Por Patricia Cárdenas
Hace un mes planeaba minuciosamente mis actividades anuales. Todo un año resuelto entre trabajo, proyectos, leer, escribir, mascarillas, tintes de cabello, gelish de uñas, ejercicio, comer sano y todo lo que implica un completo plan de vida. Tener la expectativa de cada aspecto, pareciese facilitar el cumplimiento de los retos, de los sueños.
Las noticias se desbordaban ante un tal Covid-19, la pandemia que azotaba al mundo. A México ya había llegado pero seguía siendo ajeno. “Obviamente es verdad”, respondía en mi interior a toda la gente que afirmaba lo contrario. Sabía que no es cuestión de creencias, ideologías o razas. Estaba pasando, era real, pero todo a través del móvil o el televisor. No frente a mí. Entonces continué mi vida, como si nada.
“Quédate en casa” fue el parteaguas. Palabras contundentes. Y entonces todo cambió. Nadie puede entrar ni salir de la ciudad. Las calles se han quedado vacías, acordonadas para obligarte a pasar por retenes de sanidad que verifican tu destino justificable y tu temperatura. Voy al centro comercial porque ya faltan algunas cosas básicas. Paso satisfactoriamente el retén. Desciendo del auto y entro: un minucioso protocolo de higiene para tomar el carrito de autoservicio. Camino por los pasillos.
Todos nos convertimos en sospechosos, en probables contagiados, en el enemigo. Me tomo mi tiempo, no perecederos de preferencia, adiós dietas. Termino las compras. Me dirijo a la caja y en la fila no levanto la mirada como si con eso te contagiaras. No hay empacadores, entonces hago todo. Vacío el carrito y lo vuelvo a llenar con la mercancía pagada, respirándome el aliento agitado y tragándome el gran nudo de garganta.
Han muerto personas conocidas, mi maestro de química de prepa, el papá de una amiga, la amiga de una amiga, doctores y enfermeras… por culpa del Sarscov19. Hay muchos contagiados en la ciudad, está encima de nosotros y un dolor de anginas me hace pensar en que “todo” es “nada” en un respiro. Mi afección cardiaca me hace vulnerable. ¿Recuerdas ese cliché de “ver pasar tu vida frente a ti ante la posibilidad de morir”? La he visto pasar. Toda. El insomnio me carcome pensando en cómo diablos despedirme de quien amo y las palabras adecuadas a mis hijos para que sigan con su vida. Sin mí. Pedirles perdón a las personas a quien llegué a lastimar. Tal vez filme videos para cada uno, ojalá tenga tiempo.
Frente al espejo, las canas, las ojeras y el cutis sin maquillaje, temen al igual que yo, que el dolor de garganta no ceda con la vitamina C. La moneda está en el aire. Nada nos pertenece. Se vuelven polvo los proyectos, el glamour, el auto, la casa, las palabras, el amor, los sueños. Pero no la esperanza.
Monclova, Coahuila, abril del 2020
*Imagen tomada de Vanguardia
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