma estructura: saludar a dios, darle gracias, pedirle algo, invocar a Jesucristo y decir amén. Un integrante de mi familia, en promedio, debería orar treinta y un mil setecientos cincuenta veces en una década. Cada oración, por breve que sea, dura treinta segundos.
Equivale a un mes y medio de oración en diez años. Hay religiones en las que las oraciones no solo tiene una estructura dada, sino que tienen cada palabra definida. Una católica viejita de setenta años ha dicho el Padre Nuestro más de cincuenta mil veces. Suponiendo que lo dice a un ritmo promedio de quince segundos, habrá pasado doscientos cuarenta y cinco días de su vida repitiendo las mismas cincuenta y siete palabras una y otra vez.
El judaísmo ortodoxo requiere realizar tres grupos de oraciones al día: Shajarit, Minja y Arvit. No son tres oraciones, son tres grupos de oraciones. Desconozco su duración, pero no suena a algo que termines en un minuto. El islam no requiere orar tres veces al día, como el judaísmo, sino cinco, pero a diferencia del cristianismo hay que hacerlo con un ritual un poco más complejo. Todos hemos visto la postura tradicional en la que se postra un musulmán ante su dios. Las oraciones del islam se llaman Salat y durante ellas no se debe tener prisa, debe tenerse conciencia plena de a quién se está dirigiendo, se debe sentir humildad y sinceridad, y se debe hacer un esfuerzo mental para alejarse de los pensamientos pecaminosos.
En el budismo se utilizan mantras (frases cortas) cuya repetición destruye el significado de la palabra y lo separa del sonido. A todos nos ha pasado que tras repetir muchas veces una palabra, ésta se convierte en un sonido sin significado. Dicha ruptura permite una reflexión desconcertante en torno al lenguaje. Si pudiera renacer en quien yo quisiera las próximas vidas, me gustaría nacer en cada religión y vivir conforme a ella al menos hasta los 17 años cuando pueda ser punk y revelarme.
Aprendí hace un par de meses que los segundos, es decir, la conquista definitiva de los humanos sobre el tiempo, fueron inventados por los monjes cristianos en su afán de tener un instrumento que les permitiera orar la cantidad exacta de tiempo ordenado por dios. La palabra controlando el tiempo.
¡En tu puta cara, Einstein! ¿Quién ríe ahora, perro? No te creas.
El motivo porque el que he estado pensando en las oraciones es porque hace poco escuché a un conocido decir que había días en los que no se podía levantar de la cama y tenía que hacer uso de la palabra. Es decir, recurre a fórmulas lingüísticas para comunicarse con él mismo. “¿Por qué he de sentirme triste?” se repetía. El carácter de su pregunta no era espontáneo, sino autoprovocador. Se habla a sí mismo para detonar ideas que lo motiven a realizar uno de los actos más difíciles en la vida de una persona: levantarse en la mañana. Es de suponerse que mi pequeña investigación para las primeras líneas de este texto fue realizada en wikipedia. Encontré algo que se relaciona de una manera muy estrecha con la idea de mi conocido. El artículo de la oración judía tiene unas palabras enunciadas por un rabino nacido en el siglo XVII llamado Najman y nacido en Breslav.
“Aunque muchos días y años pasen sin que te parezca haber logrado nada con tus palabras, no abandones. Cada palabra deja una impresión. El agua diluye la piedra (Job 14: 10). Parece imposible que el mero gotear del agua sobre una roca pueda llegar a dejarle siquiera una marca. Pero de hecho, y tal como es sabido, luego de muchos años llega a perforarla. Puede que tu corazón sea como una roca. Puede parecer que las palabras de tu plegaria no estén haciendo mella sobre él. Pero, al pasar los días y los años, también tu corazón de piedra será penetrado”
Podría estar hablando de cualquier palabra y no solo de la palabra hacia dios. Ello me hace pensar que el poder de la oración trasciende a la misma religión.
Gabriela Mistral, escritora chilena y ganadora del nobel en 1945, escribió un breve texto llamado Himno Cotidiano en el que plantea una serie de principios personales. Ideas sencillas y poderosas, de esas que son tan obvias como olvidables. De esas en las que resulta un gran alivio el poder de la repetición.
En este nuevo día que me concedes, Señor, dame mi parte de alegría, que sea tu amigo entrañable y que consiga ser mejor.
Dichoso yo si al fin del día, un odio menos llevo en mí; si una luz más mis pasos guía y si un error más yo extinguí.
Dichoso yo si aun con la rudeza mía nadie sus lágrimas vertió; y si alguien tuvo la alegría que mi ternura le ofreció.
Que cada tumbo en el sendero me vaya haciendo conocer cada pedrusco traicionero que mi ojo al fin no supo ver.
Y más potente me incorpore, sin protestar, sin blasfemar; y mi ilusión la senda dore, y mi ilusión me haga amar.
Y que por fin el siglo engreído, en su grandeza material, no me deslumbre hasta el olvido, de que soy barro y soy mortal.
Ame a los seres este día, a todo trance halle la luz. Ame mi gozo y mi agonía, ¡ame la prueba de mi cruz¡
Resentimientos adolescentes ateos aparte. En el texto hay una manifestación ordenada de ideas nucleares apuntadas hacia el perfeccionamiento personal. A veces imagino que tengo una especie de libro de oraciones personalizadas y que las repito todos los días, buscando que con el paso de los días y los años, logre perforar mi propio corazón. No serían oraciones religiosas, sino frases que me permitan recordar verdades importantes.
Como en la película de Memento, cuando el protagonista se tatúa todo el cuerpo, pero en lugar de tatuarme añadiría una frase a mi libro de oraciones diarias. Como Aria repitiendo los nombres de las personas que debe matar, pero diferente. Pocas veces en la vida he deseado escribir poesía con lírica, ahora es una de ellas. Si la idea es repetir algo hasta la náusea, más valdría que no fuera una sucesión de cacofonías, como suelen ser mis textos. Pero para lo que sí soy bueno es para copiar ideas de otros lados. A continuación una breve lista de ideas que le copiaría a las religiones para mi oración personal que escribiré el día que tenga lírica. Flow, pues.
Iniciar enunciando el nombre de Dios
En lugar de dios se podría enunciar el nombre del Universo. Tratar de sentir su peso sobre mi existencia, el peso de los casi catorce mil millones de años que han pasado desde el big bang. Recordar que el tiempo y el espacio están ligados entre sí y que estar hecho de materia me hace deformar el tiempo/espacio como un objeto pesado deforma un colchón. Que las partículas que conforman los átomos de los que estoy hecho darán forma a mi existencia por un periodo mínimo e insignificante si lo comparas con el tiempo que han existido y el que existirán.
Agradecer
Joan Rivers le dijo una vez a Louis CK que el problema es que “ustedes nunca se dan cuenta de lo afortunados que son”. Estar consciente de nuestros privilegios nunca es mala idea. Estar consciente de la fortuna de que la Tierra haya decidido existir en medio de tanto espacio estéril lleno de falta de vida. Estar consciente de la fortuna de que hace más de tres millones de años una serie de moléculas empezaran a replicarse una y otra vez, sufriendo ligeras modificaciones hasta llegar a replicarse en forma de seres complejos como nosotros, y que los seres humanos hayan dedicado decenas de miles de años haciendo miles de inventos pequeños que encimados uno sobre otro dieran origen a la fantástica sociedad que habitamos.
Estar consciente de que en todos los miles de millones de años que tiene la tierra es la primera vez que hay internet y memes. Que tenemos tacos, pizza, carros, salud, cine, música, literatura, danza contemporánea, no es cierto, la danza contemporánea no le gusta a nadie. Gracias por recordarnos que somos afortunados antes de morir, Joan Rivers.
Pedir perdón
Reconocer nuestros errores de manera tranquila, lejos de ellos. Entender su naturaleza y tratar de no caer de nuevo en ellos. Los errores están determinado por nuestra moral. En última instancia reconocer nuestros errores, debería también ser reconocer en qué se sostiene nuestra idea del bien y del mal. Por ejemplo ahora mismo reconozco que uno de mis errores es pensar demasiado en mis errores. Detrás de ello está la idea del tiempo y la búsqueda de un uso más responsable de él. ¿Ya soy buda?
Pedirle cosas a dios
Enunciar en palabras lo que queremos es tenerlo claro, es tener una lista de pendientes existenciales. En cierto modo es lo contrario de pedir perdón, pero también se debe basar en lo que consideramos bueno y malo. Debe ser coherente con ello.
Invocar el nombre de Jesucristo
Lo valioso de cerrar una oración con el nombre de Jesucristo es recordar el origen de todo. El cristianismo descansa en Cristo. Mi oración descansaría en el poder de la palabra o del tiempo, o de los dos.
Amén
Todos sabemos que amén significa que así sea. Que es como el equivalente hebreo a órale pues. Es darse el avión a uno mismo y saber que las palabras son solo palabras si no hacemos algo al respecto. Y aunque la palabra amén no me gusta cómo suena, no se me ocurre algo mejor.