Por Raúl Mejía
A manera de epígrafe, unas palabras de nuestra única deidad mexicana en cualquier género. Me refiero a Juan Villoro: «Incluso un virtuoso como Neymar, que se adiestró en campos donde las fintas son más importantes que los goles, ha caído en un oportunismo judicial: no intenta el regate para marear a un defensa, sino para que le cometa una falta y él pueda simular una agonía». (El País, 7 de julio, 2018).
Empiezo: aquellos seres alguna vez comprometidos con la esencia del amor lo sabrán: uno siempre está ahí, firme, entero, sin fisuras… hasta ser decepcionados. Una vez sufrida la desoladora experiencia del «me fallaste», ya nada es igual. No hay vuelta atrás. Eso lo saben perfectamente las mujeres.
Eso me pasó con Brasil.
Luego de ser testigo de la más miserable expresión de un cobarde ajeno a la ética y la moral (uno en específico, pero vale para varios cariocas actores) en el terreno de juego, mi amor simplemente amaneció marchito. Pude haber soportado la derrota sobre mi país, constatar cómo nos daban un baile e incluso una goliza, pero no esos ocho minutos dilapidados por unos cracks tirados en el césped, heridos de muerte (y curados con agua). Fueron como lo exclama Kurtz en El Corazón de las Tinieblas: «¡El horror, el horror!»
No necesitan de esas mañas para ganar, perros.
Neymar es un miserable y gracias a su actuación infame contra México, el mundo lo supo: es un… es un… es un… es un… ¿cómo decirle? (¡joder! Ya no sé qué poner porque cualquier cosa tendrá un grupo defensor). Es un… un chico muy malo, malote, ¡ay qué feo! Pusilánime y más.
Ayer, cuando el nazareno hizo sonar su ocarina (siempre quise usar esta frase de la ocarina) brinqué de gusto por la derrota inmerecida de los brasileños porque, seamos honestos: de puro churro no empataron para alargar el encuentro con los belgas. En un alargue, los vestidos de rojo quizás no hubiesen logrado la hazaña. El árbitro pitó y para muchos fue la venganza azteca. ¡Bien merecido lo tenían, pinches penta campeones!
¿Alguna vez vieron a un belga tirándose al suelo para hacer tiempo simulando una fractura expuesta? ¿A un japonés? ¿Un inglés? ¿Un suizo? No. Engañar, hacerle al pendejo, no tener ética, ser marrullero (“canchero”, le decimos los mexicanos) es una cualidad latinoamericana y hasta lo defendemos porque “es parte del juego”. No mamen. Si se trata de hacer de este deporte una actividad a prueba de “latinoamericanismos”, el VAR debe servir para sancionar las “neymaradas” porque, ya está comprobado, sólo podemos actuar como gente decente si se nos obliga a ello. Vean si no: ¿se escuchó el pendejo grito de “eeeh puto” luego de la última advertencia?
¡Ay, somos tan únicos y qué!
Mi esencia villamelona afloró luego de ver la “esencia canchera” en selecciones como México, Uruguay, Colombia, Costa Rica o Panamá (ellos menos porque estaban más preocupados por no ser goleados): se requieren castigos ejemplares para los Neymar del mundo. Una especie susceptible de generar micosis de no ser atendida.
Pasemos a lo técnico y podemos hablar de ello en pasado porque esto ya perdió interés en la secta villamelona: me gustó este mundial. Hubo partidos realmente excepcionales. El de ayer de Brasil y Bélgica es uno de ellos.
Los esquemas defensivos han llegado a niveles de excepción y solo son franqueables si se cuenta con individualidades geniales (y a veces ni así). Si hay inocentes que siguen creyendo en esas macanas de ser luchones, sacrificados, humildes y que siéndolo superarán la actual práctica de la ciencia defensiva, les informo: están en un error. Apúntenlo, entrenadores jóvenes: el síndrome de Osorio no es usufructo vitalicio del divino colombiano: todos los sistemas de juego son estudiados como si se tratara de obtener un PhD en Cambridge. Todo entrenador que se precie de serlo sabe las coreografías de sus rivales. No hay informante en el mundo que no sepa cuántas veces nuestro Chicharito Hernández se persigna, cuántas letanías murmura y las veces que, entornando los ojitos, dirige la mirada a Dios Padre antes de cada partido. ¡Lo saben todo, Big Brother!
Me atrevo a hacer una vinculación arriesgada. Espero no me salgan detractores y detractoras: nuestra selección tiene el famoso “techo de cristal” porque nos empeñamos en jugar como hombres y no como mujeres: con huevos pues. Si pudimos escanciar 45 minutos sublimes contra Alemania y otros 45 contra Brasil (no hay más), debemos encontrar la forma de ser capaces de contener la furia de los sabios y los dioses como lo hizo Bélgica en la segunda parte del partido de ayer porque, al margen de envalentonadas, los belgas la sintieron bien cerquitass y dijeron (como los amigos de Hernán Cortez en suelo americano) “ay, güey, ¿tan larga me la fiais?” y optaron por guarecerse inteligentemente para llegar al final victoriosos.
Lograr eso no es azar, es hacer de la concentración un dogma. Ya vendrán otros tiempos en la ingeniería futbolera que le den el balón a los virtuosos de la gambeta y el juego alegre, retozón y filigrano. Por ahora, la filosofía defensiva hizo saltos cuánticos y llegará a niveles de perfección en el próximo mundial (y la física suele hermanarse con los amigos de la sabiduría. No es el momento histórico para las florituras.
Dar esos saltos sólo se logra teniendo mexicanos que sí jueguen partidos en las mejores ligas del mundo (o sea, en Europa). Ya olvídense si lo hacen con el Manchester, el Barsa o equipos medianos. No. Seamos pragmáticos: nomás que jueguen como titulares aunque sea con el Rayo Vallecano, carajo. Debe ser aleccionador echarse tiritos con tipejos como Bale, Kane, Lukaku, Griezman, Varane… y Neymar (¿alguna vez vieron a Messi haciéndole al pendejo con una lesión?).
Ya están en semifinales Bélgica y Francia.
Espero una victoria de “la pérfida Albión” y otra de los croatas porque, si gana Rusia, mi amor por el futbol se marchitará tan pronto que no llegará a Quatar. Me gusta la oncena inglesa porque es una nueva generación de escuincles osados, descarados; maduros pues.
Para campeón me gusta Francia (aunque tengan en su alineación a un émulo de Neymar en materia de actuaciones: el inmenso Kylian Mbappé).