Silverio no es un dj; es un aborigen que poco a poco se despoja de su estorboso ropaje para entonces mostrarse como el diablo lo trajo al mundo.
Un hombre de panza prominente que se acerca a lo 50 años desató las alarmas entre el personal de seguridad del Metro en la Ciudad de México. No se trataba de ningún ladrón de celulares; tampoco de un enfermo acosador de mujeres ni uno de esos bocineros cuya actividad supuestamente quedó prohibida hace algunos años. ¿Quién era entonces el tipo que pudo ocasionar un caos en esos pasillos que conectan de un vagón a otro en Insurgentes?
La leyenda dice que nació en una cueva de Guerrero y sin saber de modales ni buenas costumbres llegó a instalarse a la Ciudad de México. Se trata de Silverio, también llamado Su Majestad Imperial, uno de los fundadores del sello Nuevos Ricos, compañía que naciera con el nuevo siglo y que como tal ha muerto, heredando bestias como este músico y dj.
Quienes hemos asistido a un show del mencionado aborigen sabemos lo que nos espera: noches punk con música electrónica, fascismo escénico, desnudos aterradores y mucha cerveza por los aires. También llueven los insultos, las mentadas de madre, pero de eso se trata, de convivir como salvajes, de matar a los buenos modales.
El show de Silverio no es para cualquiera. Se necesita valentía para ver a un hombre escupiendo todo lo que bebe a sus fanáticos y él necesita orgullo propio para empapar su cuerpo de cuanto líquido le arroje el respetable.
Sus conciertos han sido tema en las últimas semanas. Primero fue en Colima, donde la sociedad conservadora y la prensa mocha se asustaron con tremendo espectáculo al que no dudaron en calificar como indecente y provocador. Dice la crónica de El Diario de Colima, que Silverio se fue desnudando hasta quedar tan solo con un calzoncillo rojo, “se tocaba el pene y en otro momento se colocaba el micrófono en el trasero, metido en el calzón”. No fue, al parecer, un concierto digno para el Festival Internacional del Volcán, y mucho menos un show a la altura de un auditorio que lleva por nombre Miguel de la Madrid Hurtado.
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Pero no es la primera ni será la última vez que Silverio escandalice a las audiencias. O que las seduzca, todo depende del contexto. Él mismo cuenta que en un concierto de Buenos Aires todo se salió de control y alguien del público (por favor, continúen leyendo bajo su propio riesgo) le chupó el pito. No sabe si fue hombre o mujer, pero de que le gustó, le gustó mucho.
En Holanda asistió a un programa televisivo y una vez que comenzó su performance los conductores no daban crédito a lo que veían. Ese hombre que llegaba con cierta pulcritud comenzó a perder el control hasta quedar desnudo del torso. “El show completo lo podrán ver a medianoche, ahí podrán autodestruirse”, advirtió a los presentes.
Su presentación en el Metro de la CDMX era parte de un circuito cultural organizado por las propias autoridades capitalinas. Lo que quizá no previeron es que la locura de quien también se hace llamar Julián Lede se contagia en segundos. En cuanto comenzó a sonar el Yepa, Yepa, Yepa volaron los vasos de plástico, la banda brincó como primates y más de uno invadió el escenario que en realidad no existía.
Es probable que, aunque pareciera innecesario, los policías hayan hecho bien en detener el show apenas a los dos minutos de iniciado. No sabemos si aquello hubiera terminado mal, con destrozos materiales y seres humanos heridos, o quizá estemos exagerando y nada grave hubiese ocurrido. Detener el show terminó abruptamente con esa fiesta, pero abonó a la leyenda de este aborigen de las tornamesas que seguirá escandalizando a las conciencias puras y castas.
Larga vida a Su Majestad Imperial.