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Roma: la mejor película de Alfonso Cuarón

La noche del miércoles fue presentada en Función de Gran Gala en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) la nueva película de Alfonso Cuarón, Roma (2018). El cineasta regresa a la capital michoacana para exponer su más reciente trabajo después de que hace unos años hizo lo propio con el drama espacial Gravedad (Gravity, 2013), el cual unos meses después llevó para sus vitrinas nada menos que siete premios Oscar.

Alfonso Cuarón, quien además de dirigir también es el autor del guion, se esforzó al máximo para mantener en secreto los detalles de este proyecto. Sin embargo, pocas películas mexicanas han dado tanto de que hablar durante su rodaje: la adquisición de los derechos de distribución por parte de Netflix que generó un conflicto con el Festival de Cannes y la agresión que sufrieron miembros de la producción en la colonia Tabacalera, fueron algunas de las situaciones que trascendieron la esfera de lo cinematográfico.

Ambientada entre los años de 1970 y 1971, la cinta cuenta la historia de una familia de clase media alta, la cual encabeza Sofi, profesionista y madre de cuatro hijos, quien debe enfrentar las consecuencias del abandono de su marido. El cuadro lo complementan la abuela y dos empleadas domésticas de origen mixteco: Adela y Cleo, a través de cuyos ojos seguimos el desarrollo de los acontecimientos.

La película está dedicada a Libo, empleada que formó parte importante de la vida de Cuarón durante su infancia en la Ciudad de México. No por nada, el propio cineasta asegura que buena parte de las secuencias del filme provienen de remembranzas personales, de un México que vive en el recuerdo con los viejos cines de barrio y los oficios de antaño que poco a poco han ido desapareciendo de las calles de la ahora cosmopolita capital mexicana.

Presentada en un elegante blanco y negro, la cinta no solo recrea la época como un mero hecho anecdótico, sino que se da tiempo para tocar temas sociopolíticos como el ascenso al poder de Luis Echeverría (aquellos ominosos carteles de propaganda electoral), la masacre del jueves de Corpus, mejor conocida como “el Halconazo”, los conflictos por tierras y la problemática urbanización del antiguo vaso de Texcoco emprendida por el entonces gobernador Carlos Hank González (“800 mil mexicanos beneficiados por un solo hombre”, reza ridículamente una manta).

Pero el verdadero drama en el filme no es la ridícula inoperancia de la política mexicana. La tensión gira alrededor de la fragmentación familiar y el terrible comportamiento de los adultos. El padre es incapaz de enfrentar su conducta irresponsable y la madre venga el desagravio haciendo trizas el auto del marido (símbolo del poderío masculino). Un drama paralelo vive Cleo, quien debe soportar los arrebatos de sus patrones y al mismo tiempo quiere a los niños como si fueran hijos propios. Más allá de lo laboral, Cleo encuentra tiempo para llevar una vida amorosa marcada por la ingenuidad y el desamor.

El amor implícito en la palabra Roma, nombre de la céntrica colonia primer hogar de Cuarón, es lo que lleva al final a la sanación. El matriarcado que permite mantener a la familia unida después de un angustioso periodo de duelo y la aceptación del destino de un embarazo no planeado permiten la supervivencia del clan, aunque la constante aparición de aviones en el cielo parece señalar el cambio y movimiento que les depara el destino a cada uno de los personajes. Roma ganó el premio a mejor película en el Festival de Venecia y es una gran película, pequeña, elegante y personal, probablemente lo mejor del director hasta ahora.

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