Dicen que la Ciudad de México es, ante todo, Guadalupana. Dicen que la Basílica es el templo católico con más efervescencia, donde miles de peregrinos acuden para pedirle favores o cumplirle mandas a la Morenita. Pero la noche del 14 de marzo no había devotos en la Villa, las masas ahora se dirigían a otro santuario, al santuario de Sus Satánicas Majestades.
En vez de rosarios había playeras con enormes lenguas; por los caminos hacia el Foro Sol los vendedores no ofrecían estampitas religiosas, sino tazas, llaveros, posters o gorras de los Rolling Stones, la banda que surgió en 1962, el mismo año en que el Papa Juan XXIII excomulgaba a Fidel Castro, el caudillo cubano que la próxima semana le abrirá las puertas de La Habana al cuarteto inglés para un concierto histórico y gratuito.
Lo cierto es que a las 9:00 de la noche los cuatro jinetes apocalípticos salieron ante más de 60 mil creyentes para cantar Start me up, la canción cuyo video rodado en 1981 muestra a Mick Jagger con una camiseta morada y pantalón blanco, mientras que Keith Richards aún no tenía una sola cana pero sí la maestría para hacer hablar a su guitarra. Si para entonces la banda ya podría considerarse veterana, imaginemos a sus integrantes en pleno 2016, con Latinoamérica a su pies, con tantas generaciones reunidas para renunciar a Dios y aceptar su simpatía por el Diablo.
Durante el concierto, Jagger dice que Sean Penn lo buscó para una entrevista pero se escapó, afirma que antes tomaban tequila y ahora beben mezcal, y confiesa que visitaron las Pirámides de Teotihuacán, pero que nada se comparó con ir a la lucha libre. ¿Cuál es el secreto de estos 4? ¿Cuál es la fórmula para sobrevivir a los excesos? ¿Cómo es que Mick puede correr todo el tiempo sobre el escenario como si fuera un chaval de 20?
Los Stones, la banda más grande del mundo, hacen que las almas mexicanas enloquezcan con Honky Tonk Women, tema compuesto en 1970, el año en que nuestro país era la sede de un mundial de Futbol, un año en que el rock estaba prohibido porque sabía más a Satanás que a Dios Padre, a quien quizá solo bastaba con decirle que esto es rock and roll y que nos gusta.
El Foro Sol, a unos 16 kilómetros de la Basílica de Guadalupe, reafirmó su culto a los expulsados del paraíso y sus feligreses hicieron alabanzas a las pantallas gigantes que mostraban estrellas de cinco picos y fuego que anunciaba la simpatía por el diablo; a las miles de personas, desde niños hasta ancianos, les fue robada su fe, fue el momento en que Jesucristo tuvo un momento de duda y dolor, la noche en que 60 mil almas, ya condenadas, solo pudieron decir “mucho gusto, ya conozco su nombre y sé su juego, señor”.
Después, esas cabezas sin perdón divino fueron poseídas por una fuerza maligna salida de unos requintos Richardianos y acompañaron sendos aullidos diabólicos:
Woo-woo
Woo-woo
Woo-woo
Woo-woo
Woo-woo
Woo-woo
Woo-woo
Cuenta la leyenda que cuando los Stones salieron de grabar Symphathy for the Devil, en junio de 1968, el estudio entró en llamas a causa de un corto circuito. El personal tuvo que ser evacuado y todo quedó hecho cenizas. También se dice que Mick Jagger comía sobre la vagina de Marianne Faithfull, la novia que lo engañó con Keith Richards, la misma que anduvo con Jean de Breiteuil, quien dice que mató a Jim Morrison.
El mundo del rock es así, está lleno de mitos, de humo, de guitarrazos, de sexo duro y de noches incendiadas.
Fue la noche de sus Satánicas Majestades.
La noche en que renunciamos a Dios.
La noche de la satisfacción maligna.