Guy Ritchie fue sinónimo de una combinación ganadora para el nuevo cine-negro-de-gángsters-idiotas que aparentemente reinventó al final de los años 90 con su primera película, Lock, stock and two smoking barrels (Juegos, trampas y dos armas humeantes, 1998) y que consagró (estilísticamente) con la hilarante y magnífica Snatch (Cerdos y Diamantes, 2000).
Las dos películas ya le habían dado muchos motes en reseñas y críticas, consolidando a un joven cineasta que «daba-mucho-de-qué-hablar» en el inicio de un milenio que desconocía la potencial existencia de Facebook, milenio incipiente en el que los cinéfilos dependíamos de los DVD’s y las poquitas muestras de cine y que, para los morelianos entonces agraciados que sí eran amigos del dueño de la filmoteca de los viejitos podrían accesar a un acervo celosamente guardado para el resto de los mortales.
Por fortuna los tiempos cambiaron, el cine se ensanchó, llegaron el FICM, más muestras y festivales, los torrentz, Cuevana y otros sitios han permitido que las películas no sean guardadas como si estuviéramos viviendo en el universo de El nombre de la Rosa (Annaud, 86, sobre la novela de Umberto Eco). Guy Ritchie pues, fue uno de los cineastas que sorprendían con el inicio del milenio, que nos sorprendían visualmente y nos ponía a mover el pie al ritmo del soundtrack.
Los años dosmiles eran los tiempos de Memento (Christopher Nolan, su segundo filme) y Réquiem por un sueño (Aronofsky, segundo filme). Coincidentemente o no, los tres han llegado a momentos muy altos en sus carreras: Nolan con Interstellar (guste o no), Aronofsky con El cisne negro y El luchador, y Guy Ritchie… ¿con Sherlock Holmes o The Man from U.N.C.L.E.? No lo sé. La pregunta la responderá el lector mejor que nadie.
Lo cierto es que a lo largo de su filmografía, Guy Ritchie ha «refinado» su estilo y ha insistido en repetir los juegos narrativos que tan bien le siguen funcionando. Su «sello personal» consiste en hacer pequeños cortes temporales con los que regresamos la historia unos momentos, como una cinta que se rebobina y se escucha más lentamente para apreciar mejor los detalles.
Así, Ritchie construye su nuevo universo El agente de C.I.P.O.L., derivado de la famosa serie de los años 60, trayendo al reciente Superman que interpreta al agente Solo (Henry Cavill, no tan malo) y su contrincante-aliado Illya, mejor interpretado por Armie Hammer (el gemelo fresa de La Red Social, Fincher, 2010).
El trío heroico que salvará al mundo es completado por Gaby (Alicia Vikander, sobria y suficiente) quienes tienen como meta desactivar la bomba que terminará con el mundo en medio de una guerra fría de la cual ya hemos aprendido tanto, desde la hilarante Kubrickiana Dr. Strangelove, pasando por la insoportable serie The Americans, hasta la genialidad (en todos los sentidos) llamada El Tercer Hombre (Reed, 1949).
Pareciera pan con lo mismo, pero no importa volver a Berlín o Roma si el equipo artístico de Ritchie viste la época con destreza; tampoco importa si Ritchie se muestra mesurado (¿o viejo?) y deja los raccords de los que otrora abusaba y apenas introduce uno que otro split-screen, uno que otro flash-back/flash-forward, pero en cambio sí esparce música como azúcar glass a lo largo y ancho de la cinta, o como si fuera napalm sobre territorio vietnamita.
En momentos Ritchie parece hacer guiños o picarle las costillas a Quentin Tarantino… o tal vez le debe algo de inspiración. Ritchie dirige secuencias de acción con música reminiscente al western, combinadas con su inevitable amor al las flautas de sintetizador. Y le sale muy bien. La lista de créditos del soundtrack habla por sí sola: Roberta Flack, Rita Pavone, Louis Prima, Tom Zé y Nina Simone, entre otros.
Tal vez alguna falla es que el guión, escrito por Guy Ritchie y Lionel Wigram, parece ensancharse o alejarse lo suficiente del arribo al clímax para que las partes se reúnan, cuando en realidad pudo hacerlo algunos veinte minutos antes. El clímax (¡spoiler!) deja al espectador con la ceja arqueada, si tomamos en cuenta que había una bomba nuclear a bordo. Empero, Ritchie ha madurado su estilo, no deja deudas respecto al montaje, ritmo y musicalización, creando una película pensada como hit veraniego que se estrena en el casi otoño mexicano.
Si bien 15 años después, Guy Ritchie, como Aronofsky o como Christopher Nolan, han madurado y perfeccionado su estilo, tal vez han perdido esa frescura, riesgo e insolencia que tenían sus primeras películas. Tal como le sucedió a Tarantino, a Soderbergh, a Scorsese, a Roman Polanski, a tantos.