De las cintas más esperadas en esta novena edición de Ambulante, el público michoacano pudo disfrutar la versión del director, la cual dura poco más de 150 minutos.
La historia registra en 1965 un hecho atroz en el mundo, en Indonesia ocurría una masacre en contra de los integrantes del Partido Comunista Indonesio, considerado en ese entonces como uno de los partidos comunistas más poderosos de Asia. Sukarno, quien estaba al frente del gobierno, al sentirlo como una amenaza latente, mandó exterminarlos con el pretexto de una falsa amenaza de derribarlo del poder, lo cual dio pie a un verdadero golpe de estado por parte de Suharto, quien gobernó durante 30 años.
Esto es a grandes rasgos lo que hay detrás del documental The act of killing, de Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, sin embargo, no resume una mínima parte de la historia que hay detrás de este conflicto político y las funestas consecuencias para miles de indonesios. La película ha tenido ya un largo recorrido por festivales en todo el mundo desde el 2012, y ha obtenido premios como el Premio de Cine Europeo y el BAFTA a Mejor Documental, Premio del Jurado Ecuménico del Festival Internacional de Cine de Berlín, Premio Robert por la Academia de Cine de Dinamarca, entre otros.
La cinta se concibió como un documental donde participaran los sobrevivientes de la matanza, sin embargo, ellos mismos pidieron al director se acercara a los asesinos que seguían vivos para dar a conocer sus motivaciones, ese odio que mató a miles de familias, que incluso hasta la fecha no es olvidado; esta petición, fue lo que dio pauta a una nueva historia que es la que se muestra en pantalla.
Dicho trabajo fue grabado durante tres años, a pesar del miedo de los directores, el cual se fue dispersando gracias al ego de los genocidas y la diversión que les causaba recrear hechos atroces donde torturaban comunistas, en medio de una situación social en donde impera la ley del más fuerte.
Imágenes surrealistas con una visión retorcida de la realidad, con toques de humor negro involuntario que dejan un sabor agrio, triste. En medio de esto aparece la figura de Anwar Congo, uno de los miles de asesinos que se mostraba orgulloso de narrar las técnicas que utilizaban para tener menos sangre que limpiar, para que nadie se diera cuenta de sus prácticas, un personaje alegre, abstraído, que termina siendo el único que a través de las mismas escenas que recreaban, tiene una involuntaria terapia de choque que le hace ver hasta cierto grado la magnitud de sus actos. En el 2012, una comisión de derechos humanos presentó un informe donde calificaba estos actos como crímenes a la humanidad.
El filme nominado al Oscar ha servido para llevar al mundo la verdad de un hecho, del que incluso ahora, aún no se comprende la dimensión. Un trabajo arriesgado, de muchas maneras artístico, que vale la pena ver en cualquier formato.