Por Jorge A. Amaral
Dado que mis vecinitos ponen clavos como para montar una galería en su casa al ritmo de Julión Álvarez, yo decido mandarlos al carajo y poner música a todo volumen, no para molestarlos, sino para que ellos no me molesten a mí. Estoy entre algo de Miami bass sumamente escandaloso, como The 2 Live Crew y su Me so horny, o algo más refinado pero no menos poderoso, como el rockabilly canadiense de Raygun Cowboys. Volteo hacia la pared de mi estudio, donde tengo los sombreros y boinas; al ver mi adorada Stetson gris corte texano sé lo que debo poner y es lo que les recomiendo escuchar esta semana. Se llama Couldn’t stand the weather (1984), segundo disco de uno de mis más grandes héroes personales, Stevie Ray Vaughan.
Considerado por Rolling Stone como uno de los más grandes guitarristas de la historia y miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll, Stevie Ray Vaughan es de esos ejecutantes que saben dar a su instrumento un sonido propio, característico, que los hace inconfundibles, aunado eso a la expresividad para cantar el blues, es perfectamente equiparable a Buddy Guy, BB King, Albert Collins, el dios Eric Clapton o el mismísimo Jimi Hendrix.
Ya entrando al disco, la recepción es apabullante con la instrumental Scuttle buttin’, a manera de continuación de Rude mood, de su primer disco de estudio, el mítico Texas flood. Excelente muestra de la agilidad de Vaughan para tocar, que contrasta de manera curiosa con Couldn’t stand the weather, que le da el nombre al disco.
Es peculiar que siendo blanco y de Texas, Stevie se haya apropiado de esa manera del Chicago blues, y en este tema queda claro por qué Robert Cray le rinde culto cada vez que puede. Un sonido más R&B, con un estilo muy de los 80 pero sin sonar pop en ningún momento. Una rolita perfecta para manejar de noche, cuando ya sólo quedan traileros y taxistas.
Bluesesote es The things that I used to do, que habla de todo eso que se suele hacer durante una relación pero que no más, como una abrupta salida de la rutina. La lastimera voz de Stevie Ray al mandar a la chava a casa de su mamá, esa Fender que por nombre tenía Numbre One y la desgarradura propia de un buen blues, hacen que esta pieza provoque una suerte de catarsis, cierto éxtasis musical que lo dejará con ganas de otro whisky.
Pocos guitarristas he escuchado que puedan hacer versiones buenas de Jimi Hendrix, tales como Clapton, Buddy Guy o el portentoso Steve Vai, y Stevie Ray Vaughan es uno de ellos y lo demuestra en Voodoo child (slight return), original del disco Blues, ya alguna vez reseñado en este espacio. Lo que me gusta de cuando Ray Vaughan hizo versiones de temas de Hendrix es precisamente eso, que son versiones, no copias al carbón, por lo que, sin eludir el virtuosismo de Hendrix, Vaughan le imprime su propia genialidad en la guitarra y no le quita nada de su energía original, al contrario, le da otro brío. Creo que escucharlos juntos hubiera sido maravilloso.
De cómo algo que empieza bien termina echado a perder, rancio, es el tema de ese blues titulado Cold shot. Suave, casi sensual, con Stevie Ray casi susurrando la canción, este track sirve para bajar un poquito del avión en que Voodoo child nos subió. Pero esa calma se vuelve engañosa desde el primero de los nueve minutos de Tin Pan Alley. Hay veces en que uno llega a cierto lugar y al paso de las horas termina preguntándose qué carajos hace ahí y cómo le va a hacer para salir.
Lugares sórdidos, incluso escalofriantes, donde prefieres no tocar nada, no mirar a nadie, no hablar con nadie, sólo apurar la cerveza. He estado en cantinas de sombrerudos con ambiente así de cargado y se entiende perfectamente el sentir de este blues, que además de la atmósfera tan encantadora que proyecta, está perfectamente bien ejecutado, incluso me ha recordado algunas buenas rolitas de ZZ Top, otra “little band from Texas”, a decir de máster Gibbons. Así pues, Tin Pan Alley es la crónica de alguien que bajó al Infierno y regresó para escribir un blues. Adorable.
Pero el blues no es sólo dolor, sordidez y desamor, y de eso queda constancia en Honey bee, una canción de cortejo con un riff bastante rico y una letra que endulza a cualquiera, y es que lo más directo muchas veces es lo más eficiente, como “come on little baby let’s make some romance”. ¿Qué más quieren?
El cierre del disco rompe con todo lo anterior pero deja un gran sabor de boca. Stang’s swang, jazz con mucho de bebop en que se sienten el virtuosismo y versatilidad de Stevie Ray Vaughan en su máxima expresión. Esta pieza es tan dulce y bella como un “te amo” después del sexo, como finalizar el día en brazos del ser amado.
Por todo ello es que recomiendo que esta semana escuche usted Couldn’t stand the weather, un disco imprescindible si usted se considera amante del blues.