Por Diego Vázquez
El ensayo fragmentario suele ser una especie de diario; apuntes que en principio pretenden hablar sobre algún tema en particular pero que terminan en otra cosa. Muchas veces terminan reflejando aspectos muy interesantes de quien los escribe. Creo que es el caso de Ingrid Solana en su libro Barrio Verbo.
Pocas veces sentimientos como el miedo y la amargura se cuelan de una forma tan tramposa en un texto que no pretendía hablar ni del miedo ni de la amargura. Pero al tratarse de una obra que trata sobre la vida cotidiana, estos elementos son los primeros que aparecen y te abren la puerta de cada texto.
El libro, editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, recopila 25 escritos de la oaxaqueña, quien pasea en una frontera entre ensayista, novelista y poeta. Novelas con proposiciones aisladas y ensayos con narraciones insistentes se reúnen en una propuesta de lectura trazada sobre una idea primordial: el acto.
Barrio Verbo se plantea narrar los acontecimientos que, irrumpiendo el equilibrio de lo cotidiano, pintan el entorno en el cual la autora se encuentra dando cuenta del azar al que nos encontramos sometidos. Escribe sobre el barrio, sobre su barrio, en tanto que habla de lo que conforma su entorno y de aquellos quienes forman parte de su experiencia vital; las calles, los árboles y los libros recorren la vida de la autora permitiendo considerar la actividad que tienen sobre ella.
En este sentido, llama Verbo a su barrio porque hay actividad y movimiento en las cosas particulares; las calles no son sólo calles sino que ahora son el camino que los pies cubiertos en botas van marcando mientras imprimen sus huellas, los árboles no son sólo árboles sino que se convierten en el punto de contacto con los individuos que viven en la acera de enfrente ni tampoco los libros son sólo libros, sino que son testigos del acto de la reinvención, son refugio para las palabras que son copiadas del barrio que las ha escrito.
Los 25 escritos de Solana se reúnen en trece categorías enmarcadas por un acto particular, un verbo. Estos verbos –todos en infinitivo- escritos en mayúsculas encabezan la lectura de uno a tres escritos, según sea el caso, acompañados de una breve definición de lo que entenderá por verbos como iluminar, trenzar o leer. Si bien podría considerarse inocente el ordenamiento de estos ensayos, parece haber un guiño en la sutileza de un hilo conductor que sugiere una crónica acerca de la construcción del presente de la autora. Partiendo de los verbos viajar y aprender, y pasando por otros tantos como comprender, corregir y dudar, Solana nos cuenta los relatos han conformado su presente; terminando con títulos como destruir y permanecer parece sugerir que no queda más que aceptar la vigencia de lo que se extingue, de lo perenne del acto y de la vida.
Acosada por los espectros de un pasado insistente, Solana narra experiencias que le son propias e interpreta fragmentos de la vida de algunos otros que le son ajenos. Recorriendo el camino del istmo de Tehuantepec a los barrios de la Ciudad de México, la oaxaqueña nos presenta una serie de relatos que parecen entretejerse en aquellas preciosas observaciones sobre la vida y la muerte, sobre el azar y la resignación, sobre el amor y la despedida.
Su particular interpretación de las intervenciones artísticas urbanas, del parkour o del oficio del organillero hace evidente que, aunque el barrio se comparta con otros, el significado que se le puede dar es tan particular como el acto mismo. Así, este texto se pregunta por el acontecimiento, por cómo los ojos del espectador del mundo cambian al mismo tiempo que el barrio se transforma. Es en este compendio de novelas con tinte de ensayo y de ensayos con tinte de novela que Solana se permite reunir consideraciones que, en discursos sobre lo cotidiano, mueven el margen de observación para poder dar cuenta en su entorno de los diferentes matices ignorados y para poder escuchar las voces olvidadas.
Sin embargo, aunque Barrio Verbo esté colmado de contacto cotidiano, hay una serie de precisiones que, en la prosa de Solana, presentan un modo particular de observar, entender y dar lectura a las letras invisibles del tiempo. Discursos sobre la lectura y la escritura proponen una interpretación del acto que deja ver la naturaleza de su propio trabajo como escritora.
Es este el caso de “El cuerpo escribe”, ensayo que trata sobre el ensayo en sí. Caracterizando al ensayar como la búsqueda de la intervención de lo ficticio en la existencia parece querer justificar su trabajo mismo como exitoso.
Del mismo modo, “Elogio al subrayado” e “Intervenir” son propuestas de entendimiento de la creación literaria en donde se deja ver una postura frente a las teorías filológicas y filosóficas sobre el escrito y la lectura. La novedad de ello es que no sólo expresa en su trabajo las premisas de la interpretación y reconfiguración de la obra, sino que invita al lector a sumergirse en la experiencia misma de la [re]creación literaria.
En contraste, cuando en “Literatura rabiosa” habla de los libros que contagian su enfermedad, la autora parece querer hacer de su misma obra una ‘pieza sórdida que lesione los tímpanos’. Barrio Verbo parece expresar una violencia escondida en el fraseo de ciertas emociones; violencia hacia la vieja de enfrente y hacia la que vende dulces, hacia las instituciones que la hicieron víctima de lo que llama las ‘penurias del pasado’ y hacia el indigente y el pobre. La obra de Solana no sólo carga con una historia que marca el presente de quien la escribe, sino que explota en denotaciones categóricas que son el sedante de su ira.
La particular obra de Solana explorada, parece ser, una escritura de combate, trágica y cómica en la cual el protagonista no es el acto, el barrio ni el verbo, sino las cicatrices que le han dejado marca, que le han constituido. La evidencia de lo escrito hace ver que, por voluntad, el olvido no arrastra a ciertos fantasmas inofensivos.
Dice la escritora en uno de los ensayos que dedica al problema del escribir y del leer que el lector es soberano, pues sólo él tiene poder sobre los hechos de la imaginación y es quien reescribe la obra. Frente al escrito que no es leído, frente a la literatura rabiosa, el que escribe no tiene más que retirarse silenciosamente y continuar durmiendo poco. Ante esto el autor paga su cuota, pues ha descargado una voz olvidable. Barrio Verbo es el combate con los espectros del pasado que es necesario para convertirse en ausencia: es la voz olvidable misma.
Imagen de Slide: «Warm reading», de José Manuel Ríos Valiente